Los miedos en la infancia

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Psicología Clínica

 “Todos los días me asustan, con que va a venir el Coco, sino me como la papa o por comer muy poco. (…) Si sales para la calle, te coge el Viejo del saco, el que se lleva a los niños que lloran y no hacen caso. (…)”

Algunos recordarán esta canción infantil y se les dibujará una sonrisa al recordar las travesuras de la infancia, pero puede que también venga a la memoria la imagen de nuestro mayor temor. Aquel que incomprensiblemente, las personas mayores ayudaron a crear y nuestra imaginación se encargó de dar forma. Ya no somos aquellos niños que apoyamos fielmente al intérprete de la canción: Wiliam Castillo, un pequeñito bien simpático. Hoy la mayoría de nosotros somos las personas mayores y tristemente, a veces nos comportamos como nunca quisimos que actuaran nuestros padres.

La mayoría de los temores son ilógicos e irracionales y se pueden evitar. Algunos surgen de la asociación directa con experiencias que, de un modo natural causan susto, como los ruidos fuertes y bruscos. Otros se asumen por imitación. Por ejemplo, cuando en presencia de los niños alguien se aterroriza o demuestra nerviosismo durante una tormenta eléctrica, ruidos nocturnos o cualquier otro fenómeno, está contribuyendo a la aparición de esos mismos temores en los pequeños.

Muchos padres desconocen el papel que desempeña el miedo en la formación de la personalidad infantil: el temor es nocivo y debe evitarse. No se le puede tratar en forma trivial, como si careciera de importancia o no existiera. Las ideas terroríficas no llegan solas, siempre hay adultos que se encargan de llenar de temores las cabezas infantiles bajo la necia excusa de que “el niño debe tenerle miedo a algo”. El más común es el amedrentamiento verbal: “viene la bruja, te coge la policía, el médico te va a inyectar”.

Otros optan por distraer su atención de cuánto pueda ocasionarle desasosiego, lo que resulta una salida temporal y poco eficaz. La prevención consiste en evitar situaciones que generen temores, lo indicado es prepararlo para la experiencia o eventualidad mediante explicaciones prácticas y un ambiente de confianza y comprensión.

En las edades tempranas, los niños son muy asustadizos, es una reacción normal que se experimenta en ciertos momentos. Gran parte de los temores infantiles, son producto de experiencias directas con determinados estímulos. Pero esto suele ser pasajero, ya que desaparecen a medida que van creciendo. El problema es cuando esta situación de alerta se mantiene de forma repetitiva, generando un estado de ansiedad que provoca tensión y desgaste físico.

Muchos de los niños que dicen asustarse de la oscuridad, lo que sienten es temor de sus propias fantasías que afloran por las noches, cuando están a solas y se creen desprotegidos, lo que les provoca verdadero terror. De los temores infundados, se derivan consecuencias que entorpecen el normal desarrollo infantil, por ello no han de abordarse con ligerezas ni tomarlos a broma.

Que un niño sea más miedoso que otro, no depende de su carácter o sexo, sino de su sensibilidad, imaginación, el ejemplo que le den sus padres y la manera en que manifieste su sentimiento. No permitas que tu hijo o hija vea o escuche programas y cuentos terroríficos o de violencia, y nunca te rías de sus temores ni lo tildes de cobarde. Aleja de su mente las imágenes que lo inquietan y proporciónale apoyo emocional ante cualquier situación.

Mejor, seguimos el consejo de Wiliam:

“Aunque me vean chiquito, si acaso me porto mal, prefiero que castiguen, pero por favor no me engañen más. Debemos decir solo la verdaaaaad.”

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