Es importante saber diferenciar, para poder actuar correcta y eficazmente, entre: esos sentimientos negativos que son momentáneos y pasajeros, fruto de crisis personales que nos afectan en un momento determinado de nuestra vida y que con una buena gestión emocional por nuestra parte se resuelven satisfactoriamente dejando apenas secuelas; y entre aquellos sentimientos que debido a su intensidad y duración en el tiempo generan en nosotros un elevado grado de sufrimiento y malestar imposible de gestionar sin la ayuda de un profesional cualificado que nos ayude a superarlo.
¿Te sientes puntualmente triste y decaído por circunstancias externas que te toca vivir o estás sufriendo una depresión? ¿Te preocupa y asusta el futuro porque estás atravesando un momento de inestabilidad laboral o tienes ansiedad? ¿Te sientes en ocasiones sobrecargado y desbordado en tu trabajo o estás estresado?
Estarás de acuerdo conmigo que no estamos hablando de lo mismo. La depresión, la ansiedad y el estrés son tres trastornos psicológicos muy serios y por desgracia habituales entre la población. Son enfermedades muy limitantes e incapacitantes para la persona que los padece y que debido a su extrema gravedad necesitan de un diagnóstico acertado y de una buena terapia. Y la pregunta sería ¿Qué terapia es la más adecuada para tratarlos? Elegir la mejor es a veces bastante complicado dado la gran oferta que existe hoy en el mercado.
Veo con sorpresa como en la actualidad cualquiera se puede poner a hacer terapias, bajo el nombre vago e impreciso de terapeuta energético o alternativo cabe de todo. Antes quien padecía una ansiedad o una depresión iba al psicólogo, ahora parece que ya no hace falta… Con una puesta a punto de los chackras todo arreglado… Vaya, tantos años de carrera y era eso, si lo llego a saber antes. Bromas aparte, creo que somos muy inocentes y confiados cuando nos ponemos en manos de personas que no sabemos si están o no cualificadas para ayudarnos a afrontar determinadas enfermedades (sean físicas o mentales) que merecen todo un respeto.
En esos momentos críticos, en los que somos tremendamente frágiles y vulnerables nos convertimos en presas fáciles para algunos falsos “terapeutas” que viven del cuento. Y como suele pasar a menudo muchas veces no elegimos la mejor terapia sino la más fácil, la que creemos que nos supondrá menos esfuerzo o será menos dolorosa para nosotros.
Por eso muchas personas cuando se sienten tristes, decaídas o desesperanzadas, cuando la vida se convierte para ellas en una pesada carga que no pueden soportar… Cuando han perdido la alegría y no saben qué hacer para volver a recuperar el entusiasmo o la ilusión… Cuando se sienten perdidas en un mar de dudas y miedos, la espiritualidad (o la religión que es la otra cara de la misma moneda) se presenta ante ellos como una tabla salvavidas a la que se aferran desesperadamente en busca de una solución, de un bálsamo que les alivie el alma, pero debemos ser extremadamente cuidadosos.
Cuando entramos a formar parte de alguna de esas comunidades espirituales (o religiosas), nos sentimos acogidos, arropados, eso hace que nos sintamos bien y nuestro malestar se suavice un poco, o por lo menos hace que se vuelva menos evidente.
El terapeuta de turno y nuestros compañeros se muestran amables, amorosos y empáticos, nos sentimos escuchados y entendidos, establecemos un vínculo emocional con ellos que nos tranquiliza y llena momentáneamente nuestro vacío. Y digo momentáneamente porque ese efecto, aparte de ser poco profundo, es muy efímero. Nuestro malestar queda más o menos dormido pero de ninguna manera está disuelto, sigue latente y tarde o temprano volverá a aflorar.
Nos enganchamos a esas “terapias” fáciles de hacer, que se han puesto tan de moda, son terapias amenas y divertidas pero que tienen como objetivo distraernos y evitar que miremos al problema cara a cara, por eso no resultan efectivas porque se enfocan en el exterior y no en el interior. Y la verdadera sanación pasa ineludiblemente por un trabajo introspectivo profundo y muchas veces doloroso que no estamos dispuestos a asumir.
Todas esas prácticas a las que nos enganchamos y que consumimos casi compulsivamente terminan por volverse imprescindibles para nosotros y nos generan una especie de adicción. Acabamos por volvernos adictos a las sensaciones placenteras que se generan en nosotros cada vez que tenemos alguna experiencia de ese tipo. Esas experiencias se convierten en una especie de droga que necesitamos para poder sentirnos bien. Pero como ocurre con todo tipo de substancias adictivas el efecto que buscamos dura mientras las consumimos y cuando dejamos de hacerlo obtenemos el efecto contrario, es decir una sensación de desasosiego y malestar.
Si no buscamos la causa de nuestro dolor y la arrancamos de raíz este irrumpirá de nuevo en nuestra vida con más fuerza, como un animal que ha estado enjaulado durante mucho tiempo y que cuando tiene ocasión de salir de su jaula lo hace arrasando con todo lo que pilla en su camino.
Cuando usamos la espiritualidad para escondernos, para eludir la responsabilidad, para no tener que confrontar sentimientos incómodos o dolorosos, la espiritualidad se convierte en un arma de doble filo, muy peligrosa. No olvides nunca que anestesia pero no cura.
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