¿Más lejos que el inconsciente…? Algunas consideraciones sobre el nombre del padre, Dios y la virgen

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Psicoanálisis

Que el inconsciente se sostiene a partir de la suposición del Nombre del Padre es lo que Freud legó, pero que en el encamina-miento de un análisis el sujeto puede desairarse es un paso que Lacan propone. ¿Qué está más allá del inconsciente y el Nombre del Padre? 

El inconsciente es producto de la castración, la operación del falo simbólico como tamizador del deseo materno, en la que su agente es el padre real, aquel que opera a partir de su deseo père-versement orientado, esto es, que “hace de una mujer objeto a minúscula causa de su deseo”. Es en este quehacer que se instaura la castración como nódulo del revestimiento del agujero del inconsciente. 

Ahora bien, que su deseo esté père-versement orientado no implica que el padre sea perverso, sino que reniega de la castración en la medida que se le muestra al niño a la vez como el agente de la interdicción sexual y el ejemplo de su transgresión. Es un deseo perverse-ment, una perversión algo mendaz, ya que el hecho de que reniegue de la castración es un mito neurótico, una suposición que se sostiene a partir de ser el hombre electo por la madre del niño, con el cual ella se ofrece como mujer, y no el que goza de todas las mujeres. 

No hay padre en lo real. En lo real es un hombre. Es necesario remarcarlo porque Lacan postula que: el Complejo de Edipo es como tal un síntoma. Todo se sostiene en la medida que el Nombre del Padre es también el Padre del Nombre, lo que vuelve igualmente necesario el síntoma. 

En la literatura freudiana, el padre de la horda, teorizado en Tótem y Tabú, es el que le dice “no” a la función de la castración, al no renunciar al goce de todas las mujeres, hace de límite y permite la constitución del clan de hermanos (que no acceden al goce ilimitado). Es una idea bastante alocada, no desde la lógica, pero sí desde su semántica: es un oxímoron, puesto que, si hay padre, no hay horda; tal como si hay horda, no hay padre. Tampoco va de suyo suponer que accede a todas las mujeres puesto que, como ya veremos, es incongruente proponer la existencia de todas las mujeres. Es un supuesto imposible pero necesario.  

Lo importante a tener en cuenta es que este padre de la horda es un mito estructurante que hace de límite al conjunto de los hablantes, para que el paratodo se paratodee. “Es lo que dice, sin saber lo que dice, el proverbio La excepción confirma la regla”.

formulas-de-la-sexuacionFórmulas de la Sexuación

De este modo, del lado hombre de las fórmulas de la sexuación, nos encontramos en la línea superior la formulación de lo necesario, existe un x que no se rige por la función fálica, el padre como aquel para el cual la castración no se cumpliría. Es la supuesta excepción que permite la constitución y delimitación del conjunto universal de la función fálica, que para todo ser hablante opera la castración. 

Debajo está el falo simbólico como ordenador del goce en los hablantes, ya que “no hay nada de excesivo, en virtud de lo que nos da la experiencia, en poner bajo la rúbrica de ser o tener el falo la función que suple a la relación sexual”. También se encuentra el sujeto dividido, en la medida que se presenta ante esta relación como siendo o teniendo, esto es, eligiendo y, detrás de toda elección, hay una pérdida. 

Todo gira alrededor del falo. “Para los hombres, la muchacha es el falo, y es lo que los castra. Para las mujeres, el muchacho es la misma cosa, el falo, y esto es lo que las castra también porque ellas sólo consiguen un pene, y que es fallido. Ni el muchacho ni la muchacha corren riesgo en primer lugar más que por los dramas que desencadenan, son el falo por un momento”. 

En un encuentro sexual el goce está sujeto a la relación de erección y detumescencia, esto es, a la castración. Pero, si bien todo gira en torno a la castración, no-todo acaba en la detumescencia. Este más allá de la castración está del otro lado de las fórmulas.

Fórmulas de la Sexuación

Del lado femenino nos encontramos con dos fórmulas: no existe un x que le diga no a la función fálica y no todo x se rige por la función fálica. 

La primera tiene que ver con la inexistencia, no existe ninguna mujer que no esté atravesada por la función fálica. Al no haber excepción, tal como hay en el lado hombre, no se delimita el conjunto, motivo por el cual del lado femenino no se constituye el “para todo”. En otras palabras: las mujeres no hacen conjunto, son una por una. 

El hecho de que no hay una que diga no a la función fálica y que no-todo se detiene en la castración implica que una mujer está de pleno en la función fálica, pero no-toda: hay algo en ellas que está más lejos de la castración y que no hay medida fálica para abordarlo. Por esta razón, del lado femenino de las fórmulas, nos encontramos con un La tachado, que no existe La mujer con mayúsculas.

De este La se derivan dos flechas. Hay una flecha que se dirige al falo simbólico y la otra, al significante de la falta en el Otro. 

En lo que concierne a la primera, están las salidas freudianas caracterizadas en La feminidad. Freud dice que en la muchacha, a partir del encuentro con la castración, “parten de él tres caminos de la evolución: uno conduce a la inhibición sexual o a la neurosis; otro, a la transformación del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y el otro, al fin, a la feminidad normal”, vinculado a la ecuación simbólica del falo con el niño.

La otra flecha se dirige al S(A), significante de la falta en el Otro, lugar donde el Otro no existe. En este punto cabe destacar que, como la mujer es sin padre, no-todo su goce está limitado por la castración. Lacan afirma al respecto que “hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre”. Aunque aclara que no les ocurre a todas.

¿De qué trata este goce femenino?

De la posibilidad de ubicarse entre centro y ausencia. Centro en la medida que participa de la función fálica. Ausencia en cuanto puede conectar con un vacío, un goce tildado de místico, inherente al encuentro con la inexistencia del Otro. Este abandono de lo fálico implica el encuentro con  “algo que va más lejos que el inconsciente” y está relacionado con lo que Freud deja trazado al postular la imposibilidad de representar los genitales femeninos y la muerte.

El otro elemento que está en el lado femenino de las fórmulas de la sexuación es el objeto a, el objeto causa de deseo, es con lo que se encuentra el hombre a la hora de abordar el cuerpo del Otro sexo: al hombre, “sólo por el intermedio de ser la causa de su deseo le es dado alcanzar a su pareja sexual”. Podríamos decir que el varoncito, en su intento de abordar-La, se encuentra con el objeto a porque el falo le hace obstáculo, todo se reduce al placer de órgano, siendo imposible gozar del cuerpo del Otro. 

Planteadas las fórmulas de la sexuación, podríamos articular por qué para Lacan el fin de análisis consiste en identificarse al síntoma a la par de prescindir del Nombre del Padre.

El Nombre del Padre sostiene la hipótesis del inconsciente porque ha de ser quien ordena bajo la rúbrica fálica el enigmático deseo materno: en el encuentro entre el Otro primordial y el niño, para que se constituya un sujeto, lo que regula la cita es la significación fálica. El embrollo radica en que este padre real es en tanto una verdad mentirosa: no es más que un hombre que quiere abordar a su mujer y que esta mujer lo elige como padre de sus hijos, pero en el intento de alcanzar-La, en lo real, está obstaculizado por el placer de órgano. De este modo, la operación de castración es fallida, no-toda es, hay un resto inasimilable que el padre no pudo nominar. 

Entre el deseo pèreversement orientado que el neurótico le supone al padre, como “al menos Uno” que le dice no a la castración, y lo real, lugar donde no hay padre salvo verdad mentirosa (en tanto que su deseo está perverse-ment orientado), está la père-versión. Al padre se lo ama porque permite la constitución del sujeto, motivo por el cual la castración hace de relevo como lazo al padre y, en el punto donde hace aguas, donde algo de lo real irrumpe, el neurótico lo soporta por medio del síntoma. 

“La inexistencia es lo que está en el principio del síntoma” en la medida que el modo de hacer consistir al Otro, de soportar una presunta amistad con el inconsciente que, en tanto discurso del Otro que no existe, no se sostiene más que penando de más. Basta remitirse a Juanito, cuando el wiwimacher le genera picazón, rompe la pantalla, ante la seguidilla de clases de pavoneo que la madre le dicta. Su fobia a los caballos no es más que un síntoma como suplencia de aquello que el padre no pudo abordar porque, en vez de tronar como Zeus, se la pasó charlando con Freud. En otras palabras, el neurótico es religioso, cree en Dios, le reza al padre. La respuesta que encuentra es el síntoma. 

El encamina-miento de un análisis implica poder cuestionar las marcas fálicas que uno carga para poder hacer otra lectura de su propia hystœria. En otras palabras, que el sujeto pueda situarse en el S(A), el significante de la inexistencia del Otro. Ubicarse allí, más allá del falo, es un goce que se lo tilda de místico, suplementario, y el hecho de vincularlo a la femineidad le costó la vista a Tiresias. 

Meister Eckhart

Meister Eckhart

Las meditaciones del teólogo alemán Meister Eckhart, quien tampoco estuvo muy relajado, pueden esclarecer esta posición. 

Los que se posicionan del lado hombre de las fórmulas de la sexuación son, al decir de Eckhart, esposos, quienes “con su apego al yo están atados a la oración, los ayunos, las vigilias y a diversos ejercicios y penitencias externas”. Son sujetos que están sosteniendo al padre, detenidos al inconsciente. Lo interesante de su propuesta, al hablar sobre las personas no desapegadas que están llenas de propia voluntad, es que podrán rezar mucho, pero Dios no se ocupa de quienes le imploran: las personas que están apegadas al ego, por más que crucen el charco para evadir sus bretes, tienen a las perturbaciones esperándolas del otro lado. Es lo que Freud postula a partir del axioma de la pulsión: los escollos del inconsciente no se solucionan por medio de la huida. Por esta razón el teólogo afirma que “quien está bien encaminado en medio de la verdad, se siente a gusto en todos los lugares y con todas las personas; mas, quien anda mal, se siente mal en todos los lugares y entre todas las personas”. 

Sugiere, sirviéndose de Mateo, que afirma “quien me quiere seguir que se niegue primero a sí mismo”, que el desapego es un buen camino para que la vida sea más liviana: para que Dios entre con todo lo suyo es necesario que el trueque sea justo, que uno haga un desasimiento de todo lo propio. Es así que una persona se encontraría con la verdadera paz.

Eckhart aconseja, para poder sortear los límites del apego, asumir una posición virginal. Define “virgen” como “una persona libre de todas las imágenes ajenas, tan libre como era cuando aún no existía”. De esta manera la vida se hace más tenue, puesto que, al desapegarse de sí mismo, Dios ingresa y hace la vida más fluida. Es un modo de soltar lo que uno carga, de hacer algo más allá de las sobredeterminaciones, que atan al sujeto con su padeci-miento.

Asumir una posición virginal no excluye el haber hecho cosas, tampoco impide que se tenga un saber, sino que estas cosas hechas y las marcas que se llevan puedan estar al margen en la vida, suspendidas. Asimismo, aclara que la potencial receptividad de Dios es mejor en una mujer porque es fecunda.

La inexistencia, inherente a la suspensión de las marcas, y la fecundidad, vinculada a la creación divina, se ubican del lado de la fórmula de la sexuación de la inexistencia. Asimismo, el campo del S(A), significante de la inexistencia del Otro, se opone completamente al apego, a las marcas: la mujer no está limitada por el padre, está más allá del falo, más allá de lo imaginariamente simbólico. Tiene facilidad para encontrarse con el vacío, lugar donde algo se puede inventar porque el Otro no estorba. 

Lacan dice que “el síntoma no es definible de otro modo que por la manera en que cada uno goza del inconsciente en tanto que el inconsciente lo determina”. El sujeto goza de las determinaciones del inconsciente, de las marcas que lo habitan a razón de suponer el Nombre del Padre, pero “eso le es impuesto por los efectos de significante, y no le está cómodo, él no sabe ‘hacer con’ el saber”. De este modo, prescindir de él implica una vida más allá de estas trazas.

El apego al falo es el obstáculo por el cual el sujeto no puede desenvolverse de manera fecunda en lo real de la vida porque de lo que goza es de su inconsciente. Si bien es verdad que el Otro que tocó no da igual, en encamina-miento de un análisis lleva a la experiencia de que en lo real no hay Otro. Que Uno es culpable de lo real y responsable de saber hacer con las marcas que lo habitan, con lalangue. 

Arribar a la experiencia de que en lo real no hay padre es apelar al estado virginal. De este modo, la verdad que hace de soporte con el insoportable inconsciente no será obstáculo en la vida; se podrá hacer algo más allá de la sobredeterminación, ir “más lejos que el inconsciente” y fecundar algo propio para su vida. 

Si el sujeto arriba a la experiencia de que en lo real no hay Otro, llega a la conclusión de que hay algo más allá del falo, que éste es “un objeto privilegiado sobre el cual uno se engaña”. 

*La imagen de portada se titula, El nacimiento de la Virgen (1660), obra del pintor Bartolomé Esteban Murillo

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