Vigencia de la ética freudiana

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Psicoanálisis

Inmerso en este lugar incierto, con rasgos de modernidad y posmodernidad, se sitúa el psicoanálisis, (…) entre su destino de eje cuestionador de la culturaoccidental y su desvanecimiento en una práctica terapéutica anodina. Sólo el rescate de su dimensión ética es lo que puede generar una discusión fecunda.

María Angélica Palombo, Freud: vigencia de una ética

Sigmund Freud, al igual que Friedrich Nietzsche, fue un espíritu libre y un defensor de la libertad de pensamiento. El pensamiento freudiano es heredero, en cierta medida, del lema de la Ilustración: “atrévete a pensar por ti mismo, confía en tu razón”. Es decir, también el psicoanálisis surge articulado a la ciencia moderna, a la crítica de la religión y a la creencia en que el hombre puede ser soberano respecto de los poderes ultramundanos, por ejemplo, del Dios del cristianismo.

De todas maneras, esta fe en el hombre, en el progreso, en la emancipación y autonomía de un sujeto que se dicta a sí mismo su propia moralidad, en el caso del psicoanálisis, se encuentra especialmente problematizada dado que a partir de su investigación racional, Freud encuentra otra escena en el psiquismo del ser hablante. Otro escenario que pone en juego componentes destructivos, pulsionales, egoístas, oscuros, agresivos, ambiciosos, masoquistas, etc. El psicoanálisis ilumina un rostro de la humanidad hasta entonces reprimido, velado, escondido y que es del orden de nuestro goce mortífero, de nuestra pulsión de muerte.

Somos esclavos de nuestro inconsciente, por ejemplo, de demandas ligadas a esa instancia llamada superyó a la que a nuestro yo se somete masoquistamente. Con respecto a esa instancia psíquica, dice María Angélica Palombo:

“El superyó es el monumento conmemorativo de la primitiva debilidad y dependencia del yo y continúa dominándolo en su época de madurez. El yo se somete al imperativo categórico del superyó.”1

Con Lacan, se interpreta a ese superyó arcaico (materno) como el Gran Otro y es por eso que no se confunde con la Ley. En todo caso, se trata de una ley despótica, tiránica, caprichosa y que no admite dialectización. Es el puro y simple “deseo de la madre”, la pura y simple obediencia a la Moral legitimada. En el inconsciente, el hombre no solamente es mucho más inmoral de lo que cree –en función de su ello pulsional– sino que, además, es mucho más obediente de lo que sabe.

Pero entonces, así como lo más genuino del sujeto no radica en su razón consciente, tampoco podemos creer ciegamente en su voluntad racional. El ideal ilustrado y revolucionario de libertad también se ve cuestionado por el pensamiento psicoanalítico (una de las tres grandes heridas narcisistas de la humanidad). Por su parte, el inconsciente aparece como una razón Otra y, más allá de lo volitivo, la cuestión del deseo. Ahora bien, ¿qué es el deseo?

Freud lo plantea como un impulso que persiste más allá de la conciencia y de la renuncia a su efectuación “en lo real” (y de allí el sentimiento inconsciente de culpabilidad). El territorio de los deseos es, fundamentalmente, el de la realidad psíquica, el principio del placer y la fantasía. Esos deseos que se reprimen, retornan de lo reprimido e interpelan la ilusión de dominio del yo. ¿Pero podemos reducir, acaso, «el deseo» a esos anhelos imaginarios particulares? Lo fundamental en el planteo freudiano, como lo rescata Jacques Lacan, es poder pensar la incidencia constituyente para el sujeto del deseo del Otro, el cual representa la otra cara del desamparo estructural (antes de la instauración del edificio superyoico, está la falta como presencia de la ternura que, en el Otro, me rescata de la indefensión). Es esa marca en la subjetividad, la de haber sido deseado, la que señala la entrada de la ética. Para Freud, al igual que para otros autores como Paul Ricoeur o Enrique Dussel, lo ético es previo lógica y estructuralmente a lo moral, lo cual ya es la institucionalización a través de un rasgo unario del acto instituyente (el Ideal del yo). Ese acto instituyente por excelencia es la castración.

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¿Hay una ética específica de la praxis psicoanalítica? En este punto, continúo lo establecido por María Angélica Palombo, según quien:

“el psicoanálisis freudiano no intentará en su práctica nada parecido a un modelo único de persona, (…), sino sólo y nada menos, intentará restablecer en el hombre su capacidad de amar, de gozar y trabajar…”2

Conocemos bien, gracias al énfasis lacaniano al respecto, la máxima freudiana: Donde ello era, yo debe advenir (“Wo Es war, soll Ich werden”). Es decir, la cuestión no pasa por recrudecer la represión ya que la satisfacción pulsional encuentra otros destinos (sintomáticos), sino por la implicación subjetiva del analizante en el conflicto entre el goce y el deseo que lo atraviesa. Sin embargo, dicha implicancia no puede tampoco pensarse siguiendo el modelo de una “normalidad esquemática”. Esto supone tener en cuenta la singularidad de cada paciente al máximo (sus tiempos, sus recursos, etc.). Dice, una vez más, Palombo:

¿Cuál es la gran diferencia que existe entre el tratamiento que postula Freud y los trata- mientos de su época? Desde mi punto de vista, y ahí reside la validez de la práctica freu- diana, su consistencia lógica con la teoría que la fundamenta, es el respeto profundo por el otro, que no quiere decir respeto por sus prejuicios o por sus máscaras, sino por su diferencia. ¿Y qué es lo que plantea Freud? Que el paciente no debe ser manipulado ni adoctrinado. Esta es la base de la ética de la práctica freudiana.3

Y más abajo, concluye:

La ruptura con las técnicas basadas en la sugestión no sólo abre a una nueva técnica, sino a unanueva ética. Al paciente no hay que ponerlo en orden, no hay que salvarlo, no hay que educarlo. En primer lugar, hay que escucharlo (si es que quiere hablar y este deseo es condición necesaria). Y luego será la hora, si es posible, de hacer consciente lo inconsciente, para que el paciente pueda recuperar los recursos entorpecidos por la neurosis e, incluso, adquirir recursos nuevos para lograr que pase de su miseria neurótica a su infelicidad cotidiana.4

La autora se pregunta por la herramienta fundamental con que cuenta un psicoanalista a los fines de esta intervención no sólo técnica sino ética con respecto al neurótico y contesta:

El instrumento más importante con que cuenta el analista, dentro de la transferencia, para expresar esta ética de no manipulación, es la abstinencia. Que es abstinencia de transformar la situación analítica en una situación real, que es abstinencia de influir de acuerdo con nuestra propia ideología, que es abstenerse de educar y de hacer de guía espiritual. Tarea, desde ya, permanentemente sometida al fracaso. Ésta, por supuesto, no es una ética exitista ni exitosa. Constantemente, el analista está fracasando al hacer uso de ella y su fracaso, también en este sentido, es su éxito.5

Luego de situar estas coordenadas básicas acerca de la postura ética del campo psicoanalítico, Palombo aborda la cuestión de la vigencia del pensamiento freudiano y lo compara con las prácticas que responden a la ideología de la New Age. En este sentido, la psicoanalista sitúa que:

La New Age parte de la crisis de la idea iluminista de progreso y de la crítica al racionalis- mo propio de la modernidad. La salida que propone supone que cualquier propuesta es válida si tiene como objeto proporcionar bienestar al hombre. (…) Las terapias que ofrece la New Age (las llamadas terapias alternativas) ofrecen una mezcla de religión y psicología. Resurge el chamán. Todo esto tiene mucho que ver con el retorno de la sugestión.6

Es decir que, la época, se caracterizaría por una regresión, en el ámbito de lo psicoterapéutico, a ciertas prácticas prefreudianas y, en este sentido, a una etapa preilustrada del pensamiento y de la razón. O sea, precrítica. Ese “sentimiento oceánico”, esa “sensación de eternidad”, ese “sentimiento como de algo sin límites”, en definitiva, ese “ser uno con el todo” que el hombre busca cuando se angustia ante lo Real (Freud habla de la omnipotencia del destino), no es sino la expresión de que «no hay relación sexual», ya que es la falta de objeto la que permite pensar en un afuera o un exterior con el cual “fusionarse”. Esta cuestión de la emancipación del objeto, resulta decisiva a la hora de pensar en un horizonte crítico o en nuevos mundos posibles que reabran la brecha que el consumo mimético, la resignación sufriente y la filantropía burguesa epocales pretenden cerrar para dejar con ello encapsulada la vida. La antinomia hoy es: estulticia o desasimiento.

Bibliografía

1 Palombo, María Angélica: “Freud: vigencia de una ética” en Gabriella Bianco El campo de la ética. Media- ción, discurso y práctica. Edicial S. A., Buenos Aires, 1997. Pag. 265.

2 Palombo, María Angélica: Ibíd. Pág. 266.
3 Palombo, María Angélica: Ibíd. Pág. 267. Subrayado en el original.

4 Palombo, María Angélica: Ibíd. Pág. 267. Subrayado en el original.

5 Palombo, María Angélica: Ibíd. Pág. 267 Subrayado en el original.

6 Palombo, María Angélica: Ibíd. Pág. 267 Subrayado en el original.

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