“La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubiesen permanecido durmiendo”
Horacio
No es posible, en modo alguno, realizar un análisis psicodinámico de la incertidumbre, sin antes definir qué se entiende por ese miedo paralizante al futuro que le impide a quien la padece disfrutar del aquí y el ahora.
De acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua, el vocablo incertidumbre es falta de decisión o resolución y los sinónimos son, entre otros, duda, perplejidad, falta de seguridad y vacilación, mientras que el Diccionario de Ciencias Médicas caracteriza el análisis psicodinámico como el método de interpretación que utiliza el investigador para descifrar los misterios ocultos en el inconsciente freudiano, y que salen a la luz por medio de actos fallidos u otros mecanismos de defensa no percibidos por el ser humano.
Según mi apreciación, esa «emoción paralizante», como la califica la Dra. Marta de la Fuente, psicóloga y psicoterapeuta hispana, no solo tiene su génesis en el componente instintivo del inconsciente freudiano, donde nace y crece como la mala hierba, sino también deviene parte integrante del proceso de formación y consolidación de la personalidad del hombre como ser genérico, y por ende, afecta o altera las tres grandes esferas que la configuran: la cognitiva, la afectivo-espiritual y la conativa, o sea, interfiere con la manera de pensar, sentir y actuar del otro.
Desde la óptica psicoanalítica ortodoxa, cuyo conocimiento nos pone en contacto directo con las emociones humanas, que yacen en el componente instintivo o espiritual del inconsciente freudiano, habría que destacar el hecho inobjetable de que la incertidumbre, o miedo al futuro, es una alteración emocional o característica personográfica muy difícil de modificar o eliminar, porque se aferra al comportamiento del no yo como la hidra a la pared.
La incertidumbre está presente en numerosos acontecimientos del quehacer cotidiano, en la mayoría de las situaciones que las personas afrontan: ejemplo: ¿Aprobaré el examen? ¿Será el hombre o la mujer de mi vida? ¿Podré quedarme embarazada o estaré contaminada con el VIH? ¿Me subirán el sueldo? ¿Tendré una recaída de mi enfermedad? ¿Qué dirán los análisis y demás exámenes complementarios? ¿Seguiremos juntos? ¿Estoy adoptando la mejor decisión?…
Todos —en mayor o menor medida— hemos sentido, sentimos o sentiremos incertidumbre, es inevitable sentir temor (no miedo) al futuro, pero el problema fundamental no es sentirlo, sino cómo controlamos esa emoción para que no mediatice nuestra forma de pensar, sentir y actuar.
Todas las personas sentimos temor, a veces, sobre lo que sucederá con algún hecho futuro que nos afecta directa o indirectamente. Eso, en principio, es normal, natural, ya que todos realizamos valoraciones sobre los acontecimientos y las decisiones que adoptaremos en un momento determinado de nuestras vidas. Pero si la forma de enfrentar esa situación es pensar en el peor de los desenlaces, y en consecuencia, enviar al universo una idea negativa o una profecía catastrófica, que genera preocupación, angustia excesiva y un pensamiento obsesivo, centrado exclusivamente en las peores predicciones, estamos hablando de ansiedad, un estado psicopatogénico que, según sea la intensidad, puede expresarse a través de diferentes síntomas .
A propósito, el Dr. Emilio Mira y López, ilustre psiquiatra hispano-cubano describía la ansiedad como miedo a lo conocido y la angustia como miedo a lo desconocido. Llegue el lector a sus propias conclusiones, porque vale la pena.
El punto focal de la incertidumbre gira alrededor de las emociones negativas que acompañan a ese estado de inseguridad por lo venidero: la ansiedad, la angustia, la irritabilidad, la tristeza (que puede llegar a la depresión como entidad nosográfica) o el enfado. Todas ellas tienen que ver con nuestra capacidad de resiliencia para afrontar la adversidad, nuestra tolerancia (no resignación) a que suceda un acontecimiento negativo, sino aceptarlo tal como es, para evitar el sufrimiento, que es precisamente, no querer aceptar la realidad o querer o desear cosas que no existen o no son reales.
En la mayoría de los casos, es tan frecuente esa escasa o nula tolerancia hacia la frustración o adversidad, que para muchas personas el refrán popular «más vale malo conocido que bueno por conocer» ha devenido vehículo idóneo que conduce su existencia terrenal
El manejo inadecuado del temor a lo que sucederá, ese miedo a lo que nos deparará el futuro nos puede condicionar en muchas áreas de nuestra vida; concretamente, en una muy importante, adoptar decisiones de envergadura: una posible separación conyugal, cambiar de trabajo, de casa, de escuela para los niños, etc. Dichas decisiones pueden convertirse, de hecho, en proezas irrealizables si se busca la certeza absoluta, aquella determinación perfecta, sin un ápice de error o defecto.
No debemos olvidar que la vida es un cambio constante, y las decisiones son necesarias. Muchas veces nuestras anticipaciones nos llevan a no adoptarlas a tiempo y en forma, y si las evitamos no avanzaremos y permaneceremos estancados, sin darnos la oportunidad, ante todo de aprender, de explorar; por consiguiente, de poder mejorar las ulteriores decisiones, y desde luego, nos seguiremos centrando en el miedo como forma de manejar lo desconocido, la incertidumbre.
Adoptar decisiones y equivocarse es siempre mejor que no tomar ninguna decisión.
El Dr. Ramón Bayés estima que existen 3 presentes:
Por último, finalizo con algunas sugerencias o recomendaciones formuladas por la Dra. Marta de la Fuente para combatir la incertidumbre o temor al futuro:
En momentos de adversidad, en momentos difíciles donde la incertidumbre hace erupción, aprovecha la oportunidad para crecer desde todo punto de vista, para conocer quién eres, qué objetivos persigues en la vida y hacia dónde encamina tus pasos.
Si se pudiese hacer cualquiera de esas cosas no serían necesario los concejos.