Corónica del mundo exterior (Parte 6)

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Psicoanálisis

¿Qué es primero, la confianza en el otro o el sentimiento de su amenaza? Es algo verdaderamente complejo. Según Freud, el semejante se introduce en nuestro mundo en forma de extrañeza y hostilidad. Incluso ese semejante que es nuestra propia imagen reflejada no nos resulta de entrada familiar. Cuando la World Wide Web comenzó a expandirse por el mundo, se daba por sentado que su éxito dependería de la confianza. Después de todo, ¿por qué razón habría yo de meter mi tarjeta de crédito y hacer clic en el botón de “comprar” algo que no he tocado con mis manos ni visto con mis ojos, y que se me ofrece desde un misterioso lugar que en verdad ni siquiera alcanzo a comprender dónde queda? La respuesta es la confianza. Por extraño que parezca, la confianza ha precedido innumerables acciones trascendentales a lo largo de la historia de la civilización. La confianza es un aspecto de la creencia en la verdad, y su existencia depende en exclusiva de la materialidad simbólica. La confianza no exige prueba ni caución, se otorga a cambio de nada que lo garantice. Es, en definitiva, un acto de fe, una fe que ha resistido incluso a nuestro renovado empeño por destruirlo todo. ¿Por qué debería creer? ¿Acaso no sobran las evidencias de que esa confianza se ha visto mil veces traicionada? Y sin embargo sobrevive.

Lacan dice que cualquier madre es como la boca del cocodrilo: el vuelo de una mosca puede alterarla sin ningún motivo y hacer que se cierre sobre lo que más ama. Eso no impedirá que aquel ser amado, el hijo, vuelva a meter la cabeza dentro. ¿De qué depende, entonces, esa misteriosa fe? Depende, fundamentalmente, de que uno crea que el otro no es completamente malo. Es una creencia “soft”, por así decirlo, porque tampoco es definitiva, pero al menos es suficiente como para que depositar un sobre por la ranura de una urna y pensar que eso servirá para algo. A pesar de toda la extraordinaria sofisticación científica y tecnológica, un gesto tan decisivo se sostiene hasta ahora en algo intangible pero al mismo tiempo poderoso. Pero también puede ocurrir que uno crea -es una creencia del tipo “hard”- en la maldad absoluta del otro. Una maldad que no tiene límites. Esa maldad justifica la falta de confianza, aunque el mecanismo es inverso: cuando alguien no cree en la palabra, y ha rechazado el pacto originario que une al hombre con la verdad, entonces el otro se convierte en un ser supremo en maldad. 

Un grupo de hackers alineados con el ejército sirio de Assad entró en 2013 en la cuenta de Twitter de The Associated Press, una de las agencias de noticias más grandes del mundo, y falsificó un tweet según el cual una bomba había estallado en la Casa Blanca hiriendo al presidente Obama. En las pocas horas que transcurrieron hasta que el twit fue retirado, la Bolsa de Wall Street perdió más de cien mil millones de dólares. La nuevas guerras no solo se harán con sangre y muertos. Hay un objetivo militar que es ahora clave, y que se vuelve cada vez más vulnerable y abatible: la confianza. Los servicios de inteligencia occidentales siguen el desarrollo de los ataques que no se realizan con misiles, sino con instrumentos cibernéticos capaces de fabricar con absoluta precisión vídeos falsos, alterar los datos de cualquier organismo público o privado, crear un caos de información que comience a erosionar la credibilidad de las instituciones. Nos enfrentamos a la posibilidad de que la confianza, que designa una relación con la verdad imprescindible para la convivencia, se deshaga en favor de la paranoia extendida. La paranoia extendida es favorable a los intereses totalitarios, que en la actualidad convienen a la triple alianza de ciencia, mercado y economía de depredación. Se necesitaron décadas y cientos de miles de millones de dólares para erradicar la viruela. En 2016, a unos investigadores canadienses les bastó tan solo cien mil dólares y unos pocos meses para sintetizar una variedad extinguida de ese virus. Según Jason Matheny, que dirige el Centro de Seguridad de Tecnologías Emergentes de la Universidad de Georgetown, con cien mil dólares se puede disponer de un arma vírica cuyo poder es equivalente a una bomba de hidrógeno, aunque ni siquiera se precisa matar a un número desorbitado de personas. Solo a los suficientes como para que la confianza en el mundo exterior retroceda y la sospecha infecte la vida cotidiana. Un ataque conjunto que altere los datos de un sistema sanitario (como ocurrió hace muy poco en el NHS del Reino Unido), las estadísticas políticas, o la contabilidad de las instituciones financieras, solo requiere un puñado de hackers y una estrategia bien organizada. Los aficionados a las teorías delirantes acerca de la relación entre las torres del 5G y el COVID19 serán los colaboracionistas de turno que contribuyan a  consolidar los efectos de la guerra que no vendrá del cielo, sino a través de los cables de internet. Una guerra que no busca matar a la gente, sino matarles el alma. Desalmarlos. 

Tengamos, al menos por una vez en la vida, ojos para ver más allá de lo que anuncian en la tele…

*Foto de portada: 5g sim daily stock render, por Александр Овчаренко

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SicologiaSinP.com - Gustavo Dessal

Psicoanalista y Escritor

Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Docente del Instituto del Campo Freudiano en España. Profesor itinerante en Argentina, Bolivia, Brasil, USA, Italia, Francia, Inglaterra, Irlanda, Polonia. Ha escrito libros de psicoanálisis y también de ficción. Reside en Madrid desde 1982. [...]