¿Es la satisfacción de la pulsión un estorbo para el sujeto en su camino a su deseo?

La última lección-3

Psicoanálisis

la satisfacción de la pulsión estorba al sujeto el camino de su deseo.
Ignacio Orga

En el principio era el verbo. ¿Qué quiere decir? Que hay algo en el cachorro humano y tiene que ver con su dependencia al Otro primordial, garante de los cuidados, signados por sus propias carencias, momento en el cual el infans va a ocupar un lugar determinado para el Otro. Entonces al principio está el Otro, aquel que con su decir nos instila el verbo: en el principio está el Otro, no hay sujeto. Esto es lo que Lacan llama alienación forzada, la bolsa o la vida, motivo por el cual no hay manera de evitar la dependencia de los significantes del Otro, del baño de lenguaje.

Este (des)encuentro, que es del orden de l´une-bévue, puede tener distintos desenlaces: amorosos u odiosos, lindos o feos, nunca armoniosos, porque somos, en el principio, parloteados por el Otro, seamos empiristas: nuestras mamis. Ahora bien, el Otro auxiliador nos cobija, alimenta y satisface nuestras presuntas necesidades y en este trecho hay una pifiada: como el Otro nos habla, interpreta el llanto según su fantasma trocando así nuestra necesidad orgánica al valor de la demanda. A partir de esta pérdida, “lo que se encuentra así enajenado en las necesidades constituye una Urverdrängung por no poder, por hipótesis, articularse en la demanda pero que aparece en un retoño, que es lo que se presenta en el hombre como el deseo”.

De este modo, la comida, el abrigo y las caricias no son más que hechos de discurso. Nos vacunan con anticuerpos, esto es, con el habla. Ahora bien, este remedio, necesario por la alienación puesto que es indispensable para que el niño sobreviva, algunas vacunas, es la enfermedad: cuando el verbo se encarna, esto es, cuando los significantes entran en el aparato por los distintos orificios del cuerpo, oral, anal, escópico o invocante se produce una pérdida, pérdida que funda la repetición. En este punto, la vivencia de satisfacción detallada por Freud en el implica que en un tiempo pretérito hubo una marca en la cual la necesidad aparentemente fue colmada y que el aparato tiende a rebuscárselas para reencontrar-LA.

Esta hipótesis se funda en la idea de que la pulsión nace del apuntalamiento: un plus de la necesidad. El problema es que esta vivencia mítica es que, si se la busca por medio de la regresión alucinatoria, en lo real no produce disminución de la tensión: el aparato ha de buscar en el afuera el objeto para disminuir la tensión. Aquí el principio de placer ha de enredarse en sus propios pies puesto a que “la tenaz adherencia a las fuentes de placer disponibles y a la dificultad de renunciar a ellas parecen constituir una tendencia general de nuestro aparato anímico, tendencia que podríamos atribuir al principio económico del ahorro de energías” (633).

De esta manera podemos pesquisar que hay algo en el principio de placer que responde con algo que está Más allá del principio de placer y es lo que Lacan nombró como goce. De este modo, la castración y el goce van de la mano: en la medida en que se introducen los significantes en el aparato se produce una entropía, una pérdida de energía. En este punto algo se tiene que compensar porque, de entrada, por medio de esta pérdida, de entrada estamos es un número negativo. Por esta razón “sólo la dimensión de la entropía hace que esto tome cuerpo, que haya un plus de goce que recuperar” . A lo que Lacan añade que la pérdida del goce sexual, instaurado por la castración, hace que el aparato trabaje por el plus-de-goce. Esto es lo que Freud instaura como el objeto perdido, como aquel que funda la repetición.

Ahora bien, el aparato funciona como ahorro de energías y a la par que en la medida que los significantes entran en el aparato se produce una entropía, ¿no es un poco engorrosa la vida del parlêtre? Ante este embrollo, el inconsciente ha de ser comandado por la pulsión querulante, la cual se siente ofendida por esta pérdida y buscará los medios de indemnización. Es aquí que entre la pérdida y lo que se encuentra está el goce: en la medida en que el S1 se dirige al S2, buscando algún medio de satisfacción, se produce una entropía, una merma. Pero en este punto el cuerpo ha de ofrecer “el hueco, la hiancia, que de entrada llenarán, sin lugar a dudas con objetos que, en cierto modo, están adaptados de antemano, hechos para servir de tapón” de esta pérdida. El embrollo tiene que ver que este objeto, en tanto tapón, si está emparentado con el objeto mítico, en el recorrido hay una falla estructurante. Podríamos decir que en esta dinámica el sujeto trabaje por algo que no le sirve para nada en su vida: la satisfacción de la pulsión estorba al sujeto el camino de su deseo. Este modo de satisfacción es lo que Freud delimitaba como placer en una zona, displacer en otra: el neurótico paga muy caro por estas satisfacciones. Por esta razón Lacan propone que nuestra intervención está justificada en la medida que los sujetos penan de más con su satisfacción. En este punto, el saber es el medio del goce en la medida que todo gira en torno en que este saber que nos habita, el famoso inconsciente, trabaja, como el esclavo, produciendo objetos para gozar.

lacan

Este famoso inconsciente Lacan lo formula a partir del discurso del Amo. Los lugares son agente, arriba a la izquierda, Otro, arriba a la derecha, producción abajo a la derecha y verdad abajo a la izquierda. Si tomamos la cuestión del amo y el esclavo por Hegel teorizada, sabemos que hay una mítica lucha por puro prestigio en la que dos personas luchan por el reconocimiento. Hegel plantea que el deseo humano es deseo de un deseo, no deseo de la cosa, entonces lo que surge aquí es que luchan por el reconocimiento. Ambos luchan por ser reconocidos por el Otro. Lo que sucede es que el que resulta ser Amo se enfrenta a la muerte, a la posibilidad de morir luego de la disputa. Ante la consciencia de la posibilidad de morir el esclavo ha de ser quien retrocede. El amo se enfrenta a lo real, a la muerte, y por esta razón queda representado por el significante de amo; mientras que el esclavo, que no tiene su reconocimiento, ha de ser el que disponga del saber, los medios del goce en tanto pueden modificar su existencia como la de su entorno. Ahora bien, el esclavo es dueño del saber. Si el inconsciente es un saber producto de los dichos del Otro, no podemos desconocer que la pulsión de ex-siste en tanto es el decir. La pulsión es querulante, “esto es, en suma, esto y nada más, lo que el amo tenía que hacerle pagar el esclavo, único posesor de los medios del goce”, contentándose “con este pequeño diezmo, con un plus de goce, y después de todo nada indica que el propio esclavo se sintiera desgraciado por el hecho de darlo”.

Esta razón por la que Lacan dice que “el discurso del amo es el discurso menos verdadero, es decir el más imposible. Ese discurso es mentiroso y es precisamente en eso que alcanza lo real”. Esconde la verdad en tanto el amo encuentra su verdad en el trabajo del esclavo, en tanto hay sujeto en la medida que se produce la pérdida del objeto. Pero la tenaz adherencia al ahorro de energías es lo que lleva al sujeto gozar de este objeto que lo causa, a satisfacerse a taponando la pérdida: Un saber que no produce un sujeto, sino que, todo lo contrario, lo esconde. Al decir de Lacan en Respuestas a estudiantes de filosofía “una división del sujeto causada por un objeto, es decir taponada por él, o más exactamente el objeto cuya categoría de la causa ocupa el lugar en el sujeto”. En este punto, si el discurso del analista es el reverso del discurso del amo, lo es en la medida que apunta a que este objeto tapón, esté en el lugar de causa, esto es, advertir al sujeto sobre los medios de producción que dispone, del Unbewusste, para capitalizar algo propio a partir de su estructura sintomática.

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