Labor de cirujano: la transferencia, concepto fundamental del psicoanálisis

Herbert_James_Draper,_Ulysses_and_the_Sirens

Psicoanálisis

En el Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI Lacan dice que no hay verdad que no mienta. Es una afirmación que lleva a interrogarnos el por qué del psicoanálisis. Por suerte continúa diciendo que esto no ha de ser impedimento para que uno corra detrás, ya que “decirla toda es materialmente imposible: faltan las palabras. Precisamente por este imposible, la verdad aspira a lo real”. 

Es la fraternidad de la verdad con lo real la que hace del análisis un transcurrir por el encamina-miento: no hay modo de decir la verdad, toda la verdad, si no es pasando por la mentira, puesto que lo real no se puede decir. “La meta es que el goce se confiese, y, precisamente porque puede ser inconfesable” razón por la cual, para abordar cómo el sujeto se enfrenta a lo real de su estructura, es indispensable realizar un forza-miento.

Fue la escucha instaurada por Freud, al quedar afectado por lo que sus histéricas de antaño le contaban, la que lo llevó a concluir que estos escollos tienen relación con una verdad escondida. Los neuróticos no son seres maravillosos y puros, tal como algunas corrientes psicológicas sostienen, sino seres gozantes que reprimen la verdad y, como lo que se echa por la puerta retorna desde la ventana, esta verdad reprimida, tan ajena a quien la encubre, se expresa de manera desfigurada por los mecanismos del inconsciente ofreciendo tropiezos en la vida cotidiana. 

Lo excepcional de su descubrimiento es que estos efectos cesan si el sujeto está advertido de lo que hay detrás de su padecer; que para desembarazarse de los chanchullos de las palabras es necesario decirlas. 

Es en el encamina-miento de un análisis que el sujeto puede encontrarse, por medio de sentarse a dialogar con un analista, con su verdad mentirosa: advertir de qué modo está aferrado a su inconsciente para poder hacer algo con los traspiés que le obstaculizan lo real de la vida.

Para esto es necesario que haya analista y, para que haya analista, es fundamental que haya escucha. De lo que se trata es de hacer lectura del discurso del analizante pesquisando las escrituras del inconsciente, las cuales aparecen enmascaradas por “el carácter fundamentalmente equívoco de la palabra, por cuanto la función es la de ocultar tanto como la de descubrir”. Por esta razón Lacan sugiere que, si bien es necesario escuchar, “todo lo que el analista escucha no puede ser tomado al pie de la letra”.

¿Qué quiere decir con esto? Que no es lo mismo leer a la letra que tomar al pie de la letra. No hay que dejarse tomar imaginariamente por las necedades que el analizante dice, porque se cae en la trama fantasmática de la que está cautivo. Es fundamental para la práctica psicoanalítica atenerse a que “entre el uso de significante y el peso de significación, la manera en que opera un significante, hay un mundo”. Hay equívocos y, si hay equívocos, debemos encontrar el sentido implícito que permanece oculto en otro sentido.

En L´Etourdit, Lacan formula tres pilares que deben confluir en la interpretación: la homofonía, que se desprende de la ortografía, contemplando una inspiración poética, un sentido implícito en otro sentido; la gramática de la pulsión, que implica considerar las partes del discurso del analizante que se retienen de las precedentes; y la lógica del fantasma, en tanto el inconsciente es insensible a la contradicción. 

Estos tres recursos implícitos en la interpretación requieren por parte del analista la suspensión del sentido, ya que el goce de oír sentido estorba la escucha. Además, si se le suma la facilidad con la que los analizantes tiran la piedra y esconden rápidamente la mano, negando responsabilidad sobre las formaciones del inconsciente, no habría manera de salir de esta circularidad.

Hay un punto de escape, “estafando”. Partiendo de un punto de fuga, de lo real, el cual se perfila excluyendo el sentido, se puede interpretar, devolver el sentido que se encuentra inter-dicto: la verdad está escondida entre los dichos del analizante, motivo por el cual el analista debe restituir su decir. Para esto es necesario “que pueda darse cuenta de la pendiente de las palabras para su analizante, lo que incontestablemente ignora”: el psicoanálisis desde que ex-siste se aficiona en hacer consciente lo inconsciente. 

Ahora bien, ¿cuál es el oficio del analista? ¿Cuál es el costo, para un analista, de soportar lo real? ¿Con qué paga un analista su función? 

Lacan, en La ética del psicoanálisis, retoma un punto que ya había fundamentado en La dirección de la cura y los principios de su poder, y es que el analista tiene que pagar algo para sostener su función: “paga con palabras –sus interpretaciones. Paga con su persona, en la medida en que, por la transferencia, es literalmente desposeído de ella”. 

La transferencia es definida como la “puesta en acto de la realidad del inconsciente”, definición harto conocida. También se sabe que “por sí sola constituye una objeción a la intersubjetividad”. Por consiguiente, el oficio del analista implica, más allá de la interpretación, suspender el propio inconsciente: la propia neurosis no está invitada a ser partícipe de la sesión, ni como elenco ni como espectadora. 

El analista paga soportando lo real, dejando de lado las incitaciones de su inconsciente, maniobrando sobre la insensibilidad de contradicción, motivo por el cual Freud vincula la práctica con el quehacer del cirujano, puesto que es indispensable llamar a “silencio a todos sus afectos e incluso a su compasión humana” para poder concentrar “todas sus energías psíquicas en su único fin: practicar la operación conforme a todas las reglas del arte”. 

No obstante, para suspender el inconsciente no es necesario atarse a un poste. Es condición sine qua non que el analista tenga atravesado su análisis, para estar advertido sobre las marcas que lo habitan, y así evitar los puntos ciegos y sortear la tentación de cosquillear sirenas ¡que tan bien expresan sus (en)cantos!

*Imagen de portada Ulysses and the Sirens por Herbert James Draper

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