Quien no ha escuchado esta expresión en boca de alguien, e incluso de forma cotidiana, entre la familia, amigos o vecinos. Aunque no lo parezca, esta expresión merece un comentario y su análisis.
Si nos remitimos a su significación más simple, una época, no es más que un período de tiempo en la historia de la humanidad, de una sociedad, de un grupo de individuos, o de una persona, este último, es el que me ocupa en este ensayo.
En este “comentario analítico”, me voy a referir a aquellas personas que lo expresan, asintiendo un momento de su vida, como algo que fue bueno o malo, pero que marcó su interior sentir, permaneciendo en su idiosincrasia pasada, presente y futura, como algo que debería aun ser puesto en conocimiento de los demás, sobre todo, las generaciones posteriores a él, y un emblema del cual puede estar orgulloso, o de que, gracias a los nuevos tiempos que corren a su alrededor, no hay que vivirlos.
Hay quien se enorgullece de este fenómeno individual, social y psicológico, pero creo que no podemos estar del todo de acuerdo. Si queremos estar a tono con el “ritmo de la vida”, avanzando en el transcurrir del día a día, sin la miseria sentimental de la añoranza y la nostalgia de algo que fue y no lo es en la actualidad, tenemos no solo que decir, sino creérnoslo, e interiorizarlo de manera fortificadora y fructífera, “mi época”, individual e íntima, es la que pasó, la que está pasando y la que debe seguir pasando, yo al frente de mi bregar y mi destino, haciendo la salvedad de las concepciones religiosas y filosóficas, que discurren mucho sobre este tema, el destino, con las cuales no tengo nada en contra y pueden coexistir mis pensamientos y acción, con sus disquisiciones.
Mis palabras no son ley ni ciencia consumada, es un criterio más. Solo les pido, amigo lector, que lo analicen, y sobre todo, se lo cuestionen se lo cuestionen, esto sería un logro de mis intenciones.
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