Educar no es sinónimo de reprimir

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Psicología Clínica

¿Castigar o no castigar? Es una pregunta que nos hacemos casi todos los padres. Quizás es por la preocupación acerca de si es algo beneficioso o no, en la crianza de los hijos. 

Alguna literatura moderna defiende que los niños no deben castigarse. Ciertamente conversar mucho y explicarlo todo con afecto y cercanía, es la primera condición de una educación de calidad. No obstante es imprescindible contar con una definición de las normas y límites, así como el establecimiento de efectos derivados de su transgresión e irrespeto. Si no ocurre algo, luego de que un niño tiene una conducta que ya ha sido tipificada como inadecuada, no podrá entender que no ha actuado bien. Por eso en lugar de hablar de castigo, preferimos decir que deben existir consecuencias aparejadas a los comportamientos negativos. 

Ahora bien, hay que pensar en cuáles son las normas que se establecen, la necesidad y racionalidad de cada una de ellas. Que sean apropiadas a la edad y la capacidad de discernimiento del pequeño, que no vayan en contra de su desarrollo. Por ejemplo “estarse tranquilo” puede no favorecer la necesidad de movimiento y expansión del niño. 

Contar con demasiadas normas es tan nocivo como su ausencia. Cuando esto ocurre, el niño estará siempre caminando por una cuerda floja con múltiples amenazas rondándole y se corre el riesgo de que se familiarice con esta sensación, al punto de ser indiferente a los castigos. Otras veces se regaña sin establecer grados de severidad, lo cual conspira contra la comprensión de la gravedad de las conductas inadecuadas. No es lo mismo haber conversado en el aula que llevarse a casa escondido un juguete que no era suyo. El niño debe entender, según el modo en que lo abordemos, que si bien no es correcto interrumpir y no atender a clases, apropiarse de lo ajeno es una de las actitudes más feas que existen y que se le nombra con una palabra muy fea y dura.   

Nunca debe castigarse cuando el pequeño desconocía la falta en la que había incurrido. En primer lugar debe existir total claridad acerca de las normas establecidas y el por qué de las mismas. Deben fundamentarse como principios necesarios para la organización de la vida, que los niños comprendan que existen en todos los lugares y para todas las personas, así como se definen también las sanciones para su incumplimiento. Se les puede graficar con situaciones diversas; por ejemplo qué sucede si un chofer no se detiene en un semáforo en rojo, qué podría suceder y qué haría un policía en un caso como este. Las explicaciones del tipo “es así porque yo lo digo” solo generan sumisión o rebeldía, sin que se aprenda el valor de la norma. 

Los castigos no son para que los adultos experimenten el disfrute del poder ni desahogo emocional. De hecho cuando se requiere a un niño, debe hacerse con control de las emociones negativas, sin ofensas ni agresiones de ningún tipo. Lo que ocurra como medida debe relacionarse con la falta. Si no copió una clase, la medida sería copiarla enseguida, no dejar de ir al parque. Si ensució a propósito una pared, corresponde lavarla, no encerrarlo en el cuarto. Las consecuencias derivadas de una mala conducta deben ser inmediatas a lo sucedido y por cortos períodos de tiempo; los castigos diferidos o muy largos no son para nada efectivos. Dejan de servir como modo de orientar hacia la conducta deseada. 

Nunca debe castigarse con las necesidades fisiológicas: alimentación, sueño, excreción entre otras. Tampoco deben violentarse las emocionales y psicológicas: el juego, el afecto, el reconocimiento, la autoestima entre tantas de mucha significación para la salud mental del niño. Los adultos no deben perder de vista que los niños tienen los mismos derechos que ellos y que la crianza no debe impedir su realización, más bien garantizarlos. 

En el caso de los padres divorciados es completamente incorrecto, formular sanciones que impidan el vínculo con el que no tiene la custodia. El acceso a ambos progenitores nunca debe ser un castigo.  

En cualquier variante, la vida no debe transcurrir plagada de reprimendas. ¿Nos hemos detenido a pensar en las vivencias de un niño que se pasa casi todo el tiempo castigado, por una razón u otra? Educar no es sinónimo de reprimir, es preparar para la vida. El maltrato físico o psicológico que se denomina “castigo” no puede ser aceptado ni legitimarse, en nombre de la educación.  Es totalmente desacertado que tratando de enseñar al niño, perjudiquemos su bienestar psicológico.

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SicologiaSinP.com - Roxanne Castellanos Cabrera

Licenciada en Psicología

Lic. en Psicología (2001) Máster en Psicología Clínica (2008) Doctora en Ciencias Psicológicas (2017) Profesora Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. Compiladora y autora de "Psicología. Selección de Textos", Editorial Félix Varela (2003), autora de "Los niños, la Escuela y otros temas. Sugerencias para padres y maestros", Editorial José Martí (2016). Investiga en temas de bienestar psicológico infantil. Directora del Centro de Orientación y Atención Psicológica (COAP) de la Facultad de Psicología, de la Universidad de La Habana. [...]