Habitaciones Cerradas
Sigo escribiendo en la misma habitación en la que me dejaste.
Insisto en la obligación de tu búsqueda en mis sábanas, detrás de las puertas
y en las alfombras del retrete, en las que tanto disfrutabas dormir.
Me he quedado quieta, entumecida, adolorida,
varada entre los recuerdos y la realidad
pero no te hallo, solo te invento.
Abro puertas y ventanas tratando de escuchar tus pisadas.
Y solo hay sonidos engañosos,
mi corazón hace pantomimas con la desesperanza.
La muerte no duele, pero el vacío sabe a ausencia
Busco en mis recuerdos una manera de evocar tu amor.
Mi alma se endurece, una defensa inconsciente de la nobleza
Los mortales ignoran la esencia del amor de un animal.
Batallo en soledad en la misma habitación en la cual solías
consolar mi cuerpo, acurrucar mis miedos.
Tus ojos dormían el odio construido en mi niñez.
Los días pasan y las personas insisten en tu olvido
pero solo yo sé que la poesía es la única forma
de amarte, de mirarte con alegría desde la
fría distancia y apreciar con tranquilidad
tu descanso eterno.
Continúo escribiendo en esta habitación cerrada
en la que tantas veces soñamos juntos.
Esta habitación que no sabe decirte adiós.
Por: Kristal M. Rivera González
Aires de mi piel
Todo esplendor fue verde allí
sobre todo en las tardes de aguacero
cuando se salpicaba
aquella larga mesa bajo techo
a la que nunca se sentara hermano.
Un paredón al fondo y más allá
el placer: solar sin dueño
–santuario de los jubos–
que devoraba todas las pelotas
tatuadas en colores.
Soñado sea quien construyó la fuente
con sus escalerillas y escalares
de perfil ilustrado:
soñado sea el abuelo
que echó hacia arriba una segunda fuente,
vencedora de musgos,
y le dio surtidor itinerante.
Qué riqueza de vida
tener aguas oscuras para soltar mi barco:
toda vela fue blanca allí
donde era negro el sol
y me enseñaba el abecé del patrón mágico
que entrelaza destinos y palabras.
Cierra la noche: aroman los jazmines,
me llaman a dormir
o a contar (es lo mismo):
y yo me escondo a refrescar mi piel
donde las arequitas dan los buenos aires.
Por: Juana Rosa Pita
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