El lugar de la angustia en la contemporaneidad 

angustia

Psicoanálisis

En su libro Angustia, la filósofa eslovena Renata Salecl, sostiene que “el capitalismo actual convierte las angustias de las que hablan los medios en herramientas que utiliza en su propio beneficio mientras produce nuevas inseguridades…” ¿De qué se tratan esas nuevas inseguridades posmodernas? Son específicas del hípercapitalismo (posmodernidad o postilustración), están sostenidas en la ideología del Just do it, la fe en que Impossible is nothing y remiten a un supuesto exceso de libertad contemporáneo. 

En primer lugar, esta nueva “libertad” debe articularse al declive de la autoridad paterna, ya no es necesario luchar contra las viejas formas de autoridad porque han perdido su potencia. La declinación del Padre remite a la degradación del “programa institucional” en términos sociológicos. Por otra parte, al hundirse la ficción simbólica moderna, sin embargo, no todo ha sido color de rosa dado que la liquidez de los tiempos ultramodernos pone en escena lo que otrora aparecía velado tras la apariencia de un consenso o de una «voluntad general», a saber, la ferocidad del superyó como componente constitutivo e ineliminable del sujeto y de la Civilización. En este sentido, el sujeto de nuestra era es un ser que se siente permanentemente “inadecuado”, “en falta”, culpable, etc., con respecto a los mandatos sociales que, gracias a la era de la tecnociencia, pululan de manera permanente –de modo constante como la pulsión– y abarcando casi todo el tejido social, sin grietas. 

Dice la filósofa mencionada: 

La sociedad de consumo parece florecer y crecer mejor en un sentimiento particular de inadecuación que actualmente se experimenta con frecuencia. Para entender el poder de ese sentimiento, basta con mirar cualquier revista de mujeres o la sección “estilo” en los diarios. Además de avisos e informes sobre moda, cosméticos y celebridades, lo que encontramos en esas publicaciones es consejo. 

¿Qué puede significar “consejo”, para un psicoanalista? ¿Es casual esta proliferación actual de counselors (consejeros psicológicos) que han venido a sustituir a los confesores del catolicismo pero que, en parte, reclaman su espacio en el terreno de la Salud Mental o, al menos, en el abordaje catártico de la subjetividad?

Evidentemente la gente está angustiada y no sabe muy bien qué hacer con eso. Recurre a supuestos “especialistas” que le dicen lo que tiene que hacer (órdenes) o lo que es mejor no hacer (prohibiciones). Otros, en cambio, directamente van a que se les prescriba el psicofármaco adecuado, casi sin mediación conversacional alguna. 

Pero detengámonos un momento en la cuestión del ser aconsejado. Un consejo, por más que se lo disfrace con el desinterés, siempre tiene una dirección, orienta al sujeto hacia determinado modo de gozar. Podemos tomar el imperativo de «Ser feliz» (“el lema que parece justificarlo todo”), el cual tiende a reemplazar la antigua noción ilustrada de autonomía por un decadente empuje hacia la idea de autosuficiencia, esto es, a “realizarse libre y espontáneamente sin un marco público de referencia (…). [Lo cual] Actúa, al menos, como un cortocircuito de la responsabilidad solidaria; ¡los problemas de los demás no son mi problema!” 

No hay un aconsejar que no esté sostenido en una “ética” del bien gozar (según el Otro de turno, es decir, acorde a la Moral del Sistema), en una creencia confesa o no en cierto Soberano bien o Bien Universal. Pero es precisamente esto lo que redobla la angustia, es decir, que las soluciones que se proponen resultan ser peores que el “mal” que se pretende “curar” (nosotros sabemos que de faltar en ser no se cura). Y lo que es peor, se pretende sofocar la angustia por el camino de la satisfacción pulsional, por una exacerbación del principio del placer. Al haber una exaltación del Ideal, correlativamente, hay una afirmación del goce, cuando desde el pensamiento psicoanalítico, pensamos que su destino debería ser todo lo contrario, o sea, la expulsión – la exclusión de ese goce que mejor no. Ahora bien, con respecto a esto último, ¿cómo lograrlo? 

En este punto, la ética del psicoanálisis –que es una ética del deseo y no del goce–, introduce la cuestión de la abstinencia. En primer lugar, por parte de quien sostiene la posición de analista. Para que un sujeto pueda reposicionarse ante su conflicto, primero tiene que poder escuchar-se, tiene que salir del significante del Otro en el que está atrapado (sin saber que lo sabe) y tomar posición frente a esas amarras simbólicas que comandan su repetición sufriente. Tiene que poder pensar críticamente su situación y eso implica como condición de posibilidad que no se lo atiborre con respuestas sino que se le devuelva el derecho a la pregunta y al no-saber, para que así pueda renacer la curiosidad. El psicoanalista es aquel que se abstiene de tomar al analizante como objeto de goce y, a la vez, tampoco permite él ser tomado como tal, sustrayéndose cada vez y cada vez, de los diferentes lugares en los que transferencialmente va siendo ubicado. Desmarcándose, anulándose, restándose del plano imaginario. No operando como I (A) sino introduciendo el registro de la ley, que es un orden diferente, puesto que ésta no remite a la omnipotencia del Otro sino a su castración. El analista presentifica además la dimensión del objeto a, término que pone en juego la distancia pertinente entre el sujeto y el Otro para que algo del deseo pueda ponerse en movimiento. Por eso mismo, puede advenir momentáneamente como algo siniestro. El espacio analítico es convergente con un uso de la angustia a los fines de la sustracción –el desasimiento– del sujeto del lugar que ocupa, para el Otro de su fantasma, como objeto tapón de su falta. La angustia media entre el goce y el deseo. 

Volviendo sobre la cuestión de la estulticia, el estulto es el sujeto de la Cultura de la Mortificación. Es hijo del superyó más que del corte (castración), por eso está profundamente expuesto a hacer y/o a que le hagan crueldades. Es decir, el estulto es objeto de maltrato cuando no maltratador. Pérdida de coraje, de lucidez, de contentamiento en el cuerpo son los tres componentes que caracterizan al «síndrome de padecimiento» propio de este malestar hecho cultura. Creo que también responden a la caracterización de la stultitia. En especial, si se puntúa la antinomia de los términos señalados como ausentes: hay un predominio de la cobardía, de la torpeza y de la tristeza corporal. El estulto es el sujeto mortificado.

¿Será acaso la estulticia el padecimiento de la época? 

¿En qué consiste específicamente la mortificación? Dice Fernando Ulloa, a este respecto: 

El término mortificación alude al dolor psíquico. Tiene con frecuencia un matiz mortecino, aquel que propician los estados de alienación, en los que el sujeto zozobra en la costumbre por efectos de la renegación. Siguiendo lo planteado por Freud, defino este último concepto como un negar que se niega, acto sintomático que deteriora la capacidad perceptual del titular de esa renegación.

Ante la inquietante pregunta por el deseo del Otro, por mi perdido e irrecuperable ser de sujeto y frente al hecho de que el goce todo no es, aparecen ciertas promesas de completitud soportadas en ideales –el capitalismo como amo moderno– que delimitan un adentro y un afuera de manera aún más tajante y brutal que en tiempos del predominio del amo antiguo. Un ejemplo de esta idea del “adentro y afuera” radical al que asistimos en esta época, es la serie brasilera 3 %, ficción que “se desarrolla en un futuro distópico en Brasil en el que a las personas se les da la oportunidad de ir a la «mejor cara» de un mundo dividido entre el progreso y la devastación, pero solamente el 3 % de los candidatos va a tener éxito.” Allí, los sujetos miembros del Continente que han llegado a los veinte años, tienen la única oportunidad en su vida de acceder al “Proceso” –travesía psicopática, individualista, darwinista social y meritocrática extrema– para ser seleccionados como los elegidos que pasarán a Mar Alto, mundo ideal, pleno, armónico, feliz y consistente. 

El amo moderno ya no quema libros como el antiguo dictador, sino que los produce, escribe recetas sobre cómo descartar “gente tóxica” o, más bien, cómo deshacerse del tóxico interior, del fracasado, del perdedor que alguna vez fuimos y que permanentemente corremos el riesgo de volver a ser. 

Lo epocal parecería efectuar una reintroducción del goce-que-mejor-no mediante la no renuncia al Objeto. Esto, empero, no implica que no haya forclusión alguna. Al contrario, a ese lugar de resto es arrojado todo aquello que no se amolde al Ideal de (auto) sacrificio y (auto) explotación capitalista, aunque eso expulsado sean vastas cantidades de seres humanos, como vemos que sucede por ejemplo con los niños, con los inmigrantes, con los campesinos o con las mujeres. Todo lo que no trabaja o no es productivo, merece ser destruido, desechado. Todo lo que alarme, cuestione o comprometa al oscuro dios Capitalista actual merece ser incinerado, asesinado, como sacrificialmente lo son esas jóvenes que, cada dos por tres, son violadas y asesinadas brutalmente. No son meramente crímenes libidinales: son actos mafiosos, es decir, mensajes que envía el poder para intimidar y poder así perpetuarse impunemente. Los femicidios no sean sino, tal vez, los crímenes por excelencia de la Cultura de la Mortificación contemporánea, es decir, de lo que he llamado estulticia (que resuena con la caracterización de goce del idiota que Lacan hace del goce fálico). 

, , , , , , , , ,

Compártenos tu opinión

avatar
  Subscribe  
Notify of

Compártelo con tus amigos si te ha gustado

Artículos relacionados

SicologiaSinP.com - Luis Langelotti

Psicoanalista y escritor egresado de la Universidad de Buenos Aires

Actualmente se dedica a la clínica psicoanalítica freudo-lacaniana. Dentro de sus investigaciones actuales se destaca el interés por recuperar el espíritu crítico y polémico del pensamiento freudiano tomando pensadores de otras disciplinas. [...]