Violencia sexual y no sexual. Poder y pulsión

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Psicoanálisis

Cuando la lógica del poder o del dominio, se combina con la sexualidad, hablamos de violencia sexual, distinta de la violencia a secas, aunque ambas producen daños en las víctimas. La segunda no encuentra goce en lo sexual pero puede llevar a la víctima a la muerte, ya que también hay un placer en juego, un goce, y todo goce es en mayor o menor medida pulsión de muerte.

Cuando la violencia no sexual, se combina con una ideología compartida por un grupo, ideología de dominio, de superioridad, y se expresa en un ejercicio sistemático de control destinado a probar su poder y a “engrandecer” o a confirmar su identidad como grupo, en actos de crueldad como humillar a las víctimas, hablamos, posiblemente de racismo, de nazismo, u otros movimientos mortíferos.

En ambos tipos de violencia, sexual y no sexual, están presentes el goce en la humillación , el ejercicio del dominio, la necesidad de engrandecer el propio ego, grupal o individual por medio de acciones que generan el miedo y la obediencia de las víctimas, capaces de hacer cualquier cosa para salvar su pellejo, su vida o su mundo interior, refugiándose por ejemplo en fantasías que alejen su mente de su cuerpo. El violador interactúa con un cuerpo dominado por el miedo, un cuerpo no pasivo ni en guerra, un cuerpo que intentará salvar la vida, no empeorar las agresiones, y ello, triste y miserablemente, podrá hacerle creer al violador que ese cuerpo consintió o incluso disfrutó de la ofensa sexual. La realidad la tenemos en el consultorio y en los diarios, la realidad se llama trauma, y es tan difícil de superar como cualquier otro trauma, como haber sobrevivido a un asalto, o a una catástrofe, o a un plan sistemático de exterminio, ya que en este existe el mismo odio y el mismo goce en la ejecución de un plan asesino que en una violación, no así en una catástrofe natural.

“Bajarse una mina” es igual que “cargarse un trofeo”(1) . Cuando un hombre concibe su propia sexualidad como un alimento para su ego, estamos en problemas, y hay violaciones en potencia. Es alarmante porque es un problema cultural, ya que los hombres suelen utilizar el sexo, como forma de goce para engrandecer su ego, hablan entre ellos de sus “hazañas”, en otras palabras, son narcisistas en este punto. Y la libido del “yo” es agresión. Utilizan metáforas como “cazar” que se vuelven oscuramente literales: cazar implica seducir previamente; se trata de una emboscada. Hay violencia y hay emboscada. El mismo lenguaje vulgar que utilizan entre pares los delata.

¿Sería exagerado pensar que tenemos tantos violadores en potencia como hombres?

Seguramente que sí, no todos ni mucho menos están viciados. Algunos ponen la libido en otro lado (que no sea su yo) , o incluso en el sexo de otra forma, aprenden a dar, y a separar el ego del acto sexual egocéntrico. Desnudarse realmente es dejar el ego fuera de las sábanas, es perderse y confundirse en la piel del partener sin saber qué es de quién, no hay dominante ni dominado, hay unión. Y eso es algo que un violador, un “macho” no conocerá. Está solo con su fantasía, y el miedo de la víctima es su pareja; es el miedo quien consiente hacer las cosas que él pide, no es la mujer, es el miedo que ella siente, lo que la lleva a seguir el juego sexual para no morir. Los hombres pueden generar fácilmente terror, horror en una mujer, cambiando un tono de voz, dañando físicamente, cerrando una puerta con llave, son acciones que alcanzan para engendrar el temor en una chica que pensó que pasarían un buen momento. Para qué trabar una puerta si no es para horrorizar y gozar con ello, de ello, y luego desentenderse impunemente y culparla, como el resto de la sociedad lo hace, a ella, por haber ido, por no haberse resistido, porque manifestó tal vez previamente que el chico o el hombre le parecía atractivo. Alguien puede parecer muy atractivo pero eso no da derecho a violar. Hay un goce en que el acto sexual se consume de esa forma, hay planificación siempre que hay violación. Se llama “idea fija”.

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Una mujer violada ha sido previamente un blanco en la fantasía del violador. Es una mujer agredida por placer en el sentido de goce. Como explica Hercovich en su texto, La violación: un negocio siniestro. La pareja del violador en el momento de la violación es el miedo de la víctima. Lo que es más terrorífico aún, en una sociedad machista el violador interpreta los comportamientos sexuales, tiernos o de rechazo de la víctima, como un “si”. No lo interpreta como deseo propiamente dicho, pero le sirve para seguir adelante con su deseo de dominio y de someter. Durante una violación una mujer puede tener comportamientos maternales, compasivos, o tiernos intentando que su pareja frene, que se “tiernifique”, que baje, que se calme, que entre en razón. Pero ello será interpretado como un “si”.

El rechazo físico por su parte, la mentada resistencia física, solo llevará a más violencia, a mayor daño, ya que el miedo alimenta al violador su deseo de someter. Desear estar con alguien sexualmente no es un delito, violar a alguien sí. Pero a ella se le juzga por haber albergado en algún momento un interés sexual por la persona que terminó siendo su agresor. El único que busca la violación es el violador. Ella ha intentado aminorar los daños mostrando rendición, y por eso, el tipo se irá tranquilo, tan tranquilo que al otro día incluso, será capaz de mandarle un mensaje “buena onda”. Mientras, ella llora, se despierta dolorida, con sangre en su zona genital, va al médico, se hace exámenes de VIH, etc. Pero él, inmerso en su ego y en una sociedad machista que avala su accionar, será capaz de enviarle un mensaje como si nada pasara, porque para él nada malo pasó, él gozó, y quiere volver a hacerlo. Este es un problema grave socio cultural.

Lo mismo ocurre en los ataques de origen racista: hay placer en la ejecución del acto criminal. Hay placer en tomar una vida como si fuese un trofeo, y hay placer en agredir, lastimar y tomar sexualmente a una mujer que siente temor durante el ataque. Hay placer en el temor, en el horror que se genera sobre las víctimas.

El atacante necesita llevar a cabo un guión que solo él conoce, por eso busca generar alguna situación en la que la víctima, sin saber su destino, caiga, pronuncie las palabras, siga el guión.

Como en el futbol los jugadores, las patotas pueden fingir una falta, antes de llevar a cabo una golpiza, un agresor o una patota puede fingir una ofensa, eso equivale a una emboscada, es la invención del motivo que en su cabeza le habilita a seguir con su plan de matar a golpes a alguien que en un primer momento le pide disculpas. La humillación de la víctima, el pedido de disculpas, el miedo, genera en el agresor la chispa que necesita para encender su odio. Es un ataque planeado, gozado, que hace pasar un ataque por un conflicto entre partes iguales. Y lo mismo en una agresión sexual a una mujer, el hecho de seducir a alguien y que responda a la seducción con gusto, lo hace sentir habilitado a violar. Entonces se escucha que ella quería que la violen porque le dijo ciertas palabras, o porque accedió a ciertas cosas, como subir a un auto, dar un paseo, encontrarse en su casa, etc.

Si no fuésemos una sociedad enferma de machismo, el que una mujer, o una chica acceda a subir a un auto, o diga ciertas palabras podría indicar que siente atracción y lógicamente busca generarla… pero: ¿de ahí ser violada? ¿Por qué consentir la violación como un acto sexual válido y esperable en ciertas ocasiones? Eso es enfermo. Y lo reproducimos cada vez que una ginecóloga pregunta en medio de un protocolo de emergencia sexual ¿Qué ropa tenías? o dice luego de revisar a una víctima “no veo marcas de defensa, por ende:

no hay signos de violación.

 

(1) Frase tristemente ligada al crimen de Fernando en Argentina, asesinado sin otro móvil que el goce morboso de sus agresores.

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