Sin título | Caballo de atar

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Poesía

Dejó el lugar del destinatario vacío y escribió el cuerpo del mensaje. El

otro era la excusa para hablar. Parece una pavada pero casi nadie escucha,

incluso los psicólogos hacen mal su trabajo algunas veces. Son cinco años

de carrera para poder escuchar. Aunque a ella le había llevado siete, entre

trabajos temporarios y amores que dejaron nidos revueltos en su cabeza.

Su primer trabajo fue como promotora de un centro estético, pero al poco

tiempo limpiaba los vidrios de los autos en una Shell, a partir de ahí el

resto fueron todos call centers. Hay muchos estudiantes de psicología en

los call centers escuchando reclamos. La proporción de personas que

llama para quejarse del servicio es mayor a la de aquellos que quieren

resolver de manera auténtica el problema. De todos los sectores el que

más le gustó fue el de atención de emergencias porque cada llamado era

una novedad y sugería el posible argumento para un cuento. Por ejemplo

esa señora sola al otro lado del Atlántico en una ruta perdida de España a

las tres de la mañana cuyo auto se quedó varado. Hablaron un rato con

mucha interferencia, ella pasó el parte al otro sector y cortó. Imaginó de

inmediato a los lobos acercarse al vehículo que inútilmente la mujer

trataba de hacer arrancar. Las interferencias también le gustaban: las

voces distorsionadas entre ruidos que sonaban infernales o inter

espaciales. Demonios o almas en pena que también la llamaban para

quejarse, para largar su queja por lo injusto del infierno. O viajeros

galácticos, incluso extraterrestres que intentaban comunicarse para

decirle algo asombroso.

Por: Anahi Correa

Caballo de atar

El viento puede enloquecer a una mujer
a un hombre
caballo de atar rompe los cercos
salta la empalizada
doblega el cerebro más fuerte
como un campo de gavillas de trigo.
Ahora soy mi padre recostado junto a la ventana
que me pregunta con sus ojos muertos
“¿Estás aquí o en La Habana?”
Ahora soy mi padre
su navaja de afeitar
la herida que corre
el hilillo de sangre
y el tajo que quisiera más profundo.
¿Estoy aquí o en La Habana?
Lo que antes fue literatura
es un río que me desborda
una tierra me segrega me expulsa
el dolor recorre mis piernas sus posesiones.
Soy mi padre.
La hija del difunto.
La extranjera.
La otra.
Ninguna.

Por: Damaris Calderón

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