Mujeres entre el amor y el horror

marirlyn-monroe1

Historias

A Medea

A Yerma

A las Madres De Plaza De Mayo

A Alejandra Pizarnic

A Silvia Plath

A mi madre

A mi hija

A cada una de mis amigas.

A cada una de esas mujeres que en ese filo abismal hacen trama

A las que gritan

A las que gimen

A las que con sus llantos o con sus cantos nos siguen despertando

 

Hay veces en que el grito, es el desgarro de una partida, horrorosa partida del amor.

Hay veces que el grito de un parto vuelve a dar a luz un nuevo ser, el grito deviene arrullo encantado, canto.

Quieren escuchar lo real, escuchen una mujer cantando, decía Lacan, pero a veces ese canto se torna gemido sufriente, ese real golpea y produce extravíos que conducen tanto a genialidades como a asesinatos ¿Qué pasa allí? O ¿Qué no pasa allí?, ¿Qué conduce al desasosiego, sórdido y oscuro de esas mujeres que testimonian en sus búsquedas incesantes raptos de locura de locos descarrilamientos, de desesperación sin nombres, de cuerpos dolientes de pasión? ¿Qué conduce a Medea, a Yerma, a las Madres de Plaza De Mayo, para nombrar algunas, a encontrarse con lo implacable de un peregrinar que no cesa en la búsqueda de una verdad?

¿Por qué descarrilan en actos donde la intensidad sexual y potencia creadora se ven llevadas a clavar un puñal que congela? De un lugar público habitadas por otros se quitan el lazo, se desenlazan los lazos de encierro para encallar en soledad, abrupta y temible soledad, allí donde las palabras no llegaron, no alcanzaron los designios de los dioses, los consejos ni los dichos de los humanos, solo la soledad de una existencia que no se pudo encontrar otra, esa soledad alcanzó. No alcanza con pensar la dirección de la cura en donde la falta, falta a la cita y la angustia visita sin más, ¿Qué sucede cuando la grieta se viste de desesperación? ¿Qué invita a estas mujeres a enloquecer, a enceguecer y a asesinar? Si han sido mujeres ejemplares es porque alguna verdad allí intentan articular cuando la velocidad del odio y la furia le gana a la bondad del amor y fracasa su baile. Me serviré de Medea para recorrer algunas cuestiones, es Medea un personaje de la tragedia griega de Eurípides del 431 AC.

Llegados los argonautas en busca del vellocino de oro, Medea, nieta de Elios, con sus encantamientos hizo que venciesen al dragón y demás monstruos que guardaban el tesoro.

Medea se casó con Jasón, el capitán de los expedicionarios, y tras varias aventuras llegaron a Corinto, donde todos mostraron gran regocijo de hospedar a una mujer tan famosa por su ciencia pero Creonte, Rey del país, persuadió a Jasón a que se casase con su hija.

Esto engendró un rencor inmenso en el espíritu de Medea. Creonte ordenó su expulsión del país. Ella pidió y obtuvo una tregua de varias horas, dentro de las cuales llevó a cabo la venganza que había meditado, dando muerte al rey, a su hija, y los dos tiernos hijos de ella misma y Jasón.

Eurípides nos habla de una injuria que se proyecta en la trama social y que concierne el lugar de la mujer y al peligro que la mujer implica.

Medea es una mujer sin mesura, herida sin intervención divina, perdida en su desesperación, trágica, tomada por el extravío, tal vez por esa vía que Lacan le anuncia a lo femenino. ¿A que mujer con polenta no le cabe haberse extraviado unas cuantas veces en la vida?

Medea es una bárbara, una xine, femenino de xeinos, extranjero. La “Xenia, la hospitalidad”, era una de las leyes no escritas pero que se consideraban de suma importancia, era ley sagrada dar hospitalidad al extranjero.

La Xenia es la vía por la cual una sociedad definida en función de la eficacia de la palabra que era cosa de varones, por cierto, acoge y da lugar a la otredad, aquello ajeno pero a la vez fundante allí de su identidad. Quedan como figuras del Otro, lo heteron: mujeres, niños, esclavos, extranjeros. Entonces por un lado tenemos la palabra que gobierna el movimiento de la polis y sus leyes, y por otro, lo Otro lo que excede la palabra.

¿Qué produce en una mujer ese carácter de admirable y horrorosa a la vez? ¿Qué nos produce horror y asombro en Medea? Es este significante terrible el que denuncia lo admirable y detestable al mismo tiempo, la fascinación esta anticipada en las palabras de la nodriza al comienzo… “ella es de temer”, viene de deine, femenino de deinos, se utiliza para significar pavor, temor, algo temible que genera espanto y asombro al mismo tiempo, ¿Será esta la herencia que inspira Borges en su poética a decir: no nos une el amor sino el espanto…?

Lo deinon designa algo extraño, fuera de lugar, inesperado y sorpresivo. Que se diga terrible de una mujer es hoy en nuestra jerga que está infernal, que está buenísima por un lado, y por otro ojo, cuidado, ¡es peligrosa!

Es lo discontinuo lo que asusta, lo no previsible, lo no anticipable, lo que escapa al orden fálico, al logos, y allí Lacan también nos presenta a la mujer, ¿Qué lleva a una  mujer a enloquecer por haber sido traicionada en su lecho? ¿Qué amor encerraba esta pasión que desata en cólera y hasta la lleva al filicidio? ¿Puede el amor a un hombre más que el amor a los hijos? ¿Qué mata Medea en los hijos? ¿Puede más lo femenino, la mujer, que la madre? Tensión irresoluble cuando se pretende decidir para calmar el horror.

Lacan en el seminario 20 cap. 8 nos dice: “Podría decirse que mientras mas le atribuye el hombre a la mujer confundirlo con Dios, aquello con lo cual goza, menos odia, menos es, es decir, menos ama” y esto da cuenta de porque Freud ha tomado de Empédocles, el que Dios debe ser el más ignorante de todos los seres porque no conoce el odio, transformando los cristianos este no odio en señal de amor, podemos pensar por allí el decir de Medea “Jasón era todo para mi”  y aquí dice Lacan “no podemos pensar al amor sin odio”, la verdad apunta a lo real, pero lo real debiera encontrar las vías simbólicas que también le dejen lugar a lo que no entra allí. A Medea se le desarma la trama simbólica, dice haber sido traicionada en sus juramentos, se quiebran los pactos que llevan al amor a desamarrarse del logos, lo intolerable es la caducidad de los juramentos de amor formulados, la traición de la palabra empeñada.

Dice “hubiera sido necesario si realmente no fueras un malvado que hubieras contraído este matrimonio después de haberme persuadido, pero no a escondidas”. El odio se desata, pero acaso ¿no es posible concederle a Medea lo insoportable de aceptar dicha verdad? Aquello que origina justamente que haya pacto es su posibilidad de que no lo haya más ¿no es acaso inaguantable para Medea soportar la ruptura, el quiebre, y la decisión de otro que descaradamente se va a otro lugar? por supuesto sin su consentimiento mostrando su extrema alteridad, esa que el pacto, más bien el amor, nos eximen de sentir a cada paso, esa que nos ayuda a velar la soledad en la que estamos para creernos por buenos ratos que no lo estamos.

Admirable y bella mujer ¿qué denuncia tu odio? y ¿qué dolor tu carencia haces sangrar en tus hijos? da ganas de ir a abrazarla y a la vez sacudirla y… de esta paradoja infernal.

Medea nos lleva al límite de lo decible. Medea está acorralada por todos lados, su marido Jasón la ha dejado y Creonte la quiere expulsar de Corinto junto con los hijos, Medea es una mujer acorralada como lo es Yerma en la tragedia moderna que nos presenta García Lorca, mujer acorralada por una vida, cuya existencia no se concibe sin un hijo y ella no concibe, mata justamente a quien la haría dispar, no encontrando la homogeneidad entre su deseo y lo que va mas allá, me ocuparé de Yerma en otro momento, una por vez…

Pero si diré que son dos mujeres que acorraladas plantean el punto de máxima tensión de dos aristas, que no soportan seguir siendo dos, intentando hacer una en actos de resolución catastrófica; la división la encuentran despedazándose, tanto en Medea como en Yerma estas mujeres se ven llamadas a tomar una decisión sin razón, sin otra opción, como se toman las decisiones de mujeres apasionadas.

Lacan nos dice en la clase 4 del seminario 20 que entre dos cualquiera sean, hay siempre el Uno y el Otro, el uno y la A minúscula, y en ningún caso puede tomarse el otro por un uno, cuando así sucede adviene la catástrofe.

Medea es pasión, esta mujer conserva una atopia, una insituabilidad que inquieta. Medea no soporta lo indecible del despecho y del acto del otro, si la palabra decisión exige un corte, Medea lo busca en la escena imaginaria, tal vez porque no la hay en lo simbólico.

Estas mujeres madres hicieron de su acto, acto inédito cada vez que uno lo cuenta, es como increíble y allí radica lo novedoso en esta dificultad de articular amor y odio ,ese “estar entre” tan femenino por cierto, soportando el tiempo del gerundio, se está entre lo femenino y lo materno, entre el amor y el horror, entre lo posible y lo imposible; división que devela el surco por donde emerge el grito que las crea con coraje allí. Descorazonadas, sin corazón, puro corazón, en fin, partidas.

Pero hay distintas partidas, hay partidas que son rupturas, y hay partidas que son viajes de un lugar a otro.

Ahora bien, no es solo la otredad de la pura diferencia donde encallan, no alcanza esa teoría para semejante desazón, es en el terreno del Ser, donde se juega, es en el gemido de Medea que desdibujando palabras el no Ser sostiene en su expresión más real y descarnada de que estamos hechos de pura diferencia, no solo entre palabra y vacío, sino entre vida y existencia, el amor viene a velar y gracias a dicho velamiento tenemos acceso a un horror que no nos desmantela de un plumazo en su aparición, sino más bien nos hace, mujeres.

Velos y desvelos podría ser dos nombres para lo femenino

El horror que el deseo viene a constatar es la hiancia que cava su presencia de no ser más que no ser.

Dar a luz el acto que engendra lo nuevo es en pura soledad del Yo, pero es mi hipótesis que el otro semejante puede ayudar a parirnos dejándonos de un lado o del otro de acuerdo a como allí se ha hecho pasar lo extraño por vía del amor.

La idea sería la siguiente: lo extranjero, lo extraño, la relación que el sujeto tiene con ello depende de como el otro la ha hecho pasar a esa diferencia en acto. Se constata clínicamente que en algunos casos la plasticidad para cruzar fronteras imaginarias-reales por ejemplo ser madres, o en cualquier otro cambio que la vida exija, se hace mas soportable de acuerdo a como se haya llevado a cabo dicho pasaje, si la diferencia no ha estado lo suficientemente ligada a el amor, si la diferencia de no ser como plantea Medea un hijo solo carne de mi carne, sino otro fuera de mi, lo extraño que porta un hijo es vivido permanentemente como una amenaza que rompe el ser de la madre. Pienso entonces que el azar, que es otro de los nombres de lo extraño, podría tener un lugar bienvenido aun cuando las noticias no sean de lo mejor.

Soportar la ambigüedad en la que se dice y en lo que se vive lo parcial, no es solo cuestión del Otro simbólico, sino también de la pulsión. La pulsión también abraza lo extraño del objeto en su tour cuando al fracasar el goce narcisista el sujeto va en busca del otro semejante que le propone alguno.

Para soportar lo extraño hay que soportar un doble desvío del significante que siempre nos pierde y del cuerpo en su armado siempre parcial. Si a esa parcialidad se la bien soporta,  habrá pasado entiendo, el horror por lo discontinuo, por lo no único, por la diferencia tiernamente, posibilitando así que el futuro encuentro con el semejante ingrese en clave vecina y no enemiga.

Si bien la expulsión es constitutiva, no es lo mismo que la expulsión sea del goce a que sea del ser, cuando es del ser el arrasamiento es absoluto y se pierde el sentido de la vida. Entiendo que en el encuentro con el otro el horror aparece cuando no se puede poner en función el engaño que todo encuentro suscita, el buen engaño de creer que allí estamos juntos. Uno solo puede extrañar cuando lo extraño se ha hecho amigo y uno lo necesita, porque lo que se va hace quedar a mi existencia.

La vida está hecha de errores y por suerte de suturas, pero sabemos que estas nunca son perfectas, el encuentro inscribe también el desencuentro y por ahí se cuela la vida o la muerte, como en Medea donde allí se cuela el diablo que no se amigo con Dios.

Es el error el que nos ayuda a creer, por el error aparece el amor y la creencia, sin creencia no hay ficción, y sin ficción no se establece este campo dual que arma la posibilidad de que entre el amor y el horror funcione bien la bisagra, cuando no se cuenta con ese plafon, la desesperación de un amor que se pretende único, o de un horror que no encuentra velamiento, lleva a actos despiadados, pero a actos que para nuestra intranquilidad son actos humanos, no podemos descansar en que son actos inhumanos, al menos en Medea, porque entonces quedaría todo en manos de Dios y nada de estas piezas nos hubieran tocado. Nos tocan porque Medea es una mujer, porque Yerma es otra mujer como cualquiera, que desnuda su carne despojada de piel. Una mujer doliente.

Lo divino anula justamente la existencia de las dos dimensiones, los dioses hablan en imperativo y convocan religiosamente porque anulan esta dualidad, anulan la paradoja, incluyo aquí a los dioses que también habitan el psicoanálisis.

Lo verdaderamente humano es ese especial trato con la diferencia que nos crea singulares, con esa inconsistencia que nos permite amar, tener amigos, acompañar, hacernos acompañar, estar aquí.

En una carta de Almor, Lacan nos dice que el hombre ve en su pareja lo que uno mismo usa como soporte narcisista el objeto a, pero cuando se es mujer, ¿cómo se ama?, Lacan se pregunta en l`insu “yo no sé como ama una mujer a un hombre, yo sé como ama un hombre a una mujer”.

Si la mujer se dice no toda en relación al falo, ¿cómo pensar su amor mas allá del amor por el falo en el?

Si lo femenino no puede no decirse en al menos dos lugares, amor horror,  lo que considero verdaderamente materno en función debiera ser uno de sus nombres. Cuando lo materno se desprende de lo femenino produce estragos, concita al unicato del objeto como narcisista, solo sostenido de un plano fálico, pierde espesor, se vuelve plano, plana, aplanadora.

Cualquier madre sabe que para poner el cuerpo en la crianza de un hijo, para disponerse a ello hay que perder un poco la cabeza, como en el encuentro amoroso con el partenaire. Que una madre trasmita que no hay relación sexual no lo entiendo de otro modo que no sea disponiéndose allí a soportar amorosamente dicha diferencia con  su propio vacío, pero si al orden fálico materno no se anuda lo real femenino, mas que el encuentro de un cuerpo anudado y limitado por la palabra haciéndolo objeto amoroso habrá tal vez la aparición de un objeto odioso en el otro, se trata de lo terrible del amor cuando no tiene el limite simbólico, la muerte en lo simbólico que hace de la vida, existencia.

Creo que una mujer, establece el ejercicio de lo materno haciendo dulcemente visible a través de palabras acunadas en el cuerpo el mundo que no lo es, lo oscuro, lo no visible a través del eco de su voz y de la música que en los intersticios de su decir se escuche, transmitiendo un encuentro que llevara de la mano al desencuentro inadmisible sin esa buena modulación; y así hará posible no solo hacer hablar al amor sino en su acto hacer callar el horror, que vele sin esconder. Es de buen destino ese enlace, el que nos hace decir  por ejemplo frente al dolor del golpe de un niño “sana sana colita de rana sino sana hoy sanará mañana”

 

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Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Imparte seminarios en nombre propio. Escribe poesía y prosa poética. Autora del libro “Conjugadas” [...]