¿Qué significa pensar críticamente? De la estulticia al desasimiento (Parte II)

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Psicoanálisis

¿Qué más entendemos por “conocimiento” los filósofos? Lo conocido es aquello a lo que estamos lo suficientemente habituados como para no asombramos, nuestra vida cotidiana, una regla cualquiera a la que estamos sometidos, todo lo que nos es familiar. ¿Cómo? ¿No será nuestra necesidad de conocimiento precisamente esa necesidad de lo ya conocido, la voluntad de encontrar entre todo lo que hay de extraño, de extraordinario, de dudoso, algo que no sea motivo de inquietud para nosotros? ¿No será el instinto del miedo el que nos incita a conocer?

(La Gaya Ciencia, F. Nietzsche)

«Dios ha muerto», así reza la contundente aseveración que la voz de un tal Friedrich W. Nietzsche supo hacer valer y la cual busca aún multiplicarse, potenciando su eco, en aquellos corazones propios de los «espíritus libres» [Freigeister] para los cuales la opresiva sensatez del sentido común – en sus diversas manifestaciones – no es sino el germen que torna al hombre un ser inferior, enfermizo; en suma, incapaz de soportarse en su irreductible multiplicidad y, por eso, impotente para «superarse a sí mismo». Para aguantar el «ocaso de los Ídolos» – esto anuncia el filósofo -, es preciso ser «guerrero», ya que la sabiduría, en tanto mujer, no ama sino a quien es capaz en su dureza de sobrellevar otro camino que el del “pensamiento calculador” (ese modo patológico de conocer que se anticipa, que busca siempre ya-saber de antemano qué será y que, precisamente por su estirpe mórbida, aborrece de todo «Quizá» [Vielleicht], de toda abertura…).

El discurso de Nietzsche y el pensamiento psicoanalítico como dos modos de cuestionar las ilusiones humanas – demasiado humanas – que coartan las posibilidades de pensar críticamente, de crear más allá de lo dado y de transformar nuestra realidad. Sigamos con nuestra investigación, pues.

Tres transformaciones del Espíritu

Voy a hablaros de las tres transformaciones del espíritu: de cómo el espíritu se transforma en camello, el camello en león, y finalmente el león en niño.”[1]

(Así habló Zaratustra, Nietzsche)

Primero un devenir Camello, para luego transmutar de Camello en León y de León en Niño. Este es el recorrido propuesto por el filósofo alemán en su Zaratustra. Rebelarse frente al dragón de la moral kantiana – como voluntad sacralizada de un ser supra-mundano que determina el «Deber ser», independientemente de la significación epocal -, para leónicamente decirle que “No”. Corte y separación que fungirán como antecámara de una segunda conversión ética radical y que ubica verdaderamente al sujeto en el orden del deseo, a saber, ya no solamente libre-de-qué sino inocencia de Niño y confrontación con esta otra – pero mucho más inquietante – pregunta: Libre-para-qué.

Siguiendo la lógica de la pregunta y no de la respuesta anticipada, en el Anticristo Nietzsche exige replantearse las figuras que hasta entonces hubieron de haberse de adorado:

¿Qué es bueno? – Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.”[2]

La respuesta no es anticipada, en tanto demanda una lectura personal que coadyuve a construir la interpretación de la consigna. No sabemos qué es el poder, ni tampoco qué significa Wille Zur Macht. Podría pensarse como una intensidad cosmológica, como un sustrato instintual irremediable, o bien, como un horizonte que Nietzsche propone a los fines de interrogar justamente, la noción de bueno y de malo que hasta entonces hubo de forjarse y sostenerse comunitariamente.

¿Qué es bueno? Bueno es lo que eleva el sentimiento de poder. No podría ser otra cosa más que lo que conduce a que la subjetividad haga esos pasajes, de Camello a León y de León a Niño. Malo es aquello que determine la regresión o la detención, debilitando al espíritu en el sentido de una alienación. En la perspectiva nietzscheana, lo degenerado, lo morboso, no es sino la stultitia, como posición del ser en relación a un Ídolo hacia el cual se delega el poder. Desde el psicoanálisis, ese poder erótico al que llamamos deseo, lo sexual queda ubicado en lo celestial desconociendo su calaña terrena, pulsional y además masoquista. Hacerse hacer es el giro gramatical que Lacan le atribuye al circuito.

El deseo del analista, por su lado, descompleta la imaginarización del Ídolo reconduciendo el pedido al propio cuerpo del analizante – el del analista es un cuerpo prohibido –, y devolviéndole la pregunta al inconsciente. Esto es lo que el Camello no puede siquiera entrever. Allí no hay pregunta, sólo inhibición, consistencia, afirmación de un pseudoser de goce.[3] El León ruge: ¿Deseo? Es el síntoma, la queja, la histeria. El principio del psicoanálisis. Pero la vertiente más interesante, es lo que aporta el Niño, que sí puede afrontar la pregunta del analista al inconsciente y que es: ¿Qué deseo?

C´est à quel sujet?[4] o ¿Dónde está el sujeto?

Parménides había dicho: «No se puede pensar lo que no es»; nosotros estamos en el otro extremo, y decimos: «Lo que es pensado, debe ser seguramente una ficción».”

(La voluntad de poder, F. Nietzsche)

Más que no poder pensar lo que no es, lo que piensa no es, así como es únicamente lo que no piensa. Ejercer el pensamiento audaz conlleva entrar en una dimensión de ruptura para con el universo de sentido legitimado, lo que a la vez plantea una irreflexividad con el statu quo decisiva. El sujeto parecería estar más bien en el desfallecimiento de la cadena en su automatón, planta rara en la frondosidad de las imágenes yoicas, en el pulular incesante de significaciones. No hay proselitismo posible de un sujeto inconsistente. Pero sí hay su psicoanálisis, su despliegue y su potenciación.

La potencia ontológica de la angustia radica en su firmeza para situar que las cosas no son sino que devienen, esbozándose el borde que anticipa al sujeto; sujeto-efecto, inclusive corte-de, caída vertiginosa del castillo del Ser. En la estepa del deseo, ningún rascacielos seduce los ánimos y, así, sortear la especulación es asentir la propia hechura subrayando una y otra vez la significancia del qué decir. No hablar es morir. Ser objeto de un régimen confortablemente subyugador. La estirpe del Camello juega en la vía de esta supeditación irrestricta a las fórmulas canonizadas del saber común. Entregarse entero a sostener un Ideal completo, mientras paralelamente se le hace la guerra a todo lo nuevo, como plantea Freud en “Las resistencias contra el psicoanálisis”.[5]

No se trata de nada, y el sujeto no está en ninguna parte, más que en la dimensión misma de la cadena significante como enunciación. No se trata de ningún asunto, se trama. La trama del sujeto y sus vicisitudes, no es indistinta del desarrollo dialéctico de las conjeturas que lo suponen latente, siendo algunas directamente una interpretación, es decir, una separación del S1 del valor de agente para revertirlo en padeciente. Hacer sufrir al S1, esto quizá sea un buen modo de definir pensar críticamente: dejar de machacarse a sí, devolverle el golpe al superyó, erosionándolo cada vez y cada vez…

Poesía y humor

La poética aparece como la vía privilegiada de moler al S1 puesto que apunta a burlarlo entremezclándolo con otros significantes del lenguaje. El humor va en la misma vía, como elaboración del goce masoquista, puesto que bifurca los andariveles libidinales impidiendo que todo quede en eso.[6] Poesía y humor, no hablan del ser, a diferencia de la filosofía en su sentido clásico que es discurso del Amo, en tanto la primera metaforiza y crea lo dado situando “una forma especial de relación con la realidad”[7] y, el segundo, reclama una distancia que va de la perspectiva de rana a la mirada de águila, empequeñeciendo exageraciones infantiles (regresivas, es decir, debilitantes). Poesía y humor son modos elevados donde la voluntad de poder ejerce su primacía. La filosofía en su posición clásica, especialmente dual, es degeneración de la voluntad y del Selbst, al igual que la Religión, prometedora de un más allá inexistente.

El sujeto del psicoanálisis, es ocaso. En la escena, el soporte mismo o la profunda ventana que posibilita la circunstancia de devenires. El sujeto es un topos inaprehensible por la voluntad de saber del psiquiatra, del médico, del policía, del político o del sabio célebre. Es un atopos, entonces, que subvierte la espesa inercia de los discursos instituidos, posibilitando la emergencia del otro-sentido y la aparición de nuevos horizontes. Por eso, un sujeto crítico es un sujeto desasido del sentimiento empático habitual, presentificándose como inusualidad manifiesta o formación del inconsciente. La alucinación quizá sea el paradigma del sujeto rechazado, que retorna con toda la virulencia de lo que no se puede prescribir. Las vertientes analítica, poética o artística, apuntan a un semejante más allá del principio de realidad, pero por un sesgo ni mortificante, ni agónico. Un sesgo temperado por el que acceder al envés de la realidad instituida.

Recobrar o adquirir la capacidad de pensar críticamente lo dado, que se produzca la conexión con un quehacer subjetivante y que se abra la posibilidad de acceder a un amor crítico son tres destinos habilitados por el transitar un psicoanálisis.

 

*La imagen de portada es un Retrato de Friedrich Nietzsche, realizado por Edvard Munch (1906)

 

¿Qué significa pensar críticamente? De la estulticia al desasimiento (Parte I) 

 

[1] “Drei Verwandlungen nenne ich euch des Geistes: wie der Geist zum Kamele wird, und zum Löwen das Kamel, und Kinde zuletzt der Löwe.”

[2] Nietzsche, F.; El anticristo. Ed. , Buenos Aires. Pág. Segundo aforismo.

[3] Véase en este aspecto: “La subjetividad epocal: ¿clínica de lo real pulsional?” en El Øtro-psi. Trabajo presentado en las Jornadas por los 30 años de la Cátedra II de Psicopatología (UBA), Facultad de Ciencias Económicas, Noviembre de 2014.

[4] Verdadero título del libro El sujeto según Lacan del psicoanalista francés Guy Le Gaufey, cuya equivocidad permite traducirlo/ traicionarlo también como un ¿De qué se trata?

[5] Freud, S. (1925[1924]); “Las resistencias contra el psicoanálisis” en Obras completas, Amorrortu Ed., Tomo XIV.

[6] Freud, S. (1927); “El humor” en Obras completas, Amorrortu Ed, Buenos Aires.

[7] Tarkosvky, A.; Esculpir en el tiempo. Ed. Mil ombúes, Buenos Aires. Pág. 30. Y la creación misma de una nueva realidad.

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