Poesía y Psicoanálisis

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Arte y Mente

En el Seminario 1, clase 19, Lacan plantea en cuanto al límite inefable de la palabra que este radica en el hecho de que la palabra crea la resonancia de todos los sentidos.

¿Por qué la poesía en psicoanálisis? primero diremos que la palabra puede atravesar el umbral del código común y tener consecuencias. Es allí donde la resonancia será el eje que tomaré para transitar con ustedes esta experiencia del decir.

El acto de la palabra poética es creativo, es una palabra particular fuera del circuito de la comunicación que tomada en su materialidad, deja de ser un medio para ser un fin. Sartre dice: “El poeta no se sirve de las palabras sino que las sirve”.

Avancemos con la cuestión de la resonancia. Podemos situar tres tiempos en la obra de Lacan. El tiempo que tiene como eje el escrito función y campo de la palabra donde se hace hincapié en la palabra como evocación.

El tiempo de la resonancia metonímica que tiene como eje el texto de la dirección de la cura en el que el hincapié esta puesto en la alusión. La alusión en latín ad-ludere que en sentido propio es ir a jugar cerca, alrededor, parte de una distancia para que lo dicho haga aparecer mejor lo no dicho.

En tercer lugar, la resonancia libidinal. Dice Lacan en el Seminario 24: “Es por el forzamiento por donde un psicoanálisis puede hacer sonar otra cosa que el sentido”. Aquí introduce la poética china de la mano de Francois Cheng uno de sus interlocutores en este tiempo como también la del lingüista Roman Jacobson. Dirá que la metáfora y la metonimia en tanto anudando el sonido y el sentido son capaces de canturrear otra cosa. Ir al uno del parletre, buscar su goce particular pero el uno, el ese uno es el que convoca al dos. Es el tiempo donde él propone que del vacío o falta, hará pie ahora en este tiempo en el no hay relación sexual.

Este uno me llevó a pensar en la primera letra El Aleph, aquella que da inicio a todo decir, aquella que nace sin decirse, solo se da a decir. Aleph, aliento inicial.

La palabra pronunciada, fue después. Primero el aliento. Abismo, aliento, palabra. Trinidad del misterio llegada de todo sentido. En el inicio no hay que decir. Hay que entreabrir los labios y dejarse llevar en las palabras por las palabras. Dejarse decir.

No es un soplo, no se sopla: se deja salir, se dispone, se abre para dejar ser.
Los labios en vilo como listos a decir lo impronunciable en sí.
Imposible de decir pero con los labios listos, disponibles a decir desde esa imposibilidad.
Imposibilidad de nombrar el origen: don de decir desde ese origen.
No más y en ello todo. El todo del que hablara Lacan ya en el Seminario 1.
La primera letra, el primer decir es puro espaciamiento, apertura. Una distancia entre presencia y ausencia.
Dos orillas.
En adelante todo tendrá este instante de suspensión,  ese hiato de indeterminación. Ese temblor.
Todo será un decir que resguarda su indecible.
Todo estará a medio decir, todo temblará su apertura, su vulnerabilidad.
Esta es la imagen que nos da el libro del Bahir, la imagen de esa primera y silenciosa letra es el oído: callar sí, pero callar escuchando.
Un callar no en sí, sino un callar para escuchar.
Un dejar llegar
Un dejarse premiar
Aleph es la letra de la revelación, el soplo de Dios que, según una tradición del jasidismo, fue lo único que el pueblo escuchó cuando Dios le entregó las tablas de la ley a Moisés.
Escuchar el Aleph es oír nada, nada para significar, nada para apresar. Escuchar es decir ese silencio esencial, esa letra oído.
Todo comienza con un silencio, si el Aleph es la consonante inicial es, por ello mismo lo sonante en cada letra que le sigue.
Cada letra que arrastra la huella de ese origen, huella y tajo que mantiene abierto todo decir.
El origen, punto de pasividad, no dice ni hace: abre.
Eco del silencio primero: Bet.
Creación.
Origen y comienzo se dicen separándose. No son lo mismo, el comienzo es la separación. No son lo mismo: el comienzo es la separación. La diferencia en y de lo originado.

En el comienzo -escribe André Neher- fue la segunda letra, la Bet, signo de la dualidad y el desgarramiento.
No desde el Aleph, desde la Bet, la segunda letra, será creado todo, no ya origen sino comienzo.
No el crear sino lo creado.
Pero el origen no cabe en lo originado, por no ser se sustrae de todo ser, sustrayéndose lo abre.

Es esa apertura, desde ella que el comienzo vuelve a comenzar. El narrar a narrar, la creación a crear.
En el comienzo es cada vez
En el origen el silencio
En el habla la ruptura, la errancia: la narración, la traducción y la interpretación.
De esa ruptura: la luz.
La titilante luz de la finitud.
Luz del sentido, sentido del relámpago, su fulgor y su instante.
¿No es acaso la búsqueda hacia la que nos dirigimos los analistas encontrar ese silencio que es fuente de creación donde el crear se desprende de lo creado, donde lo singular se afinca más allá del otro?
Lacan nos dice que no se accede a lo real, él se manifiesta sin nuestro consentimiento. Ese lugar es el lugar del afecto al que la verdad intentara apresar.
¿No es acaso buscar con aquella interpretación que se dirá poética por apagar el síntoma, la que logra asir el lugar que la funda?
La poesía nos dice su misma definición, es no solo creación, fabricación, engendramiento sino también acción.
¿No es en el acto del decir que intentamos que ese ruido que acosa al sujeto se torne una música gustosa para su oído y su vida?
El acto de la palabra es que ella no es solo vía, ella es su materialidad.
La poesía es hacer la diferencia, es lograr cambiar en acto un afecto. Es devolver con la palabra el misterio al que está en su coagulación al Otro.
Lograr que la palabra haga sonar lo que calla.

Lacan dirá en L’insu: “La astucia del hombre, ya les he dicho, con la poesía, que es efecto de sentido pero también es agujero”.
¿No es acaso bordear ese agujero a lo que intentamos llegar a través de la poesía?
El sentido en L’insu llena el agujero, lo maquilla.
Dice Lacan: “no hay sino la poesía, les he dicho que permite la interpretación y es en esto entonces a lo cual yo no llego. Yo no soy bastante pouate” (paz asees pouate).

Pou (piojo): al sentido hay que rascarlo no aprehenderlo.
O sea la intervención tiene que provocar comezón e incomodidad como el piojo.
Ouate (Guata): tela de lana entre tela o forro de un vestido o sea: tejer entre.
Inteligencia, inteligere: Leer entre líneas.
Ese leer que ejercita el analista es no sacar algo que está, sino que el analista hace, incorpora algo.

Cuando Lacan se lamenta de no ser demasiado poeta, no implica por esto que pierda su tendencialidad porque allí será donde se puede arrimar mejor a lo imposible de decir.

¿Para qué?

Para buscar un significante nuevo, no un nuevo significante. Un significante nuevo no tiene sentido pero nos abriría a aquello llamado real. Producir un significante nuevo es nominar, sino seria nombrar.

(Génesis – Adán y Eva)

Cuando uno nomina calla al Otro, se sustrae abriendo en otro lado.
La metáfora y la metonimia no tienen alcance para la interpretación en la medida que ellas son capaces de hacer función de otra cosa. Y es otra cosa de la cual ellas hacen función, es aquello por lo cual se unen el sonido y el sentido.

Paul Valery dice: “El poema, esa oscilación prolongada entre el sonido y el sentido”.

¿Por qué esto?

Porque en la lengua hay un saber que opera por medio del goce, que no está hecho para ser sabido y no se deja apresar. A través del sonido separado del sentido, tal vez se nos permita tocar los afectos que el Inconsciente produce.

Lacan dirá en el Prefacio al Seminario 11 a la versión inglesa: “No soy un poeta, sino un poema. Y que se escribe, pese a que parece ser sujeto”.

Ese poema que soy, que no escribí del cual no soy autor pero que se escribe con mí decir y se constituye y gracias al análisis puedo firmarlo. Firmar el poema, incompleto, solo fragmentos. Firmar el poema porque es el nudo que me anuda entre sentido y real. Ese poema que mantiene juntos los efectos de sentido y los efectos de goce fuera de sentido. Me permitiría llegar a las primeras modulaciones de la langue que hacen resonar el cuerpo en el origen, en el encuentro que las palabras tuvieron con el cuerpo.

Por eso la esperanza sería, “Herrar” que se equivoca con “Hacer real”, mientras todo en análisis hace verdad. Hacer real equivaldría a retener no el efecto de sentido sino su efecto de agujero.

Las palabras son soplos,
de boca en boca revelan un mundo;
el silencio es un aliento,
de oído a oído,
custodia un misterio.

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Licenciada en Psicología

Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Imparte seminarios en nombre propio. Escribe poesía y prosa poética. Autora del libro “Conjugadas” [...]