Los maestros pueden notar que hay ciertos niños que parecen no encajar nunca en cualquier forma de relación con los compañeros de aula, suelen expresar inconformidad si no ganan en los juegos, abandonarlos con mucho disgusto, molestarse por la más mínima contrariedad, ser muy vulnerables a las burlas o chistes, y en las clases aparentan turbación si cometen algún error en una respuesta ante el grupo. Las situaciones antes descritas tienen un denominador común: la baja tolerancia a la frustración.
No poseer la capacidad para afrontar los fracasos y frustraciones cotidianas puede llegar a invadir de modo notable el desempeño y el bienestar emocional de estos niños.
Teniendo en cuenta que el daño sobre la autoestima conduce a dificultades para aceptar el fracaso, los maestros y los padres deben saber que en la medida en que la capacidad de quererse a sí mismo se vea estimulada, el niño estará en mejores condiciones de aceptar la frustración. Por el contrario, un pequeño con la autoestima dañada siempre se sentirá en desventaja y experimentará la baja tolerancia al fracaso o la frustración.
Pero existen otras condicionantes de este problema, no solo la baja autoestima. Los niños que son sobreprotegidos tienen muchas limitaciones en sus actividades diarias; eso les impide vivir la frustración. Algunos padres creen hacer un bien evitándole al pequeño esas situaciones. Si no intentas algo, no es posible que te salga mal, sino te sale mal no experimentas el fracaso. Y el mejor modo de aceptar el fracaso como una situación natural, cotidiana, algo que les ocurre a todos, es viviendo las pequeñas frustraciones del día a día. Llegar a la escuela y descubrirlo de pronto puede ser una gran decepción para los niños.
Los escolares con niveles de aprendizaje excepcionales suelen ser presas de la baja tolerancia a la frustración en otro sentido. Estos niños se acostumbran al desempeño exitoso y solo creen corresponder a las expectativas de los padres, si trasmiten esta imagen de sí mismos. No pueden permitirse el más mínimo fracaso porque de hacerlo, dejarían de encajar en el modelo de hijo perfecto que consideran que la familia está esperando de ellos.
En ocasiones realmente los padres educan con una actitud perfeccionista. Realizan exigencias muy elevadas y supeditan el reconocimiento y el afecto a la excelencia académica. Un niño siempre debe sentir que el cariño de sus seres queridos es incondicional, que aún cuando no obtenga las máximas calificaciones, nada pondrá en juego el amor de su familia. Además, es muy sano hacerle saber que son otras muchas las razones, y no solo el rendimiento docente, lo que lo hace ser valioso e importante. Las hiperexigencias (exigencias muy elevadas) son frecuentemente causantes de daños emocionales.
Maestros
- Trasmitirle a los alumnos que “perder” es una situación frecuente y normal, que todos la vivimos y que debemos saber afrontarla.
- Alertar a la familia cuando la baja tolerancia a la frustración de un niño esté invadiendo de un modo severo su desempeño y bienestar.
Padres
- Enseñarles a los niños desde pequeños que perder es una situación normal y cotidiana.
- No sobreprotegerlos. Darles la oportunidad de “frustrarse”. Ayudarlos a entender como algo natural estas situaciones.
- Evitar el perfeccionismo y las exigencias elevadas (hiperexigencias).
- Estimular la autoestima.
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