“No era la calle, no era la noche, no era la falda… ¿Ahora cuál es la excusa?Desmontando mitos sobre la violencia de género

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Psicología Clínica

Muchos de los comportamientos naturalizados alrededor de las relaciones entre mujeres y hombres, conocidos también como mitos existentes en torno al fenómeno de la violencia de género culpabilizan a las mujeres como responsables del daño que les provoca: “algo habrán hecho”; “si no abandonan la relación es porque les gusta”; “lo hago para educarla”; “por la manera de vestir”. Otros les asignan roles que invisibilizan sus propias necesidades, como, por ejemplo, estar pendientes del cuidado de los otros, la sobrecarga de tareas en el hogar, la producción y la reproducción de la vida sin remuneración.

Sin embargo, aquellos que existen en torno al agresor, justifican sus comportamientos violentos: “los hombres que maltratan son enfermos mentales”; “consumen/abusan del alcohol/drogas”; “han sido alguna vez maltratados por parte de sus padres u otras mujeres”; “ella lo provocaba y a él no le quedó más remedio”.

Otros, en cambio, pretenden minimizar la importancia de esta problemática social, deslegitimando las causas estructurales, políticas y hegemónicas de la ideología del patriarcado que dan lugar a este fenómeno. De este modo, estos mitos pretenden ver a la violencia de género como algo puntual, muy localizado y sin necesidad de prestarle especial atención: “los hombres y las mujeres son violentos/as por igual en la pareja”, “el feminismo es lo mismo que el machismo pero al revés”. En estos casos, aun cuando se pretenda culpabilizar a las propias mujeres, la violencia hacia ellas está sustentada en esta cultura que las coloca en una posición de subordinación con respecto a los hombres, quienes creen tener derecho sobre sus cuerpos, a controlarlas, a educarlas; considerándolas de “su propiedad”.

Y es que el machismo se expresa de diversas formas; entre ellas y más nociva, la violencia de género, de la que hay varios tipos, unas más frecuentes, más visibles que otras. Aferrarnos a estos mitos como algo natural, aferrarse a tales comportamientos porque siempre han sido así, solo conllevan a posiciones asimétricas entre hombres y mujeres, resultado de una construcción sociocultural e histórica. Sin embargo, ambos deben tener los mismos derechos y sobre todo las mismas oportunidades, desde sus divergencias para ejercerse plenamente como seres humanos.

Las diferencias de sexo no son razones para construir desigualdades. Debemos dejar de pensar que la mujer le debe obediencia al varón; que se debe a él; que si sufre algún tipo de violencia es porque le gusta y/o porque se lo merece; que es la máxima responsable de las tareas domésticas; que siempre tiene que “demostrar algo” a la sociedad.

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Con la llegada de la pandemia por Covid-19 y junto a la agudización de la crisis económica mundial, se ha mostrado de manera explícita todas las inequidades existentes donde las mujeres constituyen un blanco perfecto para el mayor impacto. En ese sentido, el fenómeno de la violencia de género se ha incrementado–hecho confirmado por la Organización Mundial de la Salud-, teniendo su expresión más extrema, acentuada en muchos contextos geopolíticos y sociales, en el femicidio: el asesinato de mujeres por parte de los hombres, motivado por el odio, el desprecio, el placer o por un sentido de propiedad sobre las mujeres. Esto, muchas veces, se ha agudizado a partir de la presencia, que generó la necesaria “consigna” de “quédate en casa”, pues para muchas niñas y mujeres en el mundo, el hogar se perpetuó en un escenario de alto riesgo para sus vidas: “no era la calle, no era la noche, no era la falda, no era la edad…”

Por tanto, los tiempos de cuarentena por la pandemia y otras situaciones similares, han reflejado la necesidad de continuar mostrando y desmontando el fenómeno de la violencia contra las mujeres como un tipo de violencia en particular que, aunque tiene un sustento estructural, bien sabemos quienes la estudiamos o tratamos que el problema no es “el problema” sino las maneras en que se perpetua cotidianamente, desde sus más diversos comportamientos, actitudes, modos de interacción. En este sentido, también ha permitido reforzar su abordaje y las disposiciones legales en torno a su prevención y eliminación.

Afortunadamente, del mismo modo, estos tiempos han mostrado la posibilidad de nuevos escenarios que continúen marcando caminos al empoderamiento femenino como parte del desarrollo de las sociedades modernas. Muchas han sido las mujeres que han garantizado el diseño y la adecuada implementación de medidas de contención, liderado acciones para la prevención y la erradicación de la pandemia, acompañado procesos de malestar psicológico y físico en los diferentes escenarios que han tenido que librar las poblaciones a nivel mundial. Estas cuestiones nos hablan de la necesidad de volver una y otra vez a una “nueva normalidad” donde se visibilice más el rol de las mujeres, desde otros posicionamientos políticos, sociales, culturales, donde lo “normal” sea una relación más equitativa, respetuosa y emancipada del rol de las mujeres como parte de los diferentes espacios donde se inserten.

Resultan importante las leyes, las políticas a favor de la tan necesaria protección a mujeres en situación de violencia de género, sin embargo, sabemos que no es suficiente, pues incluso en países donde existen centros de protección, leyes a favor de este tipo de violencia, persisten este tipo de fenómenos.

¿Qué hacer entonces? Educar, resignificar las prácticas culturales sexistas desde que se está fomentando una nueva vida; colorear la vida de niñas y niños, quitarles género a los juguetes, fomentar un apego seguro en niños y niñas para que expresen sus emociones con libertad. Enseñar sobre la importancia de poner límites que protegen, nos empoderan, nos abren puertas a la libertad del cuerpo, de la mente, de nuestras decisiones.

Los medios de comunicación también pueden aportar, sobre todo hoy cuando la vida cotidiana se vive desde las redes virtuales y la comunicación digital, evitar revictimización, justificar los crímenes, llamando las cosas por su nombre; no es porque ella iba vestida con falda corta, porque lo provocó, porque él estaba celoso, borracho. Comencemos a darle valor a las niñas y mujeres por aquellas conductas que sí dependen de ella, por su manera de interactuar con los otros y no por su apariencia física, aprendamos/eduquemos en torno a que el cuerpo es nuestro primer territorio de contención y no nuestra puerta al acoso.

Esperemos que los nuevos tiempos pos pandemia contribuyan a eso y se fortaleza la lucha por una aldea global segura para la mitad de la humanidad que constituye ser hoy en día un grupo vulnerable por el simple hecho de ser mujeres y niñas. Ojalá y cuando las aguas tomen su nivel tengamos más conciencia de género y seamos un tilín mejores y mucho menos egoísta como dice la canción y que la casa, el trabajo, la calle siempre sean sitio seguro para que todas podamos regresar.

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SicologiaSinP.com - Ana Hernández Martín

Licenciada en Psicología

Licenciada en Psicología. Universidad de La Habana (2004). Máster en Psicología Social y Comunitaria. Universidad de La Habana (2009). Doctoranda en ciencias psicológicas. Universidad de La Habana. Profesora Auxiliar de Psicología Social. Coordinadora del Proyecto Escaramujo orientado al bienestar integral de infancias y adolescencias. Miembro de la Sociedad Cubana de Psicología; de la Red Nacional de Investigadores Sobre Juventud, de Latin American Studies Association (LASA). Autora de articulos y compiladora de libros relacionado con los temas que trabaja e investiga como adolescencias en condiciones de vulnerabilidad social, identidades sociales, procesos de exclusión, resiliencia, violencia de género, conductas transgresoras, consumo cultural, entre otros. [...]