En mi camino como estudiante de psicología ha sido muy usual encontrarme con comentarios como “yo normalmente cambio mi carácter de repente, creo que soy bipolar”, “hago cosas muy raras, la gente me dice que no es normal. Creo que debo ir al psicólogo”, “yo veo a -tal persona- siempre muy desganada, seguramente está deprimida”, “fulana seguro es hipocondríaca”, “el otro día leí sobre tal trastorno, creo que tengo todo lo que describían”.
Surgen muchas preguntas con respecto a nuestra salud mental; y nos encontramos en la duda razonable de ¿hasta qué punto podemos diferenciar la salud de la enfermedad?
Para ser totalmente sinceros, la ciencia no ha podido determinar todavía el punto exacto donde se separa la salud mental de la enfermedad, o en otras palabras lo “normal” de lo “anormal”. Esta es una línea dibujada por patrones sociales y culturales. Por supuesto, también individuales. Por lo tanto, hay varios aspectos a tener en cuenta y es recomendable acudir a un profesional para determinar un diagnóstico acertado.
Toda enfermedad mental es una alteración de la personalidad, de menor o mayor gravedad. Implica alteraciones de los procesos psicológicos (cognitivos, afectivos, conductuales) que se estabilizan y sistematizan durante un determinado periodo de tiempo.
Las personas con enfermedades mentales presentan alteraciones clínicamente significativas. Las conductas y procesos cognitivos alterados les generan malestar a ellos y a los que los rodean. Su vida cotidiana, dígase: trabajo, escuela, familia, recreación, etc. se ve altamente afectada.
En el día a día es frecuente encontrar nombres específicos de trastornos mentales para describir conductas cotidianas, pues resulta tentador explicar lo que tenemos y de alguna manera “nombrarlas”.
Sin embargo, estos usos indiscriminados vienen cargados de desconocimientos o “verdades a medias”, lo cual ha llegado a generar confusión y preocupación. Es también una causa de la “normalización” de los trastornos mentales, y la baja percepción de los mismos como una enfermedad real y sumamente compleja.
El primer paso es informarnos al respecto.
Algunos de los trastornos que se mencionan en el vivir cotidiano y que vale la pena conocer son:
Depresión: esta puede conocerse como síntoma o trastorno. El síntoma se puede encontrar en otros trastornos; e implica un sentimiento de tristeza y abatimiento que produce malestar y sufrimiento. Hay varios trastornos depresivos, se pueden encontrar en alguna guía para evaluar alteraciones psíquicas. El trastorno de Depresión Mayor, según el DSM-5, debe tener al menos cinco de estos síntomas para ser diagnosticado:
– Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día y casi todos los días.
– Disminución importante del interés.
– Pérdida de peso sin dieta.
– Insomnio o hipersomnia.
– Sentimiento de inutilidad o culpabilidad excesiva.
– Pérdida de energía.
– Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse.
– Pensamientos de muerte recurrentes.
Ansiedad: igualmente puede ser vista como síntoma e implica sentimiento de malestar desagradable de causa desconocida, inquietud, expectación acompañada de un sentimiento de peligro. Los trastornos de ansiedad son varios, según el DSM-5: trastorno de ansiedad por separación, mutismo selectivo, fobia específica, trastorno de ansiedad social, trastorno de pánico, agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada. Para ser diagnosticado con éste último, algunos de los criterios son:
– Ansiedad y preocupación excesiva.
– Le es difícil controlar la preocupación.
– La ansiedad y preocupación se asocia a tres o más de los siguientes síntomas:
– Sensación de estar atrapado o con los nervios de punta.
– Fácilmente fatigado.
– Dificultad para concentrarse o quedarse con la mente en blanco.
– Irritabilidad.
– Tensión muscular.
– Problemas de sueño.
Bipolaridad: Existe realmente dos trastornos bipolares. La diferencia es que el Trastorno Bipolar I tiene un episodio maniaco, y antes o después posee episodios hipomaniacos o de depresión mayor. Mientras que el Trastorno Bipolar II tiene un episodio hipomaniaco y otro de depresión mayor. Como ya hablamos un poco de la depresión mayor, me enfoco en los episodios maniacos e hipomaniacos. Algunos de los criterios son:
– Tener por un período bien definido un estado de ánimo anormalmente y persistentemente elevado, expansivo o irritable.
– Durante el periodo de alteración del estado de ánimo y aumento de la energía, tener tres o más de los siguientes síntomas:
– Aumento del autoestima o sentimiento de grandeza.
– Disminución de la necesidad de dormir.
– Más hablador de lo habitual.
– Fuga de ideas o sensación de pensamientos a gran velocidad.
– Facilidad de distracción.
– Aumento de la actividad dirigida a un objetivo o agitación psicomotora.
– Participación excesiva en actividades que tienen muchas posibilidades de consecuencias dolorosas.
La diferencia entre el episodio Maníaco y el Hipomaníaco es que el primero tiene un periodo de duración mínimo de una semana, posee características de nivel psicótico (es decir que pierda el contacto con la realidad). Mientras que el segundo tiene una duración mínimo de cuatro días, además los síntomas no son tan graves como para alterar el funcionamiento social o laboral o necesitar hospitalización.
Ahora bien, ¿significa esto que efectivamente nos estamos volviendo locos y vemos síntomas y conductas donde no las hay? ¿Estamos exagerando? Probablemente no, estos síntomas que observamos se pueden expresar también en la personalidad aparentemente sana, lo que evidentemente en niveles más “tenues” que no tienen por qué considerarse enfermedades o trastornos.
Vale destacar que siempre que sientas malestar, qué haya alguna cualidad que puedes y/o quieres mejorar de ti mismo, cuando necesites orientación ante un problema con el que no sabes lidear perfectamente, ¡puedes acudir a un psicólogo! Los psicólogos no solamente trabajamos con personas aparentemente transtornadas o enfermos mentales.
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