Cultura y crisis social, debates desde el psicoanálisis

cultura-crisis-social-debates-desde-el-psicoanalisis

Psicoanálisis

Al referirse a la época del terrorismo de estado, Luis María Bisserier expresa: “Tal como ocurre con muchos pacientes, nos sucede a los psicoanalistas con respecto a los hechos sociales de carácter marcadamente patológico: durante mucho tiempo debemos guardar silencio sobre aquello que intuimos o conocemos por experiencia o teoría acerca del significado de dichos síntomas”[1]. Cuando hablamos de la actual crisis social vale la afirmación anterior, la podremos analizar mejor con la perspectiva del tiempo. Por otra parte esa referencia también indica una lectura del síntoma en el ámbito social.

Si bien haría falta la perspectiva del tiempo y tal vez aún deberíamos guardar silencio acerca del significado de los síntomas sociales actuales, no por eso debe pensarse que todo sea novedoso en lo que llamamos “crisis social”, no estoy seguro que sea una crisis “joven” por llamarla así. Actualidad no se reduce a lo actual ni tampoco a la experiencia, calamitosa por cierto, de nuestro país. Existen antecedentes en otras épocas y en otras geografías.

Ya en el concepto de pulsión de muerte desarrollado por Freud podemos encontrar algunas huellas. El impacto de la Primera Guerra se sumaba al devastador avance del proceso de industrialización masiva y sus consecuencias sociales.

Recuerdo un fragmento de la cita de Freud utilizada en forma de epígrafe en la presentación de este ciclo de Testimonios: “…sentimos con desmesurada intensidad la maldad de esta época y no tenemos derecho a compararla con la de otras que no hemos vivido.” S. Freud. Nuestra decepción ante la guerra (1915). Esta cita de Freud corresponde a los primeros años de la primera guerra mundial. Al principio (1914-1915) Freud compartió moderadamente, según el relato de Peter Gay en su biografía, la exaltación nacionalista de comienzos de la guerra. Pero pronto se desilusionó, es decir dejó esa posición ilusa de las masas exaltadas.

freud

El síntoma social predominante es el malestar por el goce que la cultura expropió a cambio de una promesa instaurada en la Ley Simbólica que exige una renuncia para permitir la entrada en la cultura. Dicha renuncia se compensa con una promesa de recuperación de goce, promesa promotora del deseo y como es lógico siempre traicionada. Progresivamente la promesa de satisfacción ha crecido a todo lo largo del siglo pasado, a caballo del desarrollo científico-tecnológico y del vuelco en el mercado de consumo de bienes y servicios vinculados a los productos obtenidos. Ese desarrollo expandió los mercados, generó la competencia por ellos y finalmente desembocó en la guerra.

El tema del desarrollo de la técnica me recuerda el argumento de Albert Speer, quien como arquitecto de Hitler diseñó el edificio de la Cancillería y luego fue ministro de armamento del régimen nazi. Speer fue juzgado en Nüremberg y condenado a 20 años de prisión, en el juicio y luego en sus memorias desarrolló un argumento no para exculparse sino para ilustrar lo que para él fue la lógica que llevó a la guerra: estaban los medios técnicos y eso hizo posible la guerra.

Contardo Calligaris[2] hizo un interesante comentario de este personaje y del funcionamiento del nazismo y del totalitarismo moderno en un artículo, La seducción totalitaria. Como señala Calligaris, cuando Speer defiende la idea de que lo que aconteció en la guerra fue a consecuencia del desenvolvimiento de la técnica, dice parte de verdad. Verdad de salir del sufrimiento neurótico, reducir el malestar en la cultura, reduciendo la propia subjetividad a una instrumentalización.

Es característica de una estructura neurótica el hecho de que el saber, que es paterno, sea supuesto; lo que coloca al neurótico en la incertidumbre sobre qué es la orientación de su deseo. Siempre tras el pago de alguna cosa que sería la deuda con el padre, pero esta posición es sin esperanza ya que al respecto el saber de ese padre es supuesto y no cierto y por otra parte cuando finalmente se alcanza algo se comprueba que de todos modos… “no era eso”. Incertidumbre dramática para el neurótico.

¿Qué hacer con ese sufrimiento neurótico cotidiano? Un camino es el del psicoanálisis. Un camino que diferenciando ideal de objeto, promueve el deseo. Y retengo este camino porque es la alternativa a lo que estamos tratando hoy. Es la alternativa a lo peor, voy a ser exageradamente provocativo, incluso es la alternativa al nazismo que todavía nos amenaza con otras máscaras. Pero el otro camino posible es no diferenciar sino identificar ideal y objetos-señuelos y promueve un goce mortífero.

Goce no es mala palabra, pero el goce mortífero es ese goce de las letosas que absorbe y agota el deseo, eso es lo mortífero.

Si fuese posible que este saber fuera sabido y no supuesto, si al ser sabido fuese entonces compartido creando cohesión social, cohesión alrededor de algún padre cierto y no supuesto, tendríamos certezas; pero a condición de transformarnos en instrumentos del sostenimiento de esas certezas y de ese padre.

Ustedes encontrarán que esto es lo propio de un lazo de tipo religioso y es cierto. Se puede dar en un contexto que no llamaría ateo justamente porque es religioso aunque no tenga un Dios. Es lo propio también de las masas artificiales cuyo paradigma es la iglesia y el ejército. Pero lo novedoso es el desarrollo científico tecnológico y el mercado de “gadgets” que se producen, ofrecidos al consumo como señuelos de satisfacción. Revolver la basura de nuestra ciudad es lo que aflora de una modalidad de producción que lo que más produce son desechos, materiales y humanos.

En ciertas épocas se logra una estabilización entre renuncia y satisfacción que modera el malestar. Estas épocas, llamémoslas normales para diferenciarlas de otras de crisis, fueron espaciadas y son cuando el amo funciona. Eso anda, eso funciona, pero lo más frecuente históricamente es que no funcione, esas son las épocas de crisis, que entonces son la norma.

Las crisis, las guerras y las hambrunas han sido en la historia más “normales” que los tiempos de paz y prosperidad. En general las crisis acompañan el ascenso y la caída de los imperios. La estabilidad de los mismos corresponde a tiempos pacíficos, “Pax Romana”. El imperio hace que todo marche, bien o mal pero que marche. El imperio romano, gran globalizador. Cuando esa globalización romana incluyó la nacionalidad imperial para todos sus hombres libres y la religión cristiana para todos sus habitantes, se desató la inflación y creció la crisis que socavó al imperio de occidente.

roma

Los períodos Inter-imperio son tiempos caóticos, sin estado imperial hay desorganización, hay hambre, vandalismo, guerras y bandas de ladrones que acechan los poblados. Lo que me hace pensar que tal vez ésta nuestra época de apogeo del imperio sea la que corresponde verdaderamente a la descripción del inicio de su decadencia. Y lo digo no para alegrarlos sino para preocuparlos.

Ahora bien, la organización imperial tal vez empiece a claudicar, las cosas empiecen a “no marchar”, pero el funcionamiento de las letosas sigue viento en popa. A este funcionamiento podríamos llamarlo perverso. Si el síntoma del malestar en la cultura era neurótico, este otro podríamos llamarlo perverso.

Una versión no tachada del saber, saber gozar, un semblante paterno exitoso, que sea sabido y compartido y que de pronto quedemos instrumentalizados por él, sabiendo lo que tenemos que hacer como instrumentos de este saber.

Este semblante de saber funcionando es necesariamente totalitario, porque si es certero y no supuesto no puede aceptar que tiene fallas ni recibir cuestionamiento, y si este aparece debe eliminarlo.

El funcionamiento de la instrumentalización y las letosas garantiza un semblante de goce exitoso del goce del Otro. Este funcionamiento es perverso. La suposición de un saber gozar que promete una salida de la mortificación y del sufrimiento neuróticos. A esta cuenta tal vez deberíamos cargar algo de lo que tiene que ver con la extensión masiva, -hace muchos años era cosa de élites- la extensión masiva del consumo de drogas. Se percibe la diferencia entre la falta que causa el deseo y la letosa, aspiradora del deseo, producto de consumo que se ofrece en el mercado al servicio del goce que él impone. Se ve por qué Lacan planteó que el discurso analítico, al despejar el valor del deseo del analista, puede ser una alternativa al discurso capitalista.

En el discurso del capitalista, forma moderna del discurso del amo, se da un semblante que actúa como si la castración no existiera. La circularidad de este discurso, a diferencia de los 4 tradicionales, saltea en la conexión entre los lugares de su estructura la no comunicación entre la producción y la verdad, circulación que omite la castración.

El discurso del analista ubica el saber en el lugar de la verdad; siendo la verdad de la falta devela las máscaras que la ocultan. Este funcionamiento tiene como consecuencia señalar la falta en el Otro, debilitando su consistencia, pero no por puro cinismo sino para saber hacer algo con la falta que promueve el deseo.

Alternativa al discurso del capitalista pero curiosamente el aparato psíquico funciona con una economía libidinal y de goce, a la cual el síntoma no es ajeno, que es parecida a la del mercado capitalista. Allí no se abandona una satisfacción sin otra compensatoria, encontramos el beneficio, primario y secundario, y el interés, en su lógica y la regla de los intercambios, incluyendo esa forma del comercio que llamamos sexual, se rige por la primacía de un elemento que como el dinero no significa ningún bien de uso y por eso mismo se puede intercambiar por todos ellos. Sin embargo lo que viene a develar el psicoanálisis respecto de la economía subjetiva, lo que tal vez también sea cierto para la economía del mercado, es que lo que sostiene toda esa circulación agregando un valor en más, no es nada significable, sino la circulación de un vacío, una nada, confrontando al sujeto con esa nada que es el corazón de su ser.

Lo novedoso no es el mercado ni el libre cambio, sino la masificación, unificación y tecnificación de su oferta de tal forma de generar una demanda uniforme a la cual el mercado “satisfaría”.

Como señaló Calligaris en el texto antes citado, una salida del sufrimiento neurótico es algo que para mucha gente no tiene precio, es decir que están dispuestos a pagar cualquier precio por ello. Por eso Lacan ubica el campo de concentración en relación con la extensión uniforme del tipo de lazo que genera más y más exclusión.

lacan

Si fuera así estamos por un lado entre la inercia del fenómeno totalitario y por otro en una creciente marginalidad que lleva la marca justamente de lo que está rechazando. Crecen dos alternativas simultaneas y horrorosas. Un saber paterno totalitario, una perversa versión del padre no castrado, y por otra parte una marginalidad que impulsa la violenta actuación donde la confianza en la palabra es extremadamente débil.

Lacan constató que hay sujetos a los que el Otro primordial no ha ofrecido un lugar privilegiado en su deseo. Por ello carecen de un armazón que los sostenga. La explotación infantil, la mendicidad, los chicos de la calle, son el caso extremo de esa falta de “alojamiento” en el Otro, o en todo caso de un alojamiento “bizarro”, ocupando un lugar de al servicio de un Otro gozador. Toda una gama de conflictos con la ley se inscribe en esta experiencia en que no hubo el “engaño amoroso” sino el abuso.

En el primer tiempo de constitución subjetiva, el de alienación, el sujeto desaparece afanisico. En un segundo tiempo el sujeto tendrá, en el intervalo de la cadena significante, su chance de encontrar una carencia en el Otro. En ese intervalo se recorta el objeto al que el sujeto se identifica en el fantasma. Pero fallida esta matriz, no encontrado el intervalo entre S1 y S2 que haga lugar a la carencia en el Otro, no será entonces síntoma sino Acting u otras formas clínicas, la modalidad de respuesta del sujeto. La creciente violencia social no se fundamenta solo en la pobreza y la miseria económica sino en la pobreza de inscripción subjetiva en el lazo social.  Lo peor del caso es que justamente como reacción a esa violencia se puede erigir un discurso de tipo totalitario que apunte a sostener efectivamente la versión más perversa del saber paterno.

 

[1] L. M. Bisserier, “El Terror”, Rev. Conjetural N° 16.

[2] Publicado en número de la Revista Psyché en su época gráfica.

, , , , , , , , , , ,

Compártenos tu opinión

avatar
  Subscribe  
Notify of

Compártelo con tus amigos si te ha gustado

Artículos relacionados

SicologiaSinP.com - Juan Carlos Mosca

Licenciado en Psicología, Universidad de Buenos Aires

Psicoanalista. Posee una vasta trayectoria docente universitaria. Autor de alrededor de 80 publicaciones en libros, diarios y revistas en papel y digitales en internet. Panelista, conferencista y coordinador de mesas Redondas. Miembro participante de la Biblioteca Sigmund Freud, de Porto Alegre (institución convocante de los Encuentros Lacanoamericanos de Psicoanálisis) [...]