El ya anciano Henry Kissinger, en el momento calamitoso de la pandemia en los Estados Unidos, publicó un artículo en The Wall Street Journal, cuyo título se tradujo en español “La pandemia de coronavirus alterará el orden mundial para siempre”. Si su previsión fuera acertada, ese título está prediciendo un cambio de época. En ese texto, entre otros argumentos, Kissinger recurrió a la ficción de la ciudad amurallada; afirma que la sociedad moderna se construyó sobre el mito de origen de haber nacido en una ciudad amurallada, una fortaleza cerrada gobernada por un soberano autoritario, quien en forma a veces despótica u otras veces benévola, cuidaba de sus habitantes. Pero esto es una leyenda, la modernidad nació con la ilustración, en la cual las fortalezas fueron dejando paso a ciudades abiertas y transitadas. En ese sentido, afirma, la actual pandemia alienta un anacronismo, el regreso a la idea de la ciudad amurallada para protección de sus ciudadanos.
Volviendo a la versión freudiana de las tres fuentes de nuestro común sufrimiento, observamos que con nuestro desamparo frente a las fuerzas naturales y la decrepitud del cuerpo, por ser vanos nuestros esfuerzos, finalmente nos resignamos que nada podremos hacer; pero que el orden social creado para nuestro bien cumpla tan mal su tarea, no deja de decepcionarnos y asombrarnos.
De la actual pandemia no solo resulta un tema sanitario, la cuestión sanitaria es un episodio social, después de todo es biopolítca.
¿Es sólo un episodio, un momento, o como afirma Kissinger abre una época?
La pandemia se superará, y la ciencia renueva su brillo frente a la mirada pública, siendo también parte de la sociedad del espectáculo. La ciencia refuerza su influencia y al mismo tiempo crece -casi al modo de una casta social- el desarrollo de un agrupamiento denominado “los expertos”. Son necesarios, obvio, incluso imprescindibles. Resulta evidente que si alguno de nosotros, los otros respecto a los expertos, se enfermara, bien quisiera ponerse en manos expertas. Pero cierta consecuencia de la apropiación biopolítica por parte de esta capa social, y de su alianza con los políticos profesionales tradicionales, es el surgimiento de un nuevo polo de poder discursivo a escala planetaria. La tecnología les ofrece herramientas fundamentales e inaccesibles a los otros, a nosotros.
Una crisis sanitaria mundial, y la presente no será la última, exige tecnología, planificación coordinación de políticas, gobernanza, y correlativamente disciplina social. Es una situación excepcional.
La cuestión es si esta situación excepcional continuará como norma. Se normativizará más allá de la pandemia.
Entonces el control social y la vigilancia se extenderían refinadas por sofisticadas herramientas tecnológicas y comunicacionales. ¿Qué comunidad, que inmunidad y qué exterioridad, produciría esa nueva ciudad amurallada de escala mundial, de la cual no queda resto extra muros?
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