Los seres humanos somos de una esencia social. Desde pequeños nacemos necesitando de otro para nuestra supervivencia y desarrollo, y durante toda la vida construimos múltiples vínculos a través de diferentes espacios y pertenencias, donde se gesta y construye nuestra personalidad e identidad.
Vivimos inmersos en una gran cantidad de grupos que satisfacen variadas necesidades y funciones en nuestras vidas, pero ¿cómo vivimos estas pertenencias?
Aunque son muchas las posibles respuestas propongo pensar ahora en la participación. Según sus orígenes etimológicos la palabra participación se puede interpretar como la acción y efecto de tomar parte en algo. Al participar ejercemos nuestra pertenencia y nuestros derechos, cumplimos con nuestras responsabilidades, y además tenemos la oportunidad de acceder a determinado poder y autoridad sobre lo que sucede en nuestro cotidiano.
Aunque son varias las formas de participación podemos simplificarlo en dos extremos sobre los que nos desplazamos: una participación pasiva que implica una pertenencia silenciosa limitada muchas veces a recibir información o mandatos, y ejecutar, o por otro lado una participación activa que supone una pertenencia proactiva y creadora.
Durante este tiempo de pandemia es interesante apreciar como a pesar del aislamiento físico nuestras pertenencias se multiplicaron. No es para nada raro estar inmersos en infinidad de grupos a través de redes con diversos objetivos. Pero ¿vivimos estas pertenencias de forma activa o pasiva? ¿tomamos parte o somos simples espectadores?
En la realidad actual es normal encontrarnos con personas que no participan y líderes que no fomentan la participación. Esta se ve limitada por obstáculos tanto individuales como grupales, e implican barreras culturales, estructurales, psicosociales y políticas que se deben superar para una mayor participación.
La participación en esencia es un comportamiento, y todo comportamiento esta movilizado por necesidades. Por otra parte, sabemos que hay una relación importante entre la motivación para desarrollar determinada conducta y las expectativas sobre los efectos de la misma. Si la participación no es percibida con un valor instrumental para la satisfacción de necesidades y el cumplimiento de metas, es difícil que se participe, ¿para qué hacerlo si no se logrará nada?
Fomentar la participación implica esfuerzos individuales y colectivos. Es importante establecer dinámicas democráticas donde los miembros tengan iguales oportunidades de tomar parte, implica brindar una autoridad real en la toma de decisiones y el desarrollo de una visión compartida dentro del sistema, una cultura que, dé identidad y sentido al acto de participación, donde se satisfagan las necesidades de los miembros. Por otro lado, como participantes también debemos asumir estas oportunidades de participación de forma activa y responsable.
Reflexionemos un poco sobre nuestras formas de participar y de fomentar la participación de otros, ¿a qué se deben? Quizás sea necesario repensar nuestra pertenencia a determinados espacios, nuestros motivos para estar ¿Estamos satisfechos? ¿Por qué no hacemos algo? Si no tenemos deseos de participar, ¿para qué estar?; si no sabemos cómo participar, ¿por qué no informarnos?; sino damos oportunidad a otros de participar, ¿por qué no hacerlo?
La participación es un proceso por el cual accedemos y tomamos parte en el sistema social. El empoderamiento que implica ha de ser conquistado y fomentado en esfuerzos conjuntos por todos los actores. Esto contribuirá a la transformación y desarrollo de nuestras sociedades, para el logro de una equidad y un bienestar colectivo muy necesario.
Participar es una oportunidad, aprovechémosla.
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