De la frustración de Adam a la perversión Psi

Van Gogh - The Kingfisher

Psicoanálisis

Siglo XXI, proliferan las neurociencias y las terapias cognitivo conductuales ofreciendo los medios para curar el padecer de las personas. Las mismas, al estar paradas en la vereda de las ciencias biológicas, hacen un reduccionismo para clarificar un objeto de estudio: el ser hablante pasa a ser una sustancia medible y clasificable sobre el cual se realizan experimentos y conjeturas.

Es de este modo que pesquisan fenómenos inadecuados y, sirviéndose de medicamentos y rutinas, apuntan a corregir pensamientos y obturar síntomas para que las personas puedan seguir con una vida “normal”: una inerte secuencia de tareas, de las que no es primario si les interesan, viviendo y soportando las mismas situaciones a diario, sin experimentar algo que les permita participar como sujetos, debido a que la subjetividad no les entra en sus tubos de ensayo.

Lo que desconocen es que “la pulsión, tal como es construida por Freud, a partir de la experiencia del inconsciente, prohíbe al pensamiento psicologizante ese recurso al instinto con el que enmascara su ignorancia por la suposición de una moral en la naturaleza”.

Esta suposición de moral en la naturaleza los lleva a mirar para otro lado en tanto a la palabra concierne, olvidando que los animales con pinzas no se masturban, tampoco los cornudos sufren felonía y, si a las fieras peludas no les pica la pelusa, no la embrocan a la polla por si acude a la partuza.

Freud descubre el inconsciente y lo vincula a un saber que no se sabe y que, sirviéndose del drama de Edipo, tiene su fundamento en la relación del niño con sus padres. En esta línea es que habla de sexualidad infantil y, caracterizándola como perversa y polimorfa, remarca que no tiene nada que ver con la reproducción ni el instinto.

Es a partir de esta experiencia que construye el axioma de pulsión: una serie de estímulos internos, fronterizos entre lo psíquico y lo somático, de los que, a diferencia de estímulos externos, no se puede huir, sino que se apaciguan por medio de la satisfacción.

El embrollo radica en lo paradójico de la satisfacción a la cual empuja puesto a que genera placer en una zona y displacer en otra. Entonces la solución que contenta a las partes es una formación reactiva o complacencia somática. Por esta razón dice que los síntomas son la práctica sexual de los enfermos.

Lacan retoma a Freud con herramientas que le brindan otras disciplinas y añade que las pulsiones son “el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”, recalcando que el drama radica en el hecho de hablar o, mejor dicho, que somos hablados.

Como sabemos, el hecho de hablar no es gratuito, sin consecuencias. En L´etourdit Lacan se interroga si es por el hecho de habitar el lenguaje que no hay relación sexual o si es porque no hay relación sexual que lo habitamos. Es una incógnita a modo de qué vino primero si el huevo o la gallina. Lo interesante es la respuesta: lo real (no es el uno sin el otro).

Lo real del ser hablante es que desde antes de haber nacido viene a ocupar, si tiene suerte, un lugar en el deseo del Otro: un hombre y una mujer que se las rebuscan como pueden para cumplir sus funciones de padre y madre, y constituir un Sujeto. Claro es que ocupar un lugar en el Otro va a depender del Otro y qué lugar nos ofrece. Sabemos que hay Otros y Otros como lugares y lugares, y, si algo nuestra práctica nos enseña, es que esto no es indiferente.

En el principio era el Verbo es como define esta cuestión el Evangelio de San Juan. El punto es que cuando el verbo se encarna las cosas empiezan a andar francamente mal. La Torah lo testimonia en Bereshit cuando “formó Adonaí Elohim desde la tierra todo animal del campo y a todo ave del cielo y se los trajo al hombre para ver cómo los denominaría, y así como denominare el hombre a los animales vivientes, ése es su nombre”. El hombre, muy obediente, les asignó sus nombres.

Lo interesante es que a partir que nombraba, que estaba atravesado por la palabra, se dio cuenta que los animalitos se las arreglaban bastante bien a la hora de reproducirse, pero para sí mismo no halló pareja.

¿Acaso Adam era Lacaniano y sabía que el significante no estaba hecho para las relaciones sexuales? Lamentablemente no me dan los cálculos para que haya sido partícipe de sus Seminarios, entonces, ¿cómo llegó a esta conclusión?

¡Adam se frustró! Tras haber probado con todas las fieras y elucubrar, que macho y hembra de cada especie tenían una armonía de la cual él no era partícipe. Para colmo sabemos que la relación con Eva no trajo muchas soluciones, sino que estaba Más allá del principio del placer.

Claramente lo que las Escrituras nos transmiten es que cuando el verbo se encarna “ya no se es en absoluto feliz, ya no se parece en lo más mínimo al perrito que mueve la cola, ni tampoco al buen mono que se masturba”.

Podemos pensar que es la imposibilidad de acceder a relación sexual, por morar en el malentendido que produce la dimensión de lo simbólico, lo que hace que nos las tengamos que arreglar con un abanico de goces que se despliega de manera admirable y que no tienen nada que ver con el instinto.

El instinto es un saber que se transmite genéticamente entre los seres vivos de la misma especie y les permite responder de una misma forma ante determinados estímulos. Pero los seres hablantes, aquellos cuales al principio es la palabra sostenida en el discurso del Otro y signada por su aceptación, se genera un saber particular, el inconsciente.

Si la cosa anda francamente mal es porque no se sabe bien qué hacer con este saber, a diferencia del direccionamiento instintivo, por eso hace sus chanchullos, genera síntomas.

En este punto, el neurótico, portador de su inconsciente, está amarrado a un destino que no tiene que ver con las aspiraciones propias, sino por la sobredeterminación surcada por el Otro. Es por esta razón que padece.

Entonces, ¿cómo deshacer algo que es del registro de la palabra con condicionamientos o medicamentos que apuntan a las funciones neurológicas?

Mi experiencia al debatir con estos profesionales “PSI” me llevó a concluir que quienes en esto creen son moralistas: puesto a que a partir de analogías establecen un conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad.
Asimismo tienen un discurso perverso en el punto que reniegan de la falta de armonía con la naturaleza que introduce el lenguaje.

La devastación por el verbo genera satisfacciones paradojales. Hay algo en la inhibición, los síntomas o lo intolerable de la angustia que está hablando, que no cesa de escribirse, que está ligado a cómo el Sujeto fue dicho y que se expresa como un rebus a descifrar. Si esto no se contempla, se tapona por medicamentos o rutinas supuestas, generalmente retorna de una manera más insoportable.

Si bien el Psicoanálisis contempla que se puede gozar como chancho y sufrir como perro, deja a los animalitos en paz, y considera que estas son formas de decir. Y como de decir se trata, las formas tienen sus consecuencias. Por eso Lacan nos trasmite, al final de su enseñanza, que el psicoanálisis apunta a  deshacer por la palabra lo que es hecho por la palabra.

*La imagen que acompaña el artículo se titula: The Kingfisher de Vincent Van Gogh (1886)

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