Maradona: un ídolo demasiado humano

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Social

Un día las tapas de todos los periódicos del mundo coincidieron con el mismo rostro en sus portadas. Un rostro que puede encontrarse pintado tanto en un muro devastado por la guerra en Siria, en un oscuro callejón de Nápoles o en un barrio de la populosa India. Y curiosamente, no es el de un líder político ni de un gurú religioso. Es, sencillamente, la imagen de un ÍDOLO.

No puedo sustraerme al hecho que días atrás conmocionó al mundo en general y a mi país –Argentina- en particular. Me refiero obviamente a la muerte del “Diez”, Diego Armando Maradona, a poco de haber cumplido 60 años.

Su repentina desaparición física, tanto para aquellos fervientes fanáticos, como para quienes resulta un personaje controvertido ya sea por sus excesos o sus actitudes irreverentes y de jugadas al límite (y no me refiero precisamente dentro de la cancha de fútbol), marcó un hito: el pasaje del ídolo de multitudes, con sus luces y sombras, sus gambetas increíbles y su decadencia física, a la leyenda. Ese paso donde el mito termina de instituirse, porque ahora –definitivamente- su imagen tomará nuevos vuelos, construyéndose y volviéndose a construir con los fragmentos subjetivos del recuerdo, de la anécdota, de la historia interpretada y narrada con los giros individuales de cada uno. No por casualidad muchos medios titularon“Maradona Inmortal”, porque perdurará indefinidamente en la memoria (un soporte tan fuerte como maleable).

A colación de lo dicho, resulta interesante analizar estos hechos a la luz del texto titulado “Los Ídolos”, del psiquiatra Enrique Pichón Rivière (1907-1977), fundador de la Psicología Social argentina, escrito en colaboración con Ana de Quiroga. Dicho texto fue publicado originalmente en 1970 y forma parte del libro Psicología de la Vida Cotidiana.

Reflexionando sobre el sujeto y su comportamiento, el Dr. Pichón Rivière dirá: “solo existe el hombre en relación”, al abordar al sujeto en el interior de una red vincular en la que emerge y se configura desde esa contradicción interna entre la necesidad y la satisfacción. Esto explica la importancia de lo grupal como escenario y, a la vez, instrumento de la constitución del sujeto.

“LOS ÍDOLOS” (1970)i

“El ídolo es algo más que un personaje determinado: es un rol social cuya función consiste en asumir y gratificar aspiraciones colectivas. Cuanto mayor es la coincidencia entre estas aspiraciones y el comportamiento del sujeto-ídolo, más intensa es la adhesión que despierta…

La figura idealizada emerge como más necesaria en un contexto de crisis en el cual se desdibujan el padre y la madre. En este momento histórico la juventud aparece como una nueva clase social que enfrenta las estructuras de un mundo adulto paraseñalar su fracaso.”

Personalmente pienso en el momento histórico en que la figura de Maradona emerge y comienza a remontarse deslumbrante. Los controvertidos años 70′ del siglo pasado fueron el marco ideal para la concepción del ídolo. Años signados bajo el signo de la rebeldía. Los 70′ serán siempre recordados no solo por haber significado una década prolífica en cambios políticos y sociales, sino también por una turbulenta redefinición de los roles sociales.

“El joven ve en ellos (adultos/ancianos) a personajes que han abandonado su función tradicional, y para quienes la tan mentada experiencia se convierte en un bagaje inútil y anecdótico. Aparece entonces una imposibilidad de idealización de esas figuras debilitadas. La sociedad revive. Se promociona todo lo nuevo, todo lo joven, en arte, en política, en ciencia.”

Era entonces el momento justo. Si nos posicionamos en medio de los años 70′ y miramos en derredor nuestro veremos que la inercia de los veinticinco años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial redundó, nada más y nada menos, que en un “final de la ilusión”. Las historias de los héroes ya son anécdotas que van perdiendo pasión y que pronto serán contadas por los abuelos. Viejas gestas que suman capítulos a los libros de historia. Los popes de la política, los monstruos que dominaron la escena conduciendo los destinos del mundo hasta los primeros años de la posguerra, habían ido desapareciendo o ya eran muy ancianos. Se vive en un mundo a la sombra de viejos paradigmas que comienzan a vislumbrarse obsoletos y por ende, cuestionables. Se entiende entonces que haya hambre de protagonismo, de querer escribir la propia historia, de redefinir los límites y de poner en duda los mandatos instituidos.

Ante este panorama, vaya si hubo un revivir de la sociedad, una promoción de todo lo nuevo: estamos básicamente ante una “nueva estructura de sensibilidad” (ideas y creencias pero también valores, sentimientos y pasiones) con la convicción de la posibilidad de una transformación radical de las estructuras y la inevitabilidad de la revolución socialista y la radicalización de la juventud. Un mundo en ebullición caracterizado por la percepción generalizada de una transformación inevitable, y a la vez deseada, del universo de las instituciones, de la subjetividad, del arte y la cultura. Todo esto decantará en una necesaria aparición de figuras renovadoras destinadas a traer bocanadas de aire fresco ante la presión sofocante de estereotipos agónicos.

El Dr. Pichón Rivière dirá: “Con la caída de la gerontocracia se inicia la búsqueda de figuras sustitutivas que se convierten en los modelos reconocidos por la cultura de masas”. Y agrega: “Los modelos de identificación…recaen entonessobre los héroes de la cultura de masas, llamados a cumplir este rol de objeto idealizado.” Y así fue.

“El nuevo modelo es el de un ser humano en la desesperada búsqueda de su propia realización a través de la instrumentación del amor y del bienestar… La rebelión de los jóvenes adquiere un lenguaje propio que se hace manifiesto a través de su vestimenta, su jerga, su música, sus diversiones, pero de un modo particular por medio de sus ídolos, portavoces del orden distinto al que aspiran.” Al panorama asfixiante se antepone la desesperada búsqueda de una “propia realización”. No es casual que los jóvenes de ese entonces se volvieran actores políticos importantes a nivel mundial, lo cual puede visualizarse en las grandes manifestaciones populares ocurridas a partir de 1968 en México, Praga y Paris, sin pasar por alto la figura precursora del Che Guevara, por ejemplo. Había sed de un orden distinto, el cual no alcanzó su satisfacción sin encontrar resistencia, sangrienta muchas veces. Y fue precisamente en ese contexto que la figura de Maradona cobró relevancia, proyectándose como un héroe que trascendió tanto sus grandes momentos, allá por los años 80′ y principios de los 90′, como su esfera deportiva de actuación.

En él se encarnó la lucha de clases, por lo tanto es un símbolo social y cultural que, para muchos, hizo cuerpo una identidad nacional, marcada por las virtudes, los defectos y las contradicciones. Sus triunfos dentro del campo de juego lo terminaron divinizando, con todo lo que ello conlleva. No en vano Eduardo Galeano lo llamó “el más humano de los dioses”.

“Maradona se convirtió en una suerte de dios sucio, el más humano de los dioses. Eso quizás explica la veneración universalque él conquistó, más que ningún otro jugador. Un dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón,irresponsable, mentiroso, fanfarrón”, dijo Galeano. “Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”. Por eso en 2015, al enterarse de la muerte de Galeano, Maradona pudo decir: “Gracias por entenderme, también”.

Volviendo al texto y en consonancia con el escritor uruguayo, el Dr. Pichón Rivière, dirá que “la conducta de estos héroes, que se convierten en personajes míticos, no puede ser comprendida sino dentro del fenómeno de la idolatría. Su vida está determinada por esa relación con sus fans, quienes terminan por poseerlos completamente. Su éxito, de dimensiones casi inexplicables, exige un precio de dependencia total.”

Han pasado los años. Si bien la estrella fulgurante de Maradona deslumbró hasta alcanzar su cenit con el momento glorioso del Mundial de México 86, el ídolo ya estaba instalado en la conciencia colectiva, con todas sus exigencias. Eso explica que, más de tres décadas después, las tapas de todos los periódicos del mundo un día coincidieran con el mismo rostro en sus portadas. O que ese rostro pueda encontrarse, por ejemplo, pintado en un muro devastado por la guerra en Siria, en un callejón oscuro de Nápoles o en un barrio de la populosa India.

Ahora, mientras termino de escribir, me detengo por unos momentos y hago zapping por distintos canales nacionales e internacionales, tanto informativos como de deportes. Y en todos, la referencia es la misma: la muerte del ídolo, aunque para este momento su funeral ha concluido y ya esté sepultado. Trascendiendo fronteras idiomáticas, culturales e ideológicas, las pasiones que despierta su nombre (y con él, el símbolo de una época) no pueden morir porque fue emergente y exponente de un momento histórico que como tal, ha dejado su huella en la humanidad, al margen de las simpatías o antipatías que pueda generarnos individualmente.

En definitiva, el 25 de noviembre murió la persona. El ídolo es inmortal.

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i Pichón Rivière, E. y Pampliega de Quiroga, A. (1985). Psicología de la Vida Cotidiana. Buenos Aires: Nueva Visión

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SicologiaSinP.com - Carlos L. Di Prato

Técnico Superior en Psicología Social

Escritor independiente. Técnico Superior en Psicología Social. Operador en Salud Mental y Experto Universitario en Acompañamiento Terapéutico orientado a personas afectadas por el Mal de Alzheimer. Actualmente se encuentra realizando la Licenciatura en Ciencias para la Familia (Universidad Austral, Buenos Aires). Integra equipos técnicos gubernamentales, interviniendo con familias en situación de riesgo y/o vulnerabilidad. [...]