En busca de respuestas conductuales ante la amenaza a la salud

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Psicología Clínica

A partir de la segunda quincena de marzo se iniciaba en Chile el aumento de las medidas restrictivas más drásticas ante el avance del COVID-19: toque de queda sanitario, cuarentenas y se observaba la generalización de la preocupación de todos por las medidas de seguridad en espacios públicos. En esta emergencia sanitaria mundial una de las variables más controvertidas que ha incidido directamente en el aumento de contagio y causado reacciones de todo tipo, ha sido el comportamiento de muchas personas que no han tomado las medidas sanitarias pertinentes y, no sólo eso, a sabiendas de todo cuanto ocurre, transgreden, con diversos pretextos y motivaciones, las normas establecidas al respecto. 

El comportamiento social contrario a lo establecido en determinado momento se puede entender como un acto normal de la vida cotidiana, no todos perciben de igual modo la realidad, no todos están de acuerdo, entonces no tiene por qué haber uniformidad en la respuesta social humana; pensar lo contrario, aparte de ser una ilusión, cerraría peligrosamente la puerta para que muchos hagan valer su opinión y expresen su derecho a actuar según sus apreciaciones. La transgresión es consustancial al avance de las sociedades. 

Pero no siempre los actos contestatarios de desacato tienen igual valía o son tan comprensibles, sobre todo cuando se trata de la salud propia y, aún más, cuando terceros pueden ser puestos en riesgos. Aunque, en verdad, también son muy comunes. Buscar respuestas de por qué las personas actuamos de determinada manera, intentar influir en el comportamiento está en la base del surgimiento de la psicología como ciencia y es, aún hoy con tantos avances en este sentido donde también otras ciencias sociales han aportado prolíficamente, uno de sus más grandes ¨dolores de cabeza¨, y quizás, tal fin sea una utopía, al menos por el momento. 

¿Cómo explicar que, bajo evidencias reales de peligro de enfermedad e incluso de muerte, muchas personas no tomen los resguardos pertinentes y, de hecho, con su comportamiento desafíen y nieguen lo evidente? Ha sido y es un hecho cotidiano en todos los países del mundo, donde las autoridades han tenido que encargarse de cuidar la salud de aquellos que atentan contra su propia vida. Las explicaciones desde la ciencia tradicionalmente han estado centradas en cuestiones como no dimensión real del peligro, baja percepción de riesgo, pobre información sobre lo que ocurre, desvalorización, creencias divinas, hasta pudiera aventurarse el tánatos freudiano, etc. 

Con esto en mente, mi curiosidad de trabajo de campo de otros tiempos y mi inclinación a conversar atrevidamente con desconocidos fui en busca de entender, de preguntarle a los dueños de las conductas transgresoras. No quería sólo hipotetizar desde las noticias, quería tener la vivencia de la respuesta del otro allí donde se produce, también corriendo el riesgo de ser considerado un invasor y por qué no, cierto temor a contagiarme (no todo es racionalización en la vida). 

La Vega Central es el segundo mercado de productos agropecuarios de Santiago de Chile (¨Después de Dios, está la Vega¨, reza una popular frase que realza su grandeza). Lo que no encuentras aquí, como se diría en Cuba, ¨no lo encuentras ni en los centros espirituales¨. Dentro de este inmenso recinto y, en derredor, se agolpan múltiples tiendas de todo tipo, no sólo con productos del agro, normalmente es un espectáculo grato de bullicio mercantil diverso, aderezado multiculturalmente con la avalancha migratoria de los últimos años. Lugar donde se asienta desde el más formal de los vendedores hasta aquellos que trasiegan con los trastos que nadie se imagina puedan ser reusados; deteriorados y deslucidos ya, no obstante, a alguien podrá servirle y constituyen la esperanza de comer algo ese día para sus oferentes.

¿Por qué no usan mascarillas, por qué no se protegen, no tienen miedo enfermarse? Fueron mis interrogantes. Confieso que no pocos me miraron como un bicho raro, ¨¿quién era este que de pronto nos invade con esas preguntas, además tan escondido detrás de su máscara?¨ pensé que se dirían. Pero yo estaba decidido a preguntar, quería saber, nadie me había ¨encargado¨ indagar nada, trabajo para mí, para conocer y compartir. Tenía algo a mi favor: el chileno de la calle conversa, se ríe, socializa, tira la talla; también pensé que para disminuir la resistencia diría la verdad, que era psicólogo, me interesaba saber por mi profesión, que no estaban bajo ningún concepto obligados a responderme y que, además, era cubano, lo cual a veces ayuda, hay simpatía por Cuba en muchos por acá. Debía ser convincente porque no sólo quería respuestas, también aspiraba a una foto, eso complicaba la situación. 

Conversé con personas en situación de calle (duele saber que esto existe y en Santiago, lastimosamente, aumenta, forma parte un paisaje urbano desgarrador). Muchas son las causas de esto, lo cierto es que no están atendidas. Nadie debería vivir así, aún cuando sea su decisión. Dialogué con vendedores mayores de edad, con otros que bonachonamente casi ¨me exigieron¨, a cambio de su atención, darle algún dinero para… beber y ¡eran las 10:00 am!, con haitianos devenidos en mercaderes de frutas (estos fueron los más precavidos, los más temerosos, mucho me costó la foto con uno de ellos, muy amable; sólo cuando le insté repetidamente a que se ocultara como yo detrás de la mascarilla, el hombre me regaló una preciada selfie haitiano – cubana; no en el Caribe común, al lado del profundo y frío Pacífico.  

¿Por qué no usan mascarillas? ¿No tienen miedo enfermarse?

¨Esto es un invento del Gobierno para tenernos entretenidos y desviar la atención sobre los temas sociales importantes¨. El 18 de octube de 2019 comenzó un inédito y sin precedentes estallido social en la historia reciente de Chile que la llegada del COVID-19 interrumpió para frustración de unos y posposición momentánea de sus aspiraciones de justicia social y, respiro profundo para el Gobierno que estaba en jaque y no hallaba cómo salir airoso de esa encrucijada.

¨Sólo Dios dispone cuándo nos enfermamos, cuándo morimos, eso es un artefacto creado por las personas¨, me desafió un convincente devoto y  fornido treinteañero. 

¨Yo estuve mucho tiempo en un hospital, de milagro no perdí la vida, soy diabética, me salvé, qué más me puede pasar¨, contestó una mujer en situación de calle y con muleta. 

 ¨Yo ya he vivido bastante, cuando el Señor disponga, así será¨; reposado me responde un adulto mayor que se veía muy bien de salud. 

¨No tenemos miedo, el bicho no puede vivir en el alcohol, estamos protegidos¨, dijeron otros, muy seguros de su etílica medicina. 

¨Sé que hay que usarla pero ahora no la tengo puesta por el trabajo¨, como dejando entrever que les resultaba algo incómoda me expresaron dos haitianos. 

A veces no entendemos, nos exasperan las ¨conductas inconscientes del otro¨, creemos que no merecen nada, pero no les preguntamos. Como no sabemos qué los motiva a actuar de la manera que lo hacen, nada de lo que se haga puede ser muy efectivo. La mejor ayuda, la duradera, la que cala es la que se organiza desde la necesidad del otro, del conocimiento de sus problemas. El trabajo social, sobre todo en tiempos tan complejos, requiere no sólo hacer cumplir las orientaciones sanitarias, lo cual no es discutible, pero sí hacerlas más efectivas también desde ponerse en el lugar del otro, saber su situación social particular y cosmovisión para lograr mayor efectividad. 

Mis ¨entrevistados¨ son pobres de la calle más no son ignorantes, tienen una historia, tienen una fundamentación de actuar como lo hacen, coincidamos con ellos o no. La historia de la ciencia tiene mucho más que decir y que lograr con todo lo que se ha hecho por el bien social que sólo decirle a la gente ¨quédate en casa¨, sin más. No sólo hay que usar los medios de comunicación masiva, también el trabajo comunitario, allí donde está la gente hay que ir, comprenderlos y asistirlos de manera creíble y continua con sus preocupaciones.  

Otros no son tan infortunados, no tienen esa urgencia económica, los hay adinerados; también transgreden, con sus motivos. La ley es una, hay un bien superior como la salud de todos que hay que cuidar, pero el ser humano es el mismo pandemia tras pandemia, peligro tras peligro, no importa la magnitud de este: la transgresión social es una norma.  

Entender el por qué y el cómo del comportamiento de las personas es una misión insoslayable para cuidar mejor de ellas y para hacer más efectivos nuestros procesos de influencia social que, ojalá algún día, sean cada vez más argumentativos, persuasivos que restrictivos. Que podamos actuar desde la convicción interna lo que es mejor individual y socialmente en cada momento y no que tengamos que ser obligados. Cada vez que esto ocurre es un paso atrás en la madurez, la responsabilidad, la independencia. Seguir labrando el camino de la autonomía consciente aunque parezca utopía.

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SicologiaSinP.com - Omar García Miranda

Licenciado en Psicología

Licenciado en Psicología. Universidad de la Habana. Cuba. Máster en Psicología Laboral y de las Organizaciones. Universidad de la Habana. Cuba. Máster en Consultoría Gerencial. Universidad de la Habana. Cuba. Docente universitario, Investigador, Consultor, Psicoterapeuta Miembro de la Red Latinoamericana de Profesionales de la Orientación. (RLPO). Miembro de Comité Editorial de la Revista Enfoque Humanístico (digital). Centro de Counseling, ¨Holos Sánchez Bodas¨. Buenos Aires, Argentina. [...]

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