Regreso | Deseo de venganza

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Poesía

Regreso

¿Cómo se vuelve a la tierra del derrumbe?
¿Cómo se llega al hogar donde se armó el exilio?
Sigo las huellas que invento en el camino.
Hago crujir las hojas del otoño.
La tierra está quemada y el corazón desierto.
El viento parece traer el olor a jazmín que ni veo ni encuentro.
A lo lejos las paredes de la casa devuelven un lenguaje común.
Ese aprendido entre quejidos, llanto y risas de antaño.

Esa lengua arrancada del útero que talló el grito,

la pertenencia,

el amor,

la obediencia.

Mis pies se apuran para hacer cercanos los muros.
Se los ve tan fuertes, el ladrillo rojo, los musgos que pujan en las grietas.
Mis oídos no encuentran el tono de los primeros cantos.
El pensamiento -siempre engañado- supone que aún se está lejos.
El olor a quemado de la tierra me detiene:

“No corras, no vayas a la caza de la casa de la tierra del derrumbe.

Solo querrás venganza.

Tus palabras no detendrán la herida

ni las marcas del incendio del amor.

Hunde tus pies desnudos en la tierra.

Hurga con tus manos los terrones chamuscados

hasta encontrar las lombrices.

Mira estupefacta cómo ellas se mueven,

se cortan,

crecen,

se enroscan,

pululan vida.

Solo así podrás cruzar el muro sin que lo Mismo te aloje,

sin que lo Mismo te aterre.

Que lo mismo sea el devenir de tu tiempo”.

¿Cómo se vuelve a la casa del derrumbe?

Quizá sea habitando la intemperie.

Por:María José Bozzone

 

Gertrudis Gómez de Avellanada

Deseo de venganza

(Soneto escrito en una tarde tempestuosa)

¡Del huracán espíritu potente,
rudo como la pena que me agita!
¡Ven, con el tuyo mi furor excita!
¡Ven con tu aliento a enardecer mi mente!

¡Que zumbe el rayo y con fragor reviente,
mientras ─cual a hoja seca o flor marchita─
tu fuerte soplo al roble precipita.
roto y deshecho al bramador torrente!

Del alma que te invoca y acompaña,
envidiando tu fuerza destructora,
lanza a la par la confusión extraña.

¡Ven… al dolor que insano la devora
haz suceder tu poderosa saña,
y el llanto seca que cobarde llora!

Por: Gertrudis Gómez de Avellanada

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