Derek Walcott y su fórmula de autoencuentro personal

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Arte y Mente

“Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto. No quedes atrapado en el dogma, que es vivir como otros piensan que deberías vivir. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje para hacer lo que te dicen tu corazón y tu intuición”

Steve Jobs

En muchas ocasiones los premios internacionales no hacen justicia a muchos autores que merecen un mayor reconocimiento debido a la trayectoria y calidad de su obra. 1992 fue un año en el que esto no ocurrió. El gobierno de Suecia, encargado de otorgar el Premio Nobel se valió de los argumentos necesarios y con sobradas razones decidió que el galardón en la categoría literaria debía recaer en Derek Walcott.

Nacido en Castries, Santa Lucía el 23 de enero de 1930,  el poeta, dramaturgo y artista visual vivió hasta la avanzada edad de 87 años, para fallecer el 17 de marzo de 2017 en el propio país que lo vio nacer. La riqueza verbal, visual y conceptual de su vasta obra refleja las tradiciones y las tensiones del momento histórico en el que le tocó vivir, una región colonizada por los británicos. De igual modo destaca en su producción literaria la relación que establece entre el simbolismo de los mitos y su cultura autóctona, todo bajo la influencia de un movimiento literario que surgió en Latinoamérica de mediados del siglo XX llamado Realismo Mágico, el cual se define por su preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común.

Dentro de la larga lista de poemas, todos hermosos y bien logrados en cuanto a lírica, métrica, etc. destaca uno que es el más conocido y que de alguna manera lo catapultó al éxito, se trata de Omeros. En esta ocasión no se hará referencia a dicha obra de arte de la literatura universal, esta vez haremos un alto en un poema menos conocido pero con un alto valor conceptual: Amor después del amor.

Llegará el día

en que, exultante,

te vas a saludar a ti mismo al llegar

a tu propia puerta, en tu propio espejo,

y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro, y dirá: Siéntate aquí. Come.

Así nos adentra Walcott, el poeta, en lo que se puede denominar como una fórmula para el auto encuentro y el redescubrimiento como personas sintientes y sapientes. La vida es corta o la vida es una sola, son dos frases con el mismo significado que se suelen manejar en el argot popular y que sin duda no dejan de tener toda razón, pero que por desgracia no sabemos en todo momento el verdadero sentido que contienen. No lo sabemos o más bien lo olvidamos y eso se demuestra cuando se presenta casi como una constante, la jerarquía que se le da a cosas sin mucho sentido a lo largo de nuestra vida.

La rutina también juega un papel determinante cuando se trata de ensimismarnos en el quehacer diario. El hecho de hacer algo de un modo u otro, sin que requiera tener que reflexionar o decidir nos impide ver lo verdaderamente importante en la vida, dígase cosas grandes o pequeñas, es una especie de ceguera con ojos bien abiertos. Gastamos tanto tiempo concentrándonos en buscar la felicidad cuando la mayoría de las ocasiones esta se nos presenta delante de nosotros y sobre todo cuando esta depende de nosotros en un gran porciento, de nuestra actitud ante la vida.

Sin llegar a convertirse en regla, sucede con asiduidad que son los eventos estremecedores o trágicos en nuestras idas y vueltas por la vida, los que nos convocan a movilizarnos y repensar actitudes, recapacitar sobre comportamientos y de cierta manera comenzar a reordenar nuestras vidas. ¿Por qué Derek Walcott nos invita a encontrar el amor después del amor?  Como decía muy buen amigo Hugo Rizzo, es necesario saber ¿quién soy? ¿adónde voy? y ¿con quién voy? Justamente esto es lo que alcanzo a leer más allá de la lírica poética de Walcott en su poema. Reencontrarse con uno mismo sin la necesidad de sufrir un golpe o una decepción. Invitación vitalicia para avivar el amor propio. Aprender a conocernos  y a aceptarnos, saber de nuestras limitaciones y capacidades en aras de usarlas como vehículo para hacer frente y llevar una vida decente que nos mantenga con la moral y la frente en alto. Lo dice Jorge Bucay: “Porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes”.  Sin la directividad de la prosa o de una terapia psicológica, el poeta nos lo dibuja con la metáfora propia de su capacidad innata para decir las cosas más duras o serias con la mayor belleza del mundo:

Otra vez amarás al extraño que fuiste para ti

Dale vino. Dale pan. Devuélvele el corazón

a tu corazón, a ese extraño que te ha amado

toda tu vida, a quien ignoraste

por otro, y que te conoce de memoria.

Baja las cartas de amor de los estantes,

las fotos, las notas desesperadas,

arranca tu propia imagen del espejo.

Siéntate. Haz con tu vida un festín.

De eso se trata, la vida se nos fue dada, es la única oportunidad que tenemos para vivir, entonces por qué no hacer de eso un festín.

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