Lo verdaderamente importante

lo-verdaderamente-importante

Psicología, Social

La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valoración del mundo de las cosas.

Karl Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844

Hace poco leí una frase que me pareció un excelente resumen de nuestro afán consumista: “Compramos cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a gente que no le importamos”. También Eduardo Galeano, en su Diccionario del Nuevo Orden Mundial, lo expresó de forma similar al definir irónicamente Sociedad de Consumo como: “Invención de alto valor científico, que permite suprimir las necesidades reales, mediante la oportuna imposición de necesidades artificiales.”

Es que, si por un momento prestamos atención a todo lo que a diario se nos ofrece, veremos que muchas veces se trata de cosas completamente prescindibles y hasta inútiles. Constantemente somos atacados por todo un arsenal publicitario que apela crudamente a los sentidos resaltando colores, olores, sabores de una manera tan insistente que prácticamente somos manipulados ‘a gusto y piaccere’ por terceros y como dóciles marionetas accedemos a vestirnos con determinadas marcas, a comer determinados productos, a tomar tal o cual complemento dietario, a usar determinado calzado, a actualizar periódicamente el teléfono celular, a consumir determinada programación, etc. etc., resultando interminable la lista de la variedad de ofertas que nos obliga ‘si y solo si’ a adquirir lo que el mercado infinito tiene para ofrecernos de nuevo, ventajoso e imprescindible a cada instante.

Pero resulta que, en esta vorágine interminable de ofertas que como un enjambre desaforado resuena constantemente en nuestros oídos y ante nuestra vista, muchas veces se nos pasan por alto otras cuestiones más esenciales y pertinentes a nuestra realidad cotidiana. A ver, déjenme explicarme mejor con algunos ejemplos gráficos: ¿de qué sirve poseer lo último de lo último en cuanto a teléfonos inteligentes si no podemos hablar con nuestra pareja, con nuestros padres, hermanos o hijos?; ¿de qué sirve un abrigo de una súper marca si por dentro no podemos atenuar el frío de la soledad cotidiana?; ¿de qué sirve un par de lentes espectaculares si no podemos ver la necesidad del otro? Así, desde la perspectiva de la caducidad de todo –de nosotros mismos vale recordarlo- la preponderancia de lo material resulta pueril. Porque la noción de la realidad se pierde en medio del griterío de la Feria de Vanidades.

Erich Fromm, en su célebre fórmula: “Yo soy = lo que tengo y lo que consumo”, definió acertadamente la esencia del consumidor moderno, llegando a compararlo con un “eterno niño de pecho que llora reclamando su biberón”.  Lamentable. Ya los Evangelios citan a Jesucristo expresando sin ambigüedad: “Si esta noche vienen a pedirte tu alma, lo que has provisto ¿de quién será?”, aludiendo a la preponderancia de lo esencial –lo ‘invisible a los ojos’, al decir de Saint-Exupéry- frente a la finitud temporal a cada instante posible.

El día de mañana, cuando ya seamos historia, seguramente no se nos recordará por el fabuloso móvil que ostentábamos, sino más bien por nuestra disponibilidad para el diálogo sincero, para escuchar con atención y por la pertinencia de nuestras palabras; no creo que alguien recuerde si teníamos unos lentes Dolce & Gabbana, sino más bien si podíamos ver cuando alguien nos estaba necesitando; tampoco si teníamos un reloj sofisticado y con innumerables funciones, sino por la dedicación desinteresada de tiempo.

Cierta vez un hombre de negocios hizo un largo viaje para ir a visitar a un anciano sabio y pedirle su consejo. Al llegar notó que este vivía muy humildemente, se podría decir que con lo imprescindible. Intrigado porque una persona tan respetada viviera de aquella manera y creyendo que seguramente la verdadera morada del anciano estaría en otra parte, antes de irse le preguntó:

– ¿Dónde están sus cosas, sus muebles, su ropa, sus libros…?

El sabio le respondió con otra pregunta:

– ¿Y dónde están sus cosas?

Sonriendo por lo ingenuo de la pregunta el hombre respondió:

– Llevo lo necesario, porque que estoy de paso por aquí.

– Yo también- dijo el viejo sabio.

Si podemos ser nosotros mismos, auténticos, ¿por qué ser una vacía marioneta que actúa según el capricho de quien mueve los hilos?. Definitivamente podemos ser la mejor versión, la original.

Por último, lo dicho no implica sumergirnos en un idealismo abstracto. En la sentencia “No solo de pan vive el hombre” se expresa con claridad la síntesis superadora: atender a lo material sin ser materialista, teniendo presente que se trasciende por los actos, como bien por allí escribió un poeta:

“Si la vida es un recorrido,

como el sol por el firmamento,

vive del amanecer al ocaso,

siendo cálido en tu efecto…

(…)

Recuerda entonces

y vive consciente de esto:

los muertos se llevan a la tumba

solamente lo que dieron”. *

 

 *citado del poema ‘Deja tu huella’, en Noche que me desvelas –poemas de trasnoche, de Carlos L. Di Prato.

, , , ,

Compártenos tu opinión

avatar
  Subscribe  
Notify of

Compártelo con tus amigos si te ha gustado

Artículos relacionados

SicologiaSinP.com - Carlos L. Di Prato

Técnico Superior en Psicología Social

Escritor independiente. Técnico Superior en Psicología Social. Operador en Salud Mental y Experto Universitario en Acompañamiento Terapéutico orientado a personas afectadas por el Mal de Alzheimer. Actualmente se encuentra realizando la Licenciatura en Ciencias para la Familia (Universidad Austral, Buenos Aires). Integra equipos técnicos gubernamentales, interviniendo con familias en situación de riesgo y/o vulnerabilidad. [...]