Un tranvía llamado deseo
La primera parada fue siempre en las falsedades del gozo de los amores cotidianos. El exilio suele ser el mérito del arte dramático. Éramos dos ferrocarriles, una carrera incesante hacia el otro. Caóticos pero ardientes. Jugando con nuestras armas: mi ingenio, mi salvaje inteligencia, su sensualidad, su maldad. Yo siempre libre y él innecesariamente obediente a los diálogos matrimoniales. El apetito erótico también es una prisión, sostenida en la chispa de la clandestinidad. Pero la vida se va acabando entre rupturas y reencuentros. Por eso necesitábamos liberarnos, juntos y condenados. Como los hombres y mujeres que luchan por la libertad. Corriendo siempre por un tranvía llamado deseo y alejándonos en una poética y atrevida realidad. La última parada fue en los fracasos de los amores civiles y públicos, muriéndose ante la sorpresa del amante inesperado. Un amor poco convencional necesitado de silencios y soledad. Hoy perdí mi última parada, como su buena alumna no supe contenerme con sus migajas.
Por: Kristal M. Rivera González
Testamento
Como he sido iconoclasta
me niego a que me hagan estatua:
si en la vida he sido carne,
en la muerte no quiero ser mármol.
Como yo soy de un lugar
de demonios y de ángeles,
en ángel y demonio muerto
seguiré por esas calles…
En tal eternidad veré
nuevos demonios y ángeles,
con ellos conversaré
en un lenguaje cifrado.
Y todos entenderán
el yo no lloro, mi hermano….
Así fui, así viví,
así soñé. Pasé el trance.
Por: Virgilio Piñera
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