Mi hijo me miente…

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Mi hijo me miente

Psicología Clínica

Antes de los 7 años al niño le cuesta diferenciar su vida interior de la exterior, es decir, sus vivencias, deseos e intereses, encuentran una fuente directa para su manifestación en la conducta. Esto no sucede con los adultos, ellos son capaces de sentir mucha rabia y expresar un desenfado que le permite actuar ajustadamente en una situación determinada. Como tendencia, alrededor de esta edad, se comienza a perder esa espontaneidad infantil. Se da una  diferenciación incipiente de la faceta interior y exterior de la personalidad del niño y afloran nuevos modos de comportamiento, según explica la Dra. Laura Domínguez, psicóloga y profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana. La pérdida de la espontaneidad significa que incorporamos a nuestra conducta el factor intelectual que se inserta entre la vivencia y el acto directo, lo que viene a ser el polo opuesto de la acción ingenua y directa propia del niño de acuerdo con esta autora. Dicho factor intelectual funciona como un filtro, un punto intermedio de carácter intelectual entre la vivencia y el comportamiento.  

Pongamos un ejemplo donde la importancia que tiene para el infante esta mediación cognitiva se hace notar: el niño que es rechazado por sus características físicas, se siente triste, dada la mediación intelectual sabe que está triste y la razón por la que se siente mal, pero sabe también que una conducta que manifieste subvaloración puede reforzar su condición de rechazado, por lo que encuentra otras alternativas para insertarse en el grupo, espacio este que juega un rol fundamental en la motivación y el desarrollo de la personalidad del niño. 

Este filtro al que nos referimos supone un desarrollo de la actividad intelectual que se traduce en mejores condiciones adaptativas para el infante y este desarrollo puede encontrar una plataforma en la mentira. De modo que una actitud férrea de negación hacia la mentira pude significar un obstáculo para el desarrollo intelectual del niño. Sin polarizar las interpretaciones, lo que intento hacer ver es que:

(1) Un niño que ha dicho una mentira es una persona que ha entendido que hay cosas que no debe decir en un momento determinado.

(2) Es una persona que ha entendido que lo que decimos tiene impacto y consecuencia  y es una persona que ha comprendido que puede obtener provechos de una situación específica.

(3) Ha comprendido que un fracaso puede transformarse en una oportunidad.

Nuevamente, sin polarizar las interpretaciones, estos aprendizajes son un puente hacia la madurez del escolar. 

Sabemos que las prohibiciones tienen un efecto bumerán que se hace mayoritario cuando se trata de personas con escasez de criterios, y sabemos que el niño a esta edad no posee un desarrollo moral y de valores estructurados que le permita conocer las repercusiones negativas del ejercicio de este tipo de fraude.

No estoy diciendo que se debe ser permisivo o no tomar partido ante una situación en la que el niño se cobija en el engaño y mucho menos cuando este se convierte en el remedio santo del escolar. Digo entonces que los padres deben prestar fiel atención e este tipo de conducta, modularla, establecer pautas de comportamiento a través de una comunicación abierta con el niño. 

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Licenciado en Psicología

Licenciado en Psicología por la Universidad de La Habana, Profesor de La Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas (ELAM). Líneas de investigación: Psicología Clínica y Psicología Oraganizacional en las que realizado trabajos y prácticas pre y profesionales en institutos como la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, El Centro de Orientación y Atención Psicológica, Hospital de Día de Arroyo Naranjo. [...]