Cuando la clínica tiene estructura de ficción

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Cuando la clinica estructura de ficcion

Psicoanálisis

Hoy le leí un cuento a un chico en una sesión. Descubrí que le interesa la lectura y que además, esto tiene beneficios terapéuticos para él. Hace unos meses habíamos empezado con La historia sin fin de Michael Endé. Se identificó con Bastian, el protagonista. En el primer capítulo, corre por su vida huyendo de otros chicos que lo maltratan en la escuela. Que le hacen “bullying”, diríamos hoy. Por azar se mete en una tienda bastante rara, en la que hay todo tipo de objetos y libros polvorientos, entre ellos se encuentra La historia sin fin. Sin saber por qué, en un acto impulsivo lo roba. Aprovecha el descuido del viejo de la tienda y se lo mete debajo del abrigo. Mi paciente estaba fascinado con el robo, con la tienda, con la lluvia de fondo, con la descripción de los personajes y de la escena. Así comenzó a mostrarme su interés por las historias, y su capacidad de escuchar y de concentrarse. Lo más importante es que él mismo descubrió esta capacidad, mientras que yo leía en voz alta una y otra vez el mismo capítulo.

Pocas veces en un tratamiento se pueden abrochar por azar, o por destino, algunas cuestiones tan maravillosamente como sucede con este niño, me refiero al encuentro de mi paciente con otro libro. Como dije al comienzo, hoy empezamos otra historia. Pero antes de contarles esta historia, una breve descripción de mi paciente, llegó con once años, solía ser bastante inquieto (por ejemplo cambiaba mis muebles de lugar, se sacaba medias y zapatillas, se enrollaba en su campera o se tapaba con los almohadones, cosa que por su tamaño era casi imposible) Y a la vez era muy retraído con las palabras. El diagnóstico previo era déficit atencional e hiperactividad con impulsividad. Mientras que en la escuela se preocupaban por sus impulsos de agresión hacia sus compañeros, sus padres sufrían por su falta de amigos y por las burlas que le hacían. Ya lo habían cambiado dos veces de colegio. Fueron cinco o seis sesiones de repetir el primer capítulo en voz alta. Con el tiempo empezó a sentarse y esperar que le leyera. Yo no entendía el por qué. Empezamos a tomar mate juntos (fue su idea): “Cosa de grandes”, pensé. Al cabo de unos meses de repetir la misma historia, modificó sus conductas abiertamente, en su casa, en la escuela y en las sesiones. Y yo seguía sin entender el por qué.

Hasta que empecé a mostrarle mi aburrimiento, mis ganas de avanzar. Pero no había caso hasta que finalmente se interesó por otro libro, que tomó sin permiso, como Bastian, de mi biblioteca. Pero no lo robó, por el contrario me insistió para que se lo  lea. Cosa interesante, pero antes de seguir contando sobre mi paciente, quiero introducir una reflexión sobre la escritura, la literatura y el azar. La reflexión viene a cuento de La historia sin fin tanto como de otro cuento que hoy le leí, Ruleta: El encuentro con un libro, se puede convertir en un destino. Sin embargo no hay azar ni destino que valgan a un sujeto, si no hay decisión de su parte. Es Bastian quien debe decidir a la mitad de la obra, si hacerse cargo o no, de la suerte (o destino) que le toca. Por otra parte, al pensar en mi paciente entiendo el punto de identificación con el personaje. La forma impulsiva en la que el personaje resuelve tomar el libro es una característica también suya. El impulso constituye en intento de apropiación fallida del objeto deseado. Ocurre que el sujeto no puede jamás apropiarse de un objeto, de hecho no hay objeto del deseo, sino objetos, en plural, pero si puede apropiarse de su deseo. Y para ello se debe reconocer en su propio impulso y elaborarlo mediante palabras. El era pura acción, acción descontrolada. Volviendo a Bastian, no es cuando roba cuando se apropia de su deseo, sino cuando comienza a leer el libro. Hay un trabajo posterior de lectura, que inicia en ese punto de arrebato, que respecto a mi paciente, me daba la pauta del trabajo a realizar con él en la terapia. Hay un trabajo de apropiación realizado por Bastian respecto del objeto, que empieza por leerlo y que concluye al meterse adentro de la historia. Me interesa distinguir arrojo de arrebato, el arrojo es un salto decidido.

No todo eran lecturas en las sesiones, también me contaba algunas cosas mientras tomábamos mates. Aclaro que me encanta que venga porque es el único paciente con el que he tomado mate. Y el único con el que he compartido lecturas. Mi paciente, está enamorado. Antes de leer Ruleta me estaba hablando de eso. Primero buscamos el significado del nombre de la chica en el celular. No sé cómo llegamos a la mitología, creo que fue porque él me dijo que ya no cree en Papá Noel. “Ahora creo en Aquiles” dijo,  reafirmando dos cosas: una, que está grande, y dos, que le encantan las historias. Entonces dijo que cree en Aquiles. Le pregunté si conoce el mito, y después hablamos del significado del nombre del héroe trágico. El talón de Aquiles nos llevó a buscar un libro que no encontré sobre mitología griega: “Mito y tragedia en la Grecia antigua” de J. P. Bernard. Aún así, le expliqué el sentido metafórico de una expresión: “Es mi talón de Aquiles”: “mi punto débil” le dije. Entonces reflexionó, que esa chica, la que le gusta, es su talón de Aquiles. Es decir su debilidad. Aunque habla más que antes, e incluso conversamos, la palabra que predomina todavía es la que escucha por sobre la que emplea, por lo que enseguida me instó a que le lea “Fantasmas…” Tal vez para escapar del tema.

El libro en cuestión, ya lo venía mirando de reojo, se llama “Fantasmas que se habitan en mi cama” de Sebastian G. Barrasa. Es un libro de cuentos, en su mayoría fantásticos. “No es para niños, porque requiere cierta complejidad su abordaje” le dije, pero él insistió. Y al cabo pensé, “Lacan es muy complejo y sin embargo se lee”. Los libros tienen esa propiedad única de encontrar a sus lectores, y quién era yo para obstaculizar ese encuentro. Por otra parte los libros para niños tampoco lo son del todo, o al menos no exclusivamente, La historia sin fin o El Principito también son leídos por adultos. Así que elegí al azar uno de los cuentos “Ruleta” y lo leí. De principio a fin escuchó atentamente. Después hubo un silencio. El personaje tiene todo, y es esa su tragedia, que nada le hace falta, que no encuentra como Aquiles su talón, no está metido en su historia como Bastian.

Ruleta

Un día, Eric von Rinkerlanger supo que podía perderlo todo. Desde siempre fue un tipo con suerte. Había sido un impecable alumno en su escuela primaria. Los demás estudiantes lo elegían como el mejor compañero y los maestros lo seleccionaban como abanderado, por sus notas y su buen comportamiento. Casi nunca se enfermaba, y si se enfermaba se curaba muy rápido. Su rendimiento no decayó en la secundaria. Se recibió con honores. En la universidad, obtuvo el título de ingeniero en tiempo record. Y aún antes de haberse recibido ya estaba trabajando en una muy importante empresa constructora. Era muy eficiente y tenía un buen sueldo que le permitió ahorrar para licitar su primer auto. Así, antes de cumplir los treinta, Eric von Rinkerlanger, tenía todo lo que un muchacho de su edad podría desear. Sólo le faltaba conocer a una mujer de quien enamorarse. Y la conoció. Daiana era una mujer muy hermosa, dulce e inteligente. Se casaron. Poco tiempo después Eric obtuvo un ascenso en la empresa que le permitió comprar un departamento para cuando vinieran los hijos. Luego, Eric, logró cerrar un acuerdo para la construcción de un Shopping y, como premio, obtuvo el dinero suficiente para cambiar el auto y comprar una casa de veraneo cerca del mar. Fue ahí, en la casa de la playa, donde Eric von Rinkerlanger sintió por primera vez que no estaba completo. Era una sensación muy profunda. Al principio pensó que se trataba de una falta material, así que se propuso hacer un inventario de las cosas que tenía y de las que deseaba tener. Anotó todo minuciosamente. Pero después de escribir y leer y releer, sacó tres conclusiones: 1) que tenía casi todo lo deseaba; 2) que cualquier cosa que le pudiese faltar no le sería difícil de conseguir; 3) que a pesar de eso, su angustia de estar incompleto persistía. Pensó que podría ser algo afectivo, pero en esa área también lo había logrado todo. Y no había problemas físicos ni nada raro. Consultó con varios especialistas y sólo encontró halagos por su impecable salud y felicitaciones por sus éxitos. Entonces comprendió: Él, Eric von Rinkerlanger, el hijo pródigo, el alumno ejemplar, el mejor compañero, el abanderado, el marido afectuoso, el empresario exitoso, jamás,

en sus casi cuarenta años, había tenido un fracaso. Eric von Rinkerlanger, no conocía el sabor de la derrota. No sabía qué cosa era perder. Había comprendido también que, para equilibrar esa vida tan plagada de éxitos, tenía que lograr un fracaso fenomenal. No era cuestión de subir a un colectivo y que le robasen la billetera. Eric necesitaba sentir que podría perderlo todo. El 7 de junio de ese mismo año, consiguió la dirección de un casino clandestino en donde se podía apostar sin límites. Puso en juego tanto dinero que cualquiera lo hubiese tildado de delirante. Apostó todo al número veintiuno.

Fue entonces, justo después de que el crupier dijo “No va más”, cuando Eric comprendió otra terrible verdad, porque fuera cual fuere el resultado, se volvería a demostrar que él era un tipo exitoso. Si la pelotita se detenía en el veintiuno le habrían salido las cosas bien, como siempre. Pero si la pelotita se detenía en cualquiera de los otros treinta y seis números, habría logrado perder, que era el objetivo que se había planeado esa noche. Entonces sonrió, pues por primera vez había logrado confundir al destino, porque estos éxitos serían a la vez el magnánimo fracaso de su búsqueda del fracaso… y no le pudo dar demasiadas vueltas más al asunto, porque la ruleta había dejado de girar.

De Sebastián “Zaiper”  Barrasa, del libro “Fantasmas que se habitan en mi cama”

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