La modernidad en cuestión: Sujeto y Razón en tensión

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Psicoanálisis

Introducción: la unidad

En este texto me propongo acercar al lector algunas breves ideas del sociólogo francés Alain Touraine volcadas en su libro Crítica de la modernidad (1992). En este sentido, quisiera empezar con una reflexión de Foucault, la cual creo que tiene cierta solidaridad con el espíritu del libro:

“Pienso que el asunto central de la filosofía y del pensamiento crítico desde el siglo XVIII ha sido siempre, todavía lo es, y seguirá siendo, espero, la cuestión: ¿Qué es esta Razón que usamos? ¿Cuáles son sus efectos históricos? ¿Cuáles son sus límites y cuáles sus peligros? ¿Cómo podemos existir como seres racionales, afortunadamente comprometidos a practicar una racionalidad que está desafortunadamente entrecruzada con peligros intrínsecos? Debemos mantenernos tan próximos a esta cuestión como sea posible, teniendo presente que es a la vez central y extremadamente difícil de resolver. Además, si es extremadamente peligroso decir que la Razón es el enemigo que debiera ser eliminado, es igualmente peligroso decir que cualquier cuestionamiento crítico de esta racionalidad corre el riesgo de arrojarnos a la irracionalidad.”    

Durante mucho tiempo se creyó que la razón lo era todo. Sólo esta garantizaba la correspondencia característica de la modernidad entre la acción humana y el orden del mundo. Se creía que, al obrar según las leyes de la razón, la humanidad se dirigía hacia la abundancia, la libertad y la felicidad. El así llamado reinado de la razón supuso la creciente dominación del sistema sobre los actores. También en nombre de la razón y de su universalismo el hombre occidental varón, adulto y educado extendió su poder sobre los trabajadores, los pueblos originarios, las mujeres. Esto llevó, poco a poco, a una visión puramente instrumental de la razón en tanto fue puesta al servicio de demandas propias de la nueva sociedad de consumo de masas. 

touraine

Alain Touraine

La dualidad

Ahora bien, ¿puede reducirse la modernidad al primado de lo racional? Según Touraine, el asunto es más complejo. Lo plantea con la siguiente interrogante: “¿no resulta claro que la modernidad se define precisamente por esa separación creciente del mundo objetivo (creado por la razón de acuerdo con las leyes de la naturaleza) y del mundo de la subjetividad, que es ante todo el mundo del individualismo o, más precisamente, el de una invocación a la libertad personal?” Según el sociólogo francés, la modernidad:

“… ha impuesto la separación de un sujeto descendido del cielo a la tierra, humanizado, y del mundo de los objetos manipulados por las técnicas. La modernidad ha reemplazado la unidad de un mundo creado por la voluntad divina, la Razón o la Historia, por la dualidad de la racionalización y de la subjetivación.”

Esta es la posición que el autor defiende en el libro. Es decir, rescata la relación, las tensiones entre la Razón y el sujeto, entre la racionalización y la subjetivación, entre el espíritu del Renacimiento y el espíritu de la Reforma, entre la ciencia y la libertad. De esta manera, toma posición frente a la liquidación del sujeto en la posmodernidad: “El sujeto no puede disolverse en la posmodernidad porque se afirma en la lucha contra los poderes que imponen su dominación en nombre de la razón.” Es por eso que la crítica que él propone “quiere desligar la modernidad de una tradición histórica que la ha reducido a la racionalización e introducir el tema de sujeto personal o subjetivación.” Para Alain Touraine, la modernidad es diálogo entre el sujeto y la razón. “Sin la Razón, el sujeto se encierra en la obsesión de su identidad; sin el sujeto, la Razón se convierte en el instrumento del poder.”

La razón

La modernidad supuso el paso de la causa final (religión) y de la causa eficiente (magia) a la causa formal. Se trata de la secularización y del desencanto del mundo antiguo. Muerto Dios, pasa a ocupar el centro de la escena la ciencia. Sin embargo, según Touraine, se intensifica la racionalización en el momento en el que occidente se identifica con la búsqueda de una sociedad racional (una sociedad transparente como el pensamiento científico). El modernismo, como ideología occidental de la modernidad, introduce la concepción de un individuo sometido a leyes naturales. Implica una tabla rasa con respecto a toda tradición, a toda creencia y a todo modo de organización sociopolítica que no se pueda demostrar científicamente. La modernidad, en uno de sus aspectos, supuso una revolución racionalista para la que mediante la razón sería posible dar lugar a un hombre nuevo y a una sociedad nueva. La organización racional del placer y del gusto responden al sometimiento al orden universal, el cual incluye al orden estético de lo Bello absoluto y al orden moral de la virtud natural del hombre. Concepción ingenua del placer que hallará una fuerte contestación en el goce sadiano para el que el mal también puede proporcionar placer (e incluso uno mayor). Tampoco puede desconocerse la emergencia de una concepción utilitarista del bien y del mal: bueno es lo que es útil a la sociedad y malo lo que perjudica su integración y eficacia. Se funda un orden político, sin recurrir a fundamentos religiosos, en el que los individuos se someten a la voluntad general de lo social, ya por libre decisión, ya por miedo a la muerte. El orden moral queda patentizado por Kant y su imperativo categórico mediante el que el hombre se somete el deber armonizando su acción con la razón, es decir, con lo que él tiene de más universal (moral y racional se confunden). En cuanto a lo económico, la ideología modernista tomó la forma del capitalismo, cuyo actor dirigente es el capitalista. Weber explica este tipo social y cultural como un “asceta en el mundo”, un sujeto que sacrifica todo por su trabajo. La racionalización económica se acopla aquí a una fuerte represión sobre las filiaciones socioculturales tradicionales y, especialmente, sobre las fuerzas sociales –trabajadores, pueblos colonizados, mujeres- a las que el capitalista reduce a lo irracional, la pereza, la necesidad inmediata. Tal como plantea Enrique Dussel, el nacimiento de la modernidad debe situarse en 1492 y abarca el período que va hasta la revolución francesa y el comienzo de la industrialización inglesa. La ideología modernista debe pensarse como una concepción racionalista del mundo, que busca poner orden a las cosas a través del cálculo científico, integrando el microcosmos y el macrocosmos, rechazando toda dualidad cuerpo/alma, mundo humano/mundo trascendente. Según Giddens, las cuatro características principales de esta época son: el industrialismo, el capitalismo ya mencionado, la industrialización bélica y la vigilancia de la vida social en su conjunto. Se supone que la sociedad moderna es un sistema reflexivo capaz de accionar sobre sí. Por esta pendiente, en la que se concibió lo social como un sistema autoproducido, autorregulado y autocontrolado, se cayó de manera cada vez más activa en el rechazo del sujeto, aspecto que según Touraine debe ser rescatado puesto que constituye el otro rostro de la modernidad. Por último, una interesante reflexión del autor: “Desencanto del mundo, secularización, racionalización, autoridad racional legal, ética de la responsabilidad: los conceptos de Max Weber, que han llegado a ser clásicos, definen perfectamente esta modernidad sobre la que hay que agregar que fue conquistadora, que estableció la dominación de las elites racionalistas y modernistas sobre el resto del mundo por obra de la organización del comercio y de las fábricas y por la colonización.”       

El sujeto

Desde la perspectiva de Touraine, “la gran tarea de la filosofía de la Ilustración, desde Bayle, fue[…] la lucha contra la religión o mejor dicho contra las iglesias en nombre de la religión natural o a veces del escepticismo y hasta de un teísmo militante.” Este matiz resulta de relevancia para introducirnos en la segunda cara de la modernidad, no menos importante que la primera: la subjetivación. El antihumanismo del modernismo (que alcanza su cumbre con el pensamiento estructuralista del siglo XX) forcluye toda noción de sujeto o lo reduce a un puro «sujetamiento», ya sea social, económico, político (Foucault), al lenguaje o inclusive al inconsciente (un primer Lacan). Hasta hoy en día, dentro de las ciencias sociales o del pensamiento psicoanalítico mismo, se sigue escuchando esta pretensión cientificista y modernista de un sujeto enteramente borrado, reducido a las propias leyes del sistema, donde nada del orden de la libertad, de la elección, de la responsabilidad puede ser pensado. Por ende, esta forclusión del sujeto, conlleva un cercenamiento del aspecto ético que ya vimos traducido en su momento en el imperativo categórico kantiano (cuya verdad resulta ser el goce sadiano). En la actualidad, esta concepción hermética de la estructura, que la vuelve un trascendental donde aparentemente todo estaría dicho, le hace la jugada a los imperativos del capitalismo neoliberal. Desde lo teórico se le da consistencia a la tragedia y a la desgracia de la subjetividad “neoliberalizada” (y no solamente desde la explicación biopsicológica de las neurociencias, aunque es cierto que estas son las que más juegan a favor del status quo). Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “sujeto” en términos de la modernidad? Nos dice Alain Touraine: “La secularización sólo puede ser una de las mitades del mundo desencantado; la otra mitad es la representada por un sujeto que en adelante está fuera del alcance, pero que no por eso deja de ser una referencia constantemente presente.” De hecho, nosotros sabemos que es lo que retorna con el pensamiento psicoanalítico: el sujeto como instancia de verdad. Pero el síntoma neurótico es solamente una de las modalidades de retorno de esa verdad excluida del saber científico y reenviada a la metafísica, de ese sujeto rechazado por la formalización matemática como cúspide de la racionalización. Acaso los particularismos, los nacionalismos, el encierro en una tradición o identidad defendidas fanáticamente, etc. no sean sino –a nivel social– otros modos sintomáticos a través de los cuales el sujeto reaparece en la escena histórica. También esa verdad reprimida se presentifica dentro de la racionalización misma como goce del Otro en términos de segregación, de poder disciplinario, de dominación, de colonización, de campo de concentración. Como lo plantea François Wahl, si la ciencia moderna se instituye distinguiendo tajantemente entre saber y verdad, esta última retorna en la ciencia y resurge en el interior mismo del saber… como agujero. Si la ideología modernista creyó destruir la dualidad de origen cristiano entre sujeto y razón haciendo primar de modo exclusivo a esta última, la «destrucción del yo» (falsa conciencia) llevada adelante por las filosofías de Nietzsche y Marx –así como el surgimiento del psicoanálisis con Freud– invita a reflexionar sobre aquella mitad perdida, es decir, sobre esa tradición que la filosofía de la Ilustración aparentemente había vencido con su racionalismo. La ruptura del cristianismo entre poder temporal y poder espiritual, la relación personal del hombre con Dios en el agustinismo, la separación presente en Lutero entre filosofía (razón) y fe (espíritu, sujeto), entre otros antecedentes, suponen una valorización de la experiencia y de la afectividad tan descuidas por la ideología modernista. En palabras de Touraine: “El pensamiento de Lutero inaugura una tradición que se opone a la vez al racionalismo de la Ilustración y al humanismo de inspiración cristiana y que somete al hombre a un sentido, a un Ser, que lo domina y al cual puede someterse por la fe y el amor.” Esta teología de la fe introduce una idea de responsabilidad del hombre cuya soledad e impotencia fundan la aprehensión de sí mismo como sujeto personal. Transformación del sujeto divino en sujeto humano que marca la otra cara del corte en que consiste la modernidad, el rostro de la subjetivación en tanto separado de la racionalización. De esta manera “el sujeto fuera del hombre, el sujeto divino, queda reemplazado por el hombre sujeto, lo cual acarrea la ruptura de la persona considerada como urdimbre de papeles sociales y de particularidades individuales en provecho de una conciencia inquieta de sí misma y de una voluntad de libertad y de responsabilidad.” No podemos dejar de hacer referencia en este punto a la figura de Descartes, “doblemente moderno”. Descartes se libera de la sensación y de la opinión, camino que lo conduce al método y al cogito. En medio del trabajo de pensamiento racional que sentará las bases de la ciencia moderna, se vuelca de golpe hacia el descubrimiento del yo, del alma. Descartes separa el orden de los cuerpos y el orden de las almas. El conocimiento de la naturaleza no debe confundirse con el plano del libre albedrío, de la libre voluntad del sujeto humano, cuya virtud deja de medirse en función de los parámetros de utilidad social. Dice Touraine: “la voluntad del hombre no se pierde en Dios, sino que descubre en sí mismo un yo que no se confunde con las opiniones, las sensaciones y las necesidades y que por lo tanto es el sujeto.” Descartes, en ese punto donde articula una “voz humana”, rompe con la arquitectura escolástica (Paul Valéry). La esencia del hombre es el pensar, pero también la esencia del pensar es el hombre como sujeto –aunque con Lacan sepamos que ese pensamiento se sitúa a nivel del Otro. Lo interesante del pensamiento de Descartes es que abandona el cosmos, la idea de unidad. El mundo consiste en una cantidad de objetos pasibles de ser estudiados científicamente, gracias a la duda y a la razón. Esta desconexión de lo divino, instituye un sujeto que encuentra apoyo sólido en sí pero que, a diferencia del racionalismo ilustrado, también reflexiona desde la razón sobre el sujeto humano. Esto invita a pensar a Descartes como uno de los principales responsables de la conversión del dualismo cristiano en una moderna concepción del sujeto. Un sujeto que es libertad y actor. Un sujeto del acto.    

*Imagen de portada: Primer desembarco de Cristóbal Colón en América, tomando posesión de La Española para la Corona de Castilla. Pintura de Dióscoro Puebla, (Exposición Nacional (1862), Medalla de Primera clase)

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Psicoanalista y escritor egresado de la Universidad de Buenos Aires

Actualmente se dedica a la clínica psicoanalítica freudo-lacaniana. Dentro de sus investigaciones actuales se destaca el interés por recuperar el espíritu crítico y polémico del pensamiento freudiano tomando pensadores de otras disciplinas. [...]