La belleza en los sujetos y los objetos y el modelo capitalista

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Psicología

El Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana (1994), nos dice que la palabra belleza deriva de bellus, “por benullus diminutivo de benus, forma anticuado de bonus, que todavía subsiste en el adverbio bene´, bien.” Esto demuestra que ambas palabras se vinculan en su raíz.

La Doctrina de lo bello como “simetría” fue expuesta por vez primera por Aristóteles. Lo bello se halla constituido, según el estagirita; por el orden, por una simetría y una grandeza que es posible abarcar en su conjunto de un solo vistazo.

Para San Agustín es bello lo que es uniforme y para Santo Tomás lo es aquel objeto que visto o contemplado causa deleite, reuniendo sus partes la condición de la proporción o la armonía. Por otra, parte Kant aportó: “…que la belleza consistía en la perfección de los objetos, independientemente de toda apreciación subjetiva”[1] por ser inadecuada y relativa. “Definió lo bello como lo que gusta universalmente y sin conceptos, e insistió acerca de la independencia del placer y lo bello respecto a todo interés, sea sensible o racional”[2].

El historiador Herbert Read, en su libro “La bella y la bestia” “Ensayo sobre lo feo” (1966), hace una reseña desde Aristóteles, pasando por San Agustín, los filósofos del Renacimiento italiano y los de la época de la Ilustración y expresa: “se concibe la belleza como una excelencia en la proporción de las cosas, lo que no es bello es lo que no tiene perfección de formas, o es deforme, para lo cual contamos con la palabra latina turpis” que nos remite directamente a las palabras torpeza y repugnancia.

Algunos apelan a la reacción que provoca la belleza en nuestros sentidos, otros nos hablan de las características que deben reunir los objetos o las personas para ser considerados como tal.

Según la definición del Diccionario de Filosofía de Walter Brugger (1953), el vocablo alemán correspondiente a schönheit se enlaza etimológicamente con schaven: contemplar y schön: bello. Lo que en un principio indica algo contemplable o digno de verse, pasa luego a significar luminoso, brillante, resplandeciente. Para luego llegar así al significado actual.

En su texto “El malestar en la cultura” de 1930, Freud refiere que “El goce de la belleza se acompaña de una sensación particular, de suave efecto embriagador”. Por lo que este tipo de goce puede ser una de las vías por las cuales las personas buscan resarcir los malestares que le afectan a diario. La belleza ocupa un lugar particular entre los requisitos de la cultura y aunque su utilidad no puede especificarse, no se la relegará a un segundo plano.

Anterior a esto en su texto “Tres ensayos de una teoría sexual” de 1905, el psicoanalista ya había indagando el origen del término “bello” observando que la palabra alemana Reiz significa tanto estímulo como encanto. Hace una afirmación sumamente importante pues relaciona este concepto con el campo de la excitación sexual, estableciendo allí su raíz; a la vez que llama la atención sobre el hecho de que no se consideren bellos los genitales mismos, aunque a la vista producen gran excitación sexual. Afirmó al respecto: “La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa”.

El desarrollo de la belleza, entonces, arranca con el predominio de lo visual. Es así que ciertas personas que se encuentran envueltas plenamente de su narcisismo, ejercen un poder de atracción particular al observarlas, por encima de otras que han resignado parte de su narcisismo. El especial atractivo que avivan tanto éstas como los niños, los grandes carniceros y los gatos, deriva del narcisismo, pues despiertan un atractivo en la medida en que se ven autónomos, satisfechos, completos, libres, fuera del orden al cual todos nosotros nos encadenamos. Autonomía que destaca como muy pregnante en nuestra cultura que demanda salud, bienestar, producción y consumo.

Cuando las personas se presentan a la clínica, usualmente se refieren a otros, como sujetos que viven siempre en equilibrio. Perciben en los otros, unos modos particulares de goce, que Lacan define como “…de superabundancia vital”[3], pues el sujeto concibe y percibe esto como algo que él mismo no puede aprehender de ningún modo. Estos otros, funcionan como puntos de referencia, como otros imaginarios y por el solo hecho de verlos envueltos plenamente de esa vitalidad, les genera un malestar, pues saben de la imposibilidad de alcanzar eso.

En la clínica a menudo, los psicoanalistas tienen que vérselas con los discursos de la ciencia que insisten en un saber absoluto, se cree en ellas como en una religión. Este hecho complica para nosotros el tema del deseo, pues a este se lo manipula desde la ley del mercado, en la ley de la oferta y la demanda. El impulso a gozar de la particularidad, el derecho a la satisfacción individual, son formas de promoción del capricho humano, por parte del mercado. Los objetos bellos que éste ofrece y los incalculables métodos y tratamientos para prolongar la juventud y vitalidad de los cuerpos más allá de los costos, están para hacernos creer que seremos felices, absolutos con la incorporación de ellos, pero en realidad funcionan como señuelos, que no hacen más que facilitar la repetición en la búsqueda de aquello imposible de alcanzar.

El sistema capitalista algo sabe de esto, de esta búsqueda del ser humano de aquellas cosas que creemos nos satisfarán por completo. Y lanza al mercado cada día nuevos objetos que funcionan como señuelos. Porque las leyes del mercado no tienen en cuenta al ser humano, sino sólo su propia necesidad de producir objetos nuevos que generaran nuevos ingresos.

[1] Enciclopedia universal ilustrada, europeo-americana. ED Espasa-Calpe S.A. Madrid Barcelona, pág. 1573.

[2] Diccionario de filosofía. Incola Abbagnano, pág. 129. ED. Revolucionaria Instituto cubano del libro. Año 1963.

[3] Lacan, Jacques. Seminario VII. Clase 18, año 1960.

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