“Pueblo que ignora su historia, pueblo que está condenado a repetirla”
Félix Varela
Entre los años en que el padre Félix Varela (La Habana, Cuba, 20 de noviembre de 1788 – San Agustín, Florida, Estados Unidos, 25 de febrero de 1853) dirigió la cátedra de Filosofía en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, sitio donde vio la luz la ciencia, la conciencia, la ética, la cultura y el patriotismo nacional. Por aquellos tiempo la Psicología no había logrado independizarse y en consecuencia, los principios, leyes y categorías sobre los cuales descansa su estructura sólo servían de fundamentación conceptual a las teorías aristotélicas; concepciones que desempeñan una función básica en el contexto de la enseñanza de la Filosofía, tanto en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, como en la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana.
No cabe duda alguna de que el ilustre y ejemplar maestro e investigador obtiene los saberes sobre Psicología a través de dos caminos esenciales: la Filosofía y la Pedagogía. La aguda inteligencia del “más sabio y virtuoso de los cubanos” según Gaspar Jorge García Galló en su libro: Esbozo histórico de la educación en Cuba, comprende dos hechos esenciales: el conocimiento psicológico debía estar en función de la espiritualidad cristiana y de la educación; criterio sintetizado en su antológica frase “[…] el que enseña y el que aprende sólo son compañeros, el verdadero maestro del hombre es la naturaleza divina”.
Solo un pensador sagaz, con espíritu creador como el de Félix Varela es capaz de darse cuenta y advertir la relación tan estrecha que existe entre la Psicología y la Espiritualidad, así como también entre Psicología y Pedagogía. Ahí radica el antecedente que fija posterior a 1902, el hecho que la psicología haya sido incluida como una materia más en el diseño curricular de la Escuela Normal para Maestros y en el de las carreras universitarias de Pedagogía, Derecho y Filosofía y Letras.
Además sentó las bases para que profesores con la categoría inigualable de Enrique José Varona y Alfonso Bernal del Riesgo, entre otros, desde las aulas de la capitalina Universidad de La Habana llevaran a la Psicología a niveles elevados de crecimiento, en lo que se puede catalogar como las grandes contribuciones al desarrollo de una disciplina que recién comenzaba a incursionar en el quehacer científico insular como ciencia independiente.
Mostrar alternativas, caminos u opciones diferentes, para que el alumno decida cuáles ha de elegir, constituye una de las bases sobre las que descansa los pilares del concepto de educación que desarrolló. La premisa metodológica de que: lo más interesante para el maestro debe ser enseñar al hombre a pensar desde sus primeros años, o mejor dicho, quitarle los obstáculos que le impiden pensar por sí mismo; y los consejos dirigidos a la juventud y al magisterio, y recogidos en sus Cartas a Elpidio, resultan pruebas fehacientes de que Varela es capaz de fundamentar no desde la vertiente teórico-conceptual, pero sí desde la práctica psicológica su fecundo quehacer docente-educativo y a la vez desbrozar el camino que luego transitarían sus más fieles discípulos; albacea testamentaria del hermoso legado intelectual y espiritual que dejara a la humanidad.
A partir de todos los presupuestos anteriormente mencionados se puede llegar a la conclusión de que la disciplina que nos ocupa puso a disposición de Varela un valioso instrumento que le permitió descubrir que la palanca que mueve el mundo es el amor y no el odio; la verdad y no la mentira; la justicia y no la injusticia; la bondad y no la maldad. Y desde esas posiciones, coherentes con su sólida formación cristiana, luchó sin tregua ni descanso por la libertad de Cuba y educó en el amor a Dios y a la Patria a generaciones de cubanos de buena sangre y buen corazón.
La Psicología como ciencia aplicada ayudó a Varela a entender, ennoblecer y cumplir su histórica misión como ser social; y en consecuencia, lo convirtió en un hombre libre, feliz y realizado desde todo punto de vista, con una dosis inagotable de fe y esperanza, cuyas luces jamás apagó, y un espíritu de sacrificio único, para afrontar toda suerte de incomprensiones, sufrimientos o calamidades, que pudieran apartarlo un ápice del cumplimiento de lo que él interiorizó como sus más sagrados deberes: Dios y la Patria.
Según mi apreciación objetivo-subjetiva, la ciencia psicológica cubana se halla en deuda de gratitud con el padre Félix Varela, quien llegara a la cima de nuestra cultura nacional y de nuestro pensamiento independentista, y cuyo “[…] mayor milagro es la nación cubana, que [hoy] se levanta sana y salva de la agresión y de la pobreza”.
José Martí
José Martí (La Habana, 28 de enero de 1853 – Dos Ríos, 19 de mayo de 1895), nuestro Apóstol Nacional no dejó pasar inadvertida la obra cultivada por el Padre Varela en cuanto al tema de la psicología. Cuando Martí comienza a incursionar en el campo de la literatura y el periodismo, ya la Psicología en la ínsula había roto su vínculo filial con la Filosofía. De esta manera se había convertido en la ciencia del espíritu, como la denominara el más universal de los cubanos.
La denominación como ciencia del espíritu por parte del Apóstol fundador del periódico Patria se basa en la definición de la ciencia que estudia las leyes, categorías y principios sobre los cuales se estructura la vida psíquica y espiritual del hombre, mientras que la Espiritualidad no es otra cosa, que el conjunto de acciones que la persona realiza y que le dan sentido a su vida, y se encuentra en relación directa con el mundo de los valores, que le son tan necesarios al homo sapiens como la luz a las plantas y el aire a las aves y que nos hacen encontrarle un sentido a la vida; sentido que nadie nos puede ofrecer y mucho menos imponer, puesto que es nuestro deber porque hallarlo.
Partiendo del pensamiento martiano, cultivar la espiritualidad es viajar a nuestro mundo interior en busca de la luz; desarrollar nuestras potencialidades, amar la vida, para no temerle a la muerte, que es luz, no-oscuridad, vía, no-término; sustituir el yo por el nosotros, sin perder nuestra identidad, que es única, especial e irrepetible; alimentar la autoestima, el autoapoyo, el autorreconocimiento y la autorrealización, bases de la salud psíquica y espiritual del hombre; percibir a la persona como una unidad bio-psico-social-espiritual indivisible.
Respecto a la unidad cuerpo, mente y espíritu proclamada por Martí, el poeta y ensayista Cintio Vitier advierte:
“[…] en toda… [su] obra [literaria y periodística] hallamos esa continua referencia, explícita o tácita, a un momento superior y sintetizador todavía no alcanzado por la historia humana…, en que las necesidades del cuerpo y las necesidades del alma, los valores de la razón y los valores de la esperanza, se compensen, articulen y equilibren”
Admitir sin reservas que la esencia íntima de la persona humana es buena y sana, no obstante todo lo que pueda argumentarse en contra de esa verdad antropológica; recorrer el único camino digno del hombre: el camino de la paz; aceptar el reto de la vida; y estar dispuesto a enriquecerse con la maravilla del amor y el perdón.
La espiritualidad martiana nos convoca a ser nosotros mismos y no otros; a crecer desde todo punto de vista, para apreciar mejor la bondad y la belleza que hay en la Tierra, crear y soñar; a entender que lo esencial resulta invisible a los ojos; a levantar puentes, no barreras; a ser plenamente humanos; a ser los “pequeños príncipes” de hoy y de mañana; a interiorizar que el amor elimina el miedo; y a neutralizar el anti-yo y el yo auto destructor,19 que no nos permiten realizarnos como personas humanas.
Muchas sociedades contemporáneas, por desgracia, no alcanzan y menos desarrollan algún tipo de espiritualidad, debido a que en su formación y consolidación consideran que sólo lo material es válido y admisible. Valoran al hombre por lo que tiene, sabe o sirve, y no por lo que es: un ser humano que por el solo hecho de serlo, merece amor y respeto.
La dimensión espiritual suele ser olvidada y sin duda es muy importante. Cuando eso sucede, el hombre no cultiva la espiritualidad, entendida también como una actitud positiva ante la vida, y en consecuencia, desconoce los valores necesarios para discernir cuáles de aquellas cosas que influyen sobre sus semejantes pueden tener una connotación positiva o negativa, o lo que es lo mismo, es un hombre sin criterio moral, carente de valores éticos y bioéticos, para comportarse en el seno familiar, en la comunidad donde vive, en su entorno natural, y peor aún, es incapaz de percibir la dignidad del otro en todas y cada una de sus dimensiones.
De acuerdo con esa línea de pensamiento, habría que aceptar el hecho indiscutible de que “[…] si el desarrollo humano se orienta hacia lo físico, instintivo o intelectual, sin desarrollar el corazón, el espíritu y la dignidad, a largo plazo tendremos una catástrofe para las personas, la nación y la raza humana”.
Una vez esbozada la relación entre Psicología y Espiritualidad, habría que volver a la época en que Martí incursiona en el campo de la ciencia del espíritu: la Psicología, independizada ya de la Filosofía, comienza a edificar un sistema de leyes, categorías y principios sobre los cuales se estructura la vida psíquica y espiritual del.
El concepto ético-humanista de hombre, la formación integral que éste debe recibir a través de toda su vida, así como la unidad dialéctica entre lo cognitivo y lo afectivo, constituyen el hermoso legado martiano al desarrollo de la ciencia psicológica cubana.
Enrique José Varona
Quince años después de que la psicología se independizara de la filosofía, el eminente filósofo y ensayista camagüeyano Don Enrique José Varona (Camagüey, 13 abril de 1849 – La Habana, 19 noviembre de 1933) envió a la Academia de Ciencias el texto La psicología como ciencia experimental, donde reflexiona acerca de los fundamentos teórico-conceptuales y metodológicos en los que se estructura esa disciplina científico-humanista por excelencia.
Conocimientos que Varona ordenó, sistematizó y recogió en dos volúmenes memorables que constituyen los primeros aportes bibliográficos a la naciente ciencia psicológica cubana, fuente de ética, humanismo y espiritualidad para quienes ejercemos esa noble profesión en la mayor de las Antillas.
En el año 1900, Varona tomó posesión de la cátedra de Lógica, Psicología, Ética y Sociología en la Universidad de La Habana, donde la psicología se impartía como asignatura en las facultades de Educación, Derecho y Filosofía y Letras, así como en las Escuelas Normales para Maestros y en los institutos de segunda enseñanza del país.
En la década de los 40 y 50 del pasado siglo, se crearon las escuelas de Psicología en las universidades privadas Santo Tomás de Villanueva (1946) y Masónica José Martí (1956); centros de educación superior que funcionaron en la capital de la ínsula caribeña hasta la promulgación de la Ley de Nacionalización de la Enseñanza, dictada por el Gobierno Revolucionario en 1961.
El legado intelectual y espiritual que Don Enrique José Varona dejara a las nuevas y futuras generaciones de psicólogos les enseña:
• Que el hombre es un ser inacabado e inacabable, que integra en una unidad viviente todos y cada uno de sus componentes humanos esenciales: biológicos, psicológicos, sociales, culturales y espirituales.
• Que la ciencia psicológica no sólo ayuda a quien la ejerce con amor y eticidad a crecer desde todo punto de vista, sino también a interiorizar el hecho de que la esencia íntima del homo sapiens es buena y sana…, no obstante todo lo que pueda argumentarse en contra de esa verdad antropológica.
• Que deben ser amantes apasionados de la luz que irradia ese sol del mundo moral que iluminó a Varela, a Martí, así como a tantos otros profesionales de la psicología que enaltecen el camino desbrozado por los padres fundadores de la ciencia del espíritu.
• Y, por último, que deben incorporar a su código ético ese conjunto de valores que la ciencia psicológica les inculca en la mente y en el alma, no sólo para ser mejores profesionales, sino también excelentes personas.
En resumen, Félix Varela utilizó los conocimientos psicológicos en función de la praxis educacional, de la espiritualidad cristiana y del ejercicio periodístico, mientras que José Martí -desde la vertiente teórico-conceptual- hizo importantes colaboraciones a la estructura científico-metodológica sobre la cual se edifica la ciencia del espíritu y Don Enrique José Varona favoreció la divulgación científica de la Psicología, y además, sistematizó su enseñanza como asignatura en los planteles de educación media y superior del país.
¿Existe alguna duda, estimado lector, de que Varela, Martí y Varona son, por derecho propio, los padres fundadores de la ciencia psicológica cubana?
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