Martí y la universalidad de un hombre llamado Emerson

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Arte y Mente

Hubo una vez un hombre universal y único, desde su grandeza y su espíritu que se llamó José Julián Martí Pérez. Su obra abarcó la mayoría de los géneros literarios, a los que enriqueció y de los que se valió para comunicarse con sus contemporáneos. ¿Sabría entonces que sus textos se levantarían para todos los tiempos? Con especial delicadeza supo escribir para los niños, con tino de maestro y padre les transmitió: valores, principios, normas de conducta. Creó para ellos un mundo de historias que hoy forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones en Cuba. Cierro los ojos y puedo remontarme a aquel lugar de mi infancia donde conocí a Meñique, o a Nené traviesa, o a Bebé, o incluso cuando memoricé Los zapaticos de rosa y recité Los dos príncipes[1].

Los pequeños atesoraron desde sus primeras andanzas por la lectura, una efigie genuina de Martí. Después llegó la enseñanza de la Historia como disciplina y con ella –casi siempre‐, el recuento de hechos reales ordenados cronológicamente. Como gestor de la independencia de la mayor de las Antillas, Martí redactó las bases y los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano para su creación, así como dio vida al periódico Patria como su órgano oficial. Sus ensayos: De nuestra América y El presidio político en Cuba, demandaron concentración y destreza para la interpretación de los mismos por parte de los estudiantes. El de los Versos sencillos, Ismaelillo y Versos libres quedaría entonces a la sombra de su obra política para el lector joven.

Una vez asentado el vicio, muchos se abstienen de leerlo o de volver a su obra, alegando en ocasiones su complejidad (indiscutible) al escribir y por tanto para comprenderle. Un conocimiento parcial y fundamentalmente barnizado de político, es el prejuicio que ahuyenta a los lectores de retornar a los textos de Martí. De este modo, quedan sorprendidos cuando por azar o por oficio, llegan –otra vez‐ a alguno de sus escritos y los descubren, no solo suaves en la escritura (siempre rebuscada); sino despojados de consignas y querellas políticas.

Tal es el caso del texto de José Martí que lleva a este análisis: Emerson[2]. Hace poco más de cinco años lo leí por primera vez, motivada a descubrir el misterio de los ensayos, me apresuré a tomarlo como modelo a seguir. Después de leerlo con la celeridad que su redacción me permitió, entendí que no podía escribir (entonces y probablemente nunca) un ensayo como ese; pero anduve feliz y regocijada en un ad infinitum mundo de sublimes adjetivos y lo atesoré como un peldaño menos de los tantos que separan a Martí de los hombres y mujeres de mi época.

Emerson tiene como pretexto y versa sobre un hombre que ha muerto, sin embargo no provoca tristeza al leerlo, no hay deje fatídico al aludirlo porque no es cualquier hombre y: “la muerte es una victoria cuando se ha vivido bien (…) La muerte de un justo es una fiesta, en que la tierra toda se sienta a ver como se abre el cielo”[3]. Waldo Emerson fue prominente filósofo y poeta norteamericano del siglo XIX, al que Martí admiró considerablemente y dedicó tras su muerte este encomio en forma de ensayo.

En él refiere su vida, su mente, su filosofía, su apego a la naturaleza, sus virtudes, sus enseñanzas y su relación con su época y con sus contemporáneos. De él dijo que vivió libre, que se sumergió en la naturaleza y a ella se debió en pensamientos. Lo describió enemigo de los enfrentamientos entre los hombres, por considerarlo una pérdida de tiempo para el descubrimiento de la verdad. Es por esto que atesoró lo que le enseñó la naturaleza, como preferible a lo que le enseñaron los hombres. En ella no halló contradicciones y vio cómo se da la comprometida relación hombre‐naturaleza; donde todo lo que hay en uno, lo hay en el otro.

Sintió que en ella estaban las pautas para la actuación del hombre moral en la sociedad. Martí se valió de los postulados de Emerson para expresar sus propios pensamientos, y como buen maestro, simulando que nada enseña, sentó principios y normas; inculcó sabiduría y virtudes. Se entrelazan así en el texto Martí y Emerson y las concepciones de ambos sobre la naturaleza y la vida:

“Cada cualidad del hombre está representada en un animal de la naturaleza. Los árboles nos hablan una lengua que entendemos. Algo deja la noche en el oído, puesto que el corazón que fue a ella atormentado por la duda, amanece henchido de paz. La aparición de la verdad ilumina, súbitamente el alma, como el sol ilumina la naturaleza. (…) La virtud, a la que todo conspira en la naturaleza, deja al hombre en paz, como si hubiese acabado su tarea, o como curva que reentra en sí, y ya no tiene más que andar y remata el círculo. (…) El hombre, frente a la naturaleza que cambia y pasa, siente en sí algo estable. Se siente a la par eternamente joven e inmemorablemente viejo.”[4]

José Martí, desde la voz de Emerson, sentenció a los “fraseadores”, aquellos seres que van jactanciosos alardeando de juicios ajenos, sin saber: “que cada pensamiento es un dolor de la mente, y lumbre que se enciende con olio de la propia vida, y cúspide de monte”[5]. Permítanos entonces Martí, a través de estas citas, un homenaje a lo bello de sus letras, una plegaria al arte de enseñar. Tanto uno como el otro, conocieron y convivieron con el gran desarrollo industrial que permeó la sociedad de Estados Unidos y que tuvo –desde ya‐ consecuencias nefastas para los bosques y la fauna. Ante ello propusieron el apego a la naturaleza, la vuelta a los orígenes naturales de donde todo emana y hacia donde todo vuelve; ella en sí misma es todo lo que existe. La naturaleza es la esencia del ser humano, donde tiene que llegar para encontrarse a sí mismo; mientras que el hombre en tanto ser activo, es capaz de ennoblecerla o de anularla. La naturaleza, que tiene carácter moral en todos sus elementos, es formadora de valores en los hombres y ella hizo de ambos ilustres pensadores: comprometidos heraldos de su causa.

Emerson en tanto ensayo, es de esos textos que nada quitan al alma, pero que todo dan. Ofrece Martí en él, desde su genuina voz del autor, la fotografía de un célebre de su época al que admiró por saberse alzar ante su tiempo con sabiduría y por la complicidad ante principios afines. Como obra literaria, Emerson propone, no impone; estimula al espíritu a obrar bien y a anhelar lo virtuoso. Ojearlo proporciona gozo y encanto. El mejor modo de suprimir el prejuicio de leer a Martí (que unas veces es y otras no, para todos), ha de ser simplemente leerle.

[1] Cada uno de estos cuentos y poemas, el lector ajeno (a ellos) puede encontrarlos en: Martí, José. La Edad de Oro.

[2] En: José Martí. Obras completas. Tomo 13, En los Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991. Y como tantas veces ha pasado, tuvo a bien del mito en la historia, la fecha de la publicación de dicho ensayo en La Opinión Nacional, Caracas, el 19 de mayo de 1882, justamente 13 años antes de los sucesos en Dos Ríos.

[3] Ibídem, p. 17

[4] Ibídem, p. 26

[5] Ibídem, p. 20

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Lic. en Filosofía Marxista-Leninista. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad de La Habana. Profesora de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. [...]