El hombre puede pelear mil batallas y seguir en pie. La más difícil y debilitante es la que lleva consigo mismo.
H.R
El hombre tiene una inmensa resistencia para enfrentar todo tipo de batallas, más allá de lo que imaginamos como posible.
El “camino de la vida” es arduo, y nos plantea todo tipo de desafíos.
Pero de todas esas batallas quizás la más intensa sea la que nos tiene a nosotros mismos como protagonista excluyente.
Es la consecuencia de múltiples factores, de larga data, que llevamos a cuestas incluso desde la cuna.
Pero como la vida es aprendizaje, el secreto para sobrevivir es conocernos a nosotros mismos, aceptarnos con nuestras virtudes, capacidades, defectos y limitaciones, querernos, y sobre todo perdonarnos como una manera de exonerar cierta culpa adquirida por obra de otros y de patrones culturales y religiosos.
A partir de allí podremos aspirar a disfrutar de la plenitud, la armonía y la libertad interior, lo que se traducirá en luminosidad en todos nuestros actos e intervenciones.
Somos por naturaleza imperfectos, de existencia finita, por lo tanto ¿por qué resistir algo inevitable? Mucho mejor es aceptar esas circunstancias, aprender, mejorar cada día, tomar todas las decisiones que la vida nos impone, y estar preparados para el final de nuestros días, que no es otra cosa que lograr descifrar el misterio de la muerte, satisfaciendo cierta dosis de curiosidad y develando uno de los grandes interrogantes de nuestra existencia.
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