Las pesadillas, Lacan y los sueños atemperados

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Psicoanálisis

Para Lacan adquiere gran importancia retomar los tres registros (Real, Simbólico, Imaginario) para analizar cualquier fenómeno psíquico, las pesadillas son para él, concretamente, encuentro con lo real. El conocido trabajo metonímico y metafórico del sueño no es otra cosa más que el intento de disfrazar el deseo que pulsa por ser significado o realizado, es decir, para Lacan todo sueño es de alguna forma una pesadilla, no obstante, atemperada por la función de la censura, pero que, en su fundamento subyace lo real; es decir lo que determina todo sueño es que lo real está siempre ahí, a la espera, la pesadilla es el momento en que lo real “asoma la nariz”; en relación con este punto hay que recordar lo que dice en uno de sus últimos seminarios en 1975 llamado El Sinthome:

La pulsión de muerte es lo real en la medida en que solo se lo puede pensar como imposible. Es decir que cada vez que asoma la punta de la nariz, es impensable. Abordar este imposible no podría constituir una esperanza, puesto que este impensable es la muerte, cuyo fundamento en lo real es que no puede ser pensada.

La pesadilla es el encuentro con lo imposible de ser pensado, y como también agrega: este imposible es la muerte; de ahí que lo que más caracteriza a la pesadilla sea la sensación de peligro, ya sea explícita o no, sensación de muerte inminente, más adelante añade también: “es decir, un sueño que, como todo sueño, es una pesadilla, aunque sea una pesadilla moderada (…) el soñador no es ningún personaje particular, es el sueño mismo”.

Es central a cuestión de la angustia en los sueños (ya Freud lo había adelantado en su traumdeutung), tanto más cuanto que su dimensión subyacente es la de lo real, además, el pasaje de sueño a pesadilla es una cuestión de grado, como se explicita en la cita, todo sueño es una pesadilla moderada; ello quiere decir que la función encargada de mantener lejos el ataque de angustia (pesadilla) es la censura, utilizando su maquinaria metafórica y metonímica, puede verse claramente que estos son los mecanismos mediante los cuales puede darse la envoltura denominada sueño.

Cuando lo real emerge, lo simbólico comienza a detenerse; es decir, la pesadilla puede pensarse como el momento en el cual las palabras se detienen en el sueño y comienza a aparecer en la escena onírica lo más vivo del sujeto: su deseo, el encuentro con el vacío, pues el deseo no tiene representación, significante o imagen que logren significarlo. Ya Freud se había percatado de que todo sueño se encuentra, a partir de un cordón umbilical, unido a lo incognoscible, concepto complejo en su pluma; pues bien, para Lacan, todo sueño es una envoltura, un intento de recubrimiento y disfrazamiento del núcleo duro de la estructura del inconsciente que pulsa por ser significado en la escena onírica, diafragma de goce, la hiancia por la cual emergen sus formaciones. En el año 1964 en el seminario correspondiente a Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, Lacan dice lo siguiente:

El despertar, ¿cómo no ver que tiene un doble sentido?, ¿que el despertar que nos vuelve a situar en una realidad constituida y representada cumple un servicio doble? Lo real hay que buscarlo más allá del sueño –en lo que el sueño ha recubierto, envuelto, escondido, tras la falta de representación, de la cual sólo hay en él lo que hace sus veces, un lugarteniente. Ese real, más que cualquier otro, gobierna nuestras actividades.

Este real que el sueño intenta esconder es el que pretende emerger bajo cualquier forma al precio de la angustia que es su señal, alarma y augurio de que algo está a punto de aparecer. Encuentro nefasto con la Cosa. En el sueño no hay representación de la realidad constituida y dada bajo las coordenadas del fantasma o la fantasía, la escena onírica es apenas una envoltura de aquello que siempre está ahí, lo que subyace bajo la forma de la Trieb en la realidad y que, en la pesadilla, se manifiesta bajo la forma del encuentro con la Cosa (das Ding), Néstor Braunstein lo propone de la siguiente manera:

Puede decirse que el sueño es alucinación del goce y también defensa frente a éste, pues topa con lo imposible de representar y de decir. Es sabido que el proceso de interpretación del sueño encuentra un límite en contacto con la satisfacción desnuda del deseo que él debe figurar; ése es el momento del despertar y la angustia. La angustia es el afecto que se interpone entre el deseo y el goce, entre el sujeto y la Cosa. Es sabido que el sueño conduce a un enigma no interpretable; el punto donde el sueño arraiga en lo no cognoscible, en un lugar para siempre en sombras. Freud reconoce y bautiza este punto con el nombre de ombligo del sueño; él es, vale generalizar, el ombligo de todas las formaciones del inconsciente. Todas ellas pueden comprenderse como eflorescencias, como hongos que se elevan desde un micelio que está más allá de las posibilidades del decir: S ().

Para Lacan, -y Braunstein lo sintetiza bien- la cuestión de las pesadillas gira entorno a varios ejes que son: una envoltura de real, del cual la Cosa es su (des)encuentro, emergencia de angustia ante su aparición, exceso y alucinación de goce, todo ello ocurre en el punto enunciado por Freud del ombligo del sueño. El horror ocurre en el ombligo, punto del cual emergen todas las formaciones del inconsciente, micelios siniestros que sumergen del mundo de las larvas. El sueño es un hongo, envoltura que surge de lo real, reacción y defensa.

La angustia es termómetro y aviso de que se está llegando al límite de Tyche, encuentro que se puede producir en los sueños, la pesadilla es Tyche, así como se ha visto que deseo y angustia son indisociables en las pesadillas, ahora se ve aparecer en la perspectiva lacaniana la noción de goce que permite articular aquellas dos, así lo dice en su Seminario 10 sobre La angustia:

Les recuerdo su fenomenología fundamental. No se me ocurriría ni por un momento eludir su dimensión principal- la angustia de la pesadilla es experimentada, hablando con propiedad, como la angustia del goce del Otro.

La angustia es experimentada en la pesadilla como la angustia del goce del Otro dice Lacan, tanto más si se toma en consideración el componente masoquista del yo cuando es tomado como objeto en el sueño y se pone a disposición de la voluntad del Otro superyoico para que satisfaga su deseo; y este -el del superyó- toma al yo como objeto de su goce, aparece la alucinación de goce y emerge la angustia.

Todo ello da forma a la escena onírica llamada pesadilla, escena que hace emerger la imaginarización de figuras temibles, monstruosas, castrantes, gozadoras de un yo que encuentra el punto máximo de angustia al entremezclarse placer y su más allá, el dolor, la muerte, goce extranjero invadiendo al yo y lo amenaza con fragmentarle su cuerpo (y oprimirle su pecho), es por ello que Lacan dirá también sobre las pesadillas que estas se relacionan con las figuras demoniacas del íncubo y el súcubo:

Lo correlativo de la pesadilla es el íncubo o el súcubo, aquel ser que te oprime el pecho con todo su peso opaco de goce extranjero, que te aplasta bajo su goce. Lo primero que se ve en el mito, pero también en la pesadilla vivida, es que aquel ser que pesa por su goce es también un ser que interroga, e incluso que se manifiesta en aquella dimensión desarrollada de la pregunta que se llama enigma.

La pesadilla más que ser solo la alucinación de un goce extranjero en el sueño, es también conocido que provoca fenómenos en el cuerpo, a saber: asfixia, presión en el pecho, parálisis, todo ello ocurre porque toca lo real del cuerpo, lo inapalabrable de este, el inefable éxtasis de hacerse tomar, y al provocarse el despertar abrupto del sujeto -producto del ataque de angustia- no puede más que sentir terror y la sensación de una muerte inminente, pues el final del deseo es la muerte, punto de descarga total de la trieb, y su descarga es el encuentro con el vacío, o sea: la Cosa, tanto más se aclara este punto si se lee lo que propone Braunstein al respecto:

El goce está del lado de la Cosa, como decía Lacan con precisión, pero la Cosa no se alcanza sino es apartándose de la cadena significante y, por lo tanto, reconociendo una cierta relación con ella.

El trabajo del sueño consiste entonces en hacer deformar por medio de la metáfora y la metonimia el contenido de las ideas latentes correspondientes a deseos inconscientes, es decir, deseos que se desplazaban por medio del significante (campo del Otro); pero las pesadillas son justamente cuando en pleno sueño se aleja de la cadena significante, las palabras se detienen y se produce el encuentro con el vértigo que impone el más allá del principio del placer (das Ding), objeto absoluto del deseo; de la misma manera lo elabora Assoun en sus Lecciones psicoanalíticas sobre la angustia:

Pero si ese peligro amenaza y resulta demasiado claro en el sueño, el durmiente hace añicos este último y se despierta espantado (sueño de angustia). Cuando el peligro adquiere demasiada evidencia, el velo se desgarra y el sujeto es expulsado ipso facto de su habitáculo onírico. El encuentro con la Cosa interrumpe el acto de soñar.

Aparece lo que debía permanecer oculto, mantenido a la distancia, escondido, disfrazado, envuelto, deformado y, subyaciendo bajo el velo de la metonimia y la metáfora, en una completa dystichia, la pesadilla es la pantalla y su caída.

Las figuras mitológicas y folklóricas son las que dan forma al horror y si la Cosa aparece cuando lo simbólico falla, es precisamente porque lo simbólico intenta atrapar lo real sin alcanzarlo totalmente. Los demonios son apenas el anuncio de que la muerte está en ese otro espacio, la pesadilla es en sentido lacaniano la posibilidad y alucinación de goce, amenaza y prueba que no existe el Bien Supremo, no existe porque el sujeto no podría soportarlo, todo deseo apunta al vacío y la pesadilla más que una objeción, es la prueba por antonomasia de que los sueños son la tentativa de realización de un deseo.

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Ali

Excelente tan claro gracias

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