Cuando escribo, saco las visceras de mi vientre, las tomo con cierto reparo y las siento hervir entre mis manos. Me embeleso con el olor que desprenden. En un descuido mío y por su viscosidad, se resbalan y al caer al abismo, emiten un desesperante berrido que rompe mis tímpanos…
No se disculpan, es lo que les gritó el corazón. Inmediatamente se desgranan las lágrimas de mis alegrías y tristezas y desembocan con la impetuosidad de los rápidos sobre el papel.
Mi memoria emocional me transporta a todos y cada uno de los escenarios de mi singular odisea. Mi imaginación viaja atravesando esos mundos interminables, en los que las emociones, contra todo pronóstico, divagan sin miedo a perder el control.
La fuerza inagotable de mi pasíon se viste de gala y danza de la mano con la ilusión. La melodía se llama esperanza. Ataviada con una máscara como la que indefectiblemente llevan todos, bailo como una posesa entre las letras, las miro directamente a los ojos y no te miento, soy consciente de que me no me alcanzaran para expresar lo que siento.
Me inspiro en lo que amo, lo que me hace perder el sentido, lo que no soporto, lo que quiero vivir, lo utópico, lo profundo. Me acompañan la nostalgia de mis orígenes, ahora camino sobre unas zuelas todas desgastadas llenas de agujeros, que son las que me permiten sentir más vivamente el camino.
Escribo no por la retribución, lo hago por mi, por ti, por ellos. Te soy sincera, lo hago principalmente por mantenerme al margen de la locura…, resuena en mi mente la sentencia de mi profesor: “Locos, son aquellos quienes se permiten sentir de verdad”. Así lo supe, soy de alto riesgo tú, ya lo sabes…
Aquí tienes tu respuesta sobre si existe o no, la literatura femenina.
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