Lo estético entre la imagen y el texto

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¿Se ha encontrado alguna vez en la disyuntiva de tener que decidir entre leer un libro o ver la película sobre dicho libro? Juguemos a que lo está ahora: ¿qué cree que elegiría entre leer “Las aventuras de Sherlock Holmes” de Arthur Conan Doyle y ver la película Sherlock Holmes, producto de Hollywood? La experiencia de 5 tiernos años como profesora universitaria me bastan para conocer sobre la creciente inclinación que desde varios años ya, ha ladeado la balanza hacia una preferencia de la mayoría por la imagen, por lo audiovisual y por tanto en este particular, por la película.

La totalidad de mis alumnos de 1er año de Filosofía tienen en común haber visto: Alicia en el país de las maravillas, El amor en los tiempos del cólera, Los tres mosqueteros[1] y claro la mencionada Sherlock Holmes, entre muchas otras; sin embargo muy pocos y no necesariamente coincidentes, han leído esos libros. Las razones por las que esto ha sucedido y sucede son variadas, complejas y ya han sido exploradas desde la semiótica, la lingüística, la hermenéutica y demás, por lo que no es objetivo de este texto entrar en su análisis. Sí lo es, argumentar el fenómeno de la estetización de la vida cotidiana desde una de sus manifestaciones: la relación de superioridad de la imagen con respecto al texto.

El vínculo texto-imagen se ha planteado históricamente, no necesariamente desde el conflicto como sucede en la actualidad. Por mucho tiempo fue inconcebible que fábulas, narraciones y relatos en general, carecieran de ilustraciones. Roland Barthes escribió: “para unos, la imagen es un sistema muy rudimentario con respecto a la lengua, y para otros, la significación no puede agotar la riqueza inefable de la imagen”[2]. Al pre-juicio popular de que nos encontramos en el reino de las imágenes por encima de los textos, se le opone el criterio más rebuscado de que: “somos todavía, y más que nunca, una civilización de la escritura, porque la escritura y la palabra son siempre términos completos de la estructura informacional”[3]. No contradice lo anterior afirmar, que el uso y abuso constante de las imágenes en lo cotidiano, ha fomentado la creencia popular de que las palabras no bastan.

A finales del siglo XVIII en Europa la impresión de libros y periódicos contribuyó al nacimiento de una conciencia histórica global dirigida al futuro; en cambio hoy la comunicación digital supera a todos los medios en alcance y capacidad.[4] En este sentido se da lo audiovisual como lenguaje, lo que implica una estructura compuesta por unos elementos que le dan forma, una gramática y una estética. Desde la Modernidad y el auge del modo de producción ampliado de mercancías, se desarrolló considerablemente la Estética. Ella tiene que ver con la capacidad del deseo, con la seducción, con el gusto, la forma, el deber ser y la conducta. En la actualidad se habla de cómo la estética ha permeado cada rincón de la sociedad y de sus tendencias a reproducir este patrón. Se legitima constantemente como criterio de elección y selección de nuestra vida profesional y privada, al punto de podernos cuestionar el grado de libertad y protagonismo que tenemos en la toma de decisiones.

En este sentido, lo estético como modelo y patrón penetra también en el tratamiento que se le concede hoy al texto y a la imagen, a su vez que está connotando la presencia de uno con respecto al otro. Exploremos brevemente el caso del texto y para que no sea en un solo sentido, tomemos un ejemplo muy particular. Para ello debo interrogarle otra vez: ¿ha visto alguna vez un libro de Filosofía? ¿No? Pero seguramente ha escuchado decir que se trata de un tema “muy complicado y aburrido”, razones más que suficientes como para rechazarlos. Los libros de filosofía, por lo general, son gruesos (tienen varios tomos); con títulos que en vez de adelantarnos información sobre el texto, nublan al lector común cualquier deseo de leerlo, o de lo contrario lo aburren; tienen colores opacos y mustios, entre otros valores ¿estéticos? que entran en el juego de la elección y selección, en este caso (¿solo en este?) traducida a compra.

Por supuesto que ese no es el caso de todos los libros, tal vez se haya tropezado alguna vez con la colección de Harry Potter. Parecen más que libros, dan deseos de comprarlos, al margen de si usted gusta o no del género, solo el precio y el perfecto inglés británico en el que estaban escritos hacían volver a la realidad. Eran portadores de la belleza, aspecto, peso, colores, encuadernación “ideales” para atrapar y gustar.

En cambio lo audiovisual (constituido por imágenes), al decir de Eisenstein: moviliza la sensibilidad antes que la razón. Suministra muchos estímulos afectivos que condicionan los mensajes. Opera de la imagen a la emoción y de la emoción a la idea. Todo audiovisual pasa por patrones estéticos, en la actualidad no se le concibe sin ellos. Poco importa si es un anuncio de la BMW o si es un material con fines didácticos para una escuela primaria, tendrá como fin y como medio el de la estética y la estetización de la vida cotidiana. De modo que, constantemente se nos está entrenando para lo visual; recibimos mensajes subliminales, mensajes con códigos, sin códigos o connotados y denotados. Creamos habilidades y las desarrollamos diariamente para procesar lo audiovisual, específicamente, lo audiovisual estético. Es a través de él que se nos aparece la vida cotidiana y sus productos, el deber ser. A través de las imágenes diariamente estamos reconstruyendo y reproduciendo nuestra apropiación de la realidad. En condiciones de enajenación esa apropiación y reproducción se ponen esencialmente en función del consumo ampliado de mercancías (consumismo/enajenación), todas ellas presentadas desde una estética imperante y gobernante.

La imagen en su gran mayoría, se presenta y tiene la ventaja de aparecerse (como en un espectáculo) rica, variada, fresca, original, diferente, entretenida; mientras que el texto ve reducido su espacio de accionar a sí mismo, con mayores formalidades y sin notables mecanismos sensacionalistas. La imagen se ve favorecida por la sociedad en la que se le fomenta, es punto de llegada y de partida a favor de la producción ampliada de valor. Y en esta dinámica se le disfraza de estética, con su doble carácter: como fin y como medio. Lo estético como valor de selección que nos hace decidirnos por algo y desechar el resto, como por ejemplo pudiera ser escoger la imagen y no el texto; decidirnos por una película antes que por leer un libro, sin reparar en que el libro le ofrece la libertad de interpretación que no encontrará, me atrevo a afirmar, ni en las mejores películas. Probablemente desde el poder este sea un elemento a aprovechar y por tanto a fomentar. Y aquí le dejo mi última pregunta: ¿Desea usted ser libre para interpretar o prefiere que alguien haya hecho antes este trabajo por usted?

[1] Dibujo animado incluido. Es difícil superar la imagen de D´Artagnan encarnado en un perro.

[2] Barthes, Roland. Retórica de la imagen. Nombre falso. Comunicación y sociología de la cultura. (http://www.nombrefalso.com.ar/apunte.php?id=11) p.3

[3] Ídem.

[4] Habermas, Jürgen. Nuestro breve siglo. Nota y traducción de José María Pérez Gay. (bibliografía en formato digital proporcionada por la profesora de Estética, Mayra Sánchez).

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Lic. en Filosofía Marxista-Leninista. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad de La Habana. Profesora de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. [...]