La estética femenina y los medios ¿Apoyo o tiranía?

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Social

Las mujeres, de una u otra forma, hemos asumido y/o rechazado esos cánones de belleza idealizada, pero es evidente ‒amén de aquellas que en efecto disfrutamos el pintarnos los labios o el uso del rímel y/o determinadas vestimentas‒ que un número significativo de nosotras sigue sufriendo y siendo víctima de este fenómeno y sus consecuencias: el uso del corsé del siglo XIX, el cual podemos comparar con las fajas contemporáneas; los aros alrededor del cuello y las anillas de metal soldadas a los tobillos (habituales en tribus de África y Asia); el uso del chador[1] de las musulmanas y del burka[2]. Se trata, en todos estos casos, de mecanismos que tienden a reducir la movilidad de las mujeres y, por tanto, su autonomía. Independientemente de que este último ejemplo pueda ser de índole religiosa y cultural y de lo complicado que resulta mirar dichas costumbres desde un espacio tan ajeno a ellas como el nuestro, este y otros hábitos ‒la mutilación genital femenina, por ejemplo‒ le atañen, irrevocablemente, a los temas de género.

El patriarcado se ha encargado de la creación, el reforzamiento y la legitimación de un paradigma de la mujer bella poco relacionado con las mujeres comunes. Los discursos, empezando por la publicidad, y desde ámbitos como la medicina y la cosmética, entre otros, de cierto modo sancionan a las mujeres que no cumplen con determinadas normas, que en muchas ocasiones se instituyen como las únicas posibles. No digo que los hombres estén exentos de estas presiones pero sí es evidente que la misma es mucho más fuerte sobre las mujeres; más en nuestros días, donde el ideal de belleza femenina ha evolucionando tanto que los paradigmas relativos a este se alejan, cada vez más, de las personas normales.

Es necesario el análisis de las presiones que, desde los medios de comunicación, se ejercen sobre las mujeres, así como la socialización de discursos alternativos centrados en la diversidad estética, la horizontalidad y la legitimidad más relacionadas con las mujeres comunes: negras, gordas, pequeñas, asiáticas, extremadamente delgadas, con pocos senos, o sea, todas aquellas que el ideal excluye.

Mujeres blancas, altas, jóvenes y delgadas, de pelo lacio, en la mayoría de los casos rubio, ojos claros, heterosexuales, resumen el canon de lo bello, subordinando esta vez a las mujeres a partir del cuerpo. Incluso a las mujeres negras que exhiben como bellas, dígase Naomi Campbell o Beyoncé, por citar algunas, le tiñen el pelo de rubio, les hacen el laceado, entre otros procedimientos agregados dirigidos a perfeccionar su imagen, alejando de la misma las características naturales de su raza.

Este tema de la belleza sigue siendo fundamental en sociedades andro y eurocéntricas en las que el hombre actúa como referente y a la mujer le corresponde acompañarlo y mantenerlo satisfecho. De esta manera, se han ido creando falsas necesidades, con el único propósito de alcanzar una imagen ideal, y se ha impulsado una maquinaria de consumo donde confluyen diversos factores: la moda, la cosmética, la cirugía estética, la industria alimentaria, la farmacología e incluso la pornografía.

¿Nos sentimos juzgadas las mujeres por nuestro aspecto físico? ¿Realmente necesitamos ser altas, rubias, de medidas 90-60-90, y no tener arrugas para tener éxito en lo profesional y lo personal? ¿Asumimos todo el desgaste que esto conlleva con placer y por decisión propia? La publicidad nos lleva a luchar por ser atractivas (según el canon establecido) sin la más mínima preocupación por la violencia que ello supone en tanto forma de poder ejercida sobre el cuerpo y sin reparar en las consecuencias sicológicas que esto puede acarrear, fundamentalmente en las adolescentes.

Closeup photo of a caucasian woman's abdomen marked with lines for abdominal cosmetic surgery

Las imágenes más comunes muestran a las mujeres como frágiles, con aire aniñado e inocente, muñequitas, mujeres fatales o tradicionales amas de casa. Como vemos, centradas en íconos o espacios muy específicos. Aún vivimos en un mundo dominado por los hombres, pero ¿realmente el sexo debería determinar nuestra participación y rol sociales? “Hasta en las culturas más actuales y más modernas / se vive lo de los géneros como en tiempo de caverna. / Obligadas a lo ficticio y a las presiones externas. Mujeres, debemos ser bellas, sumisas, maternas…”[3]

Las revistas, por su parte, tanto las dirigidas a las mujeres ‒Vanidades, Cosmopolitan o Elle, por citar algunas‒, como las dirigidas a hombres ‒Interview, Playboy, por ejemplo‒, tienen en sus portadas a mujeres. Para ellas, nos presentan los modelos a seguir. Para ellos, nos exhiben como objetos con los cuales recrearse. En nuestros días, con los avances tecnológicos, fundamentalmente en el área de la informática, debemos tener en cuenta que no todas esas imágenes son reales, sino construidas o retocadas con algún programa digital que perfecciona. ¿Por qué nos resultan tan raros entonces? ¿Por qué invisibilizamos lo natural, lo propio del cuerpo humano?

Este mito de la belleza no solo enfrenta a unas mujeres contra otras, en tanto establece la comparación para determinar qué es bello y qué es feo, también, daña a cada una en su interior. Se habla del poder de la belleza, pero ¿es dicho poder real o solo una autoridad violenta sobre aquellas que recurren a las más diversas técnicas y métodos para no ser descalificadas del concurso ¿Dime espejito, quién es la más bella entre las bellas? Desde pequeñas nos envían estos mensajes subliminales en algo tan inocente como las películas infantiles: si Blancanieves fuese negra, habría que cambiarle hasta el nombre al cuento; Cenicienta y la Bella Durmiente ambas son rubias y delgadas, y qué decir de Ariel y su estructural cuerpo de sirena, sus expresivos ojos verdes y su larga y abundante cabellera. Si bien estos cuentos de origen europeo fueron popularizados por Disney hace más de cincuenta años, aún encontramos, en el mundo entero, un mercado atestado de muñecas, accesorios, cubrecamas, materiales de escuela para las niñas, lo cual implica que, a pesar del tiempo transcurrido, siguen representando algún tipo de ideal. Y semejante ideal pretende modelar no solo nuestra apariencia, sino además nuestro modo de ser. De ahí, por ejemplo, se desprende que las mujeres debemos tener el anhelo de ser rescatadas, casadas, y que estamos siempre a la espera de que el príncipe azul nos saque de nuestro aburrimiento o improductiva vida.

La construcción social del género ha determinado que históricamente las mujeres sean valoradas más por su aspecto físico que por su intelecto. Esto ha constituido una acción destructora contra la confianza y la seguridad, una depreciación y devaluación de la imagen de sí mismas que hace que las personas se mantengan al margen de gran parte de la combatividad social, muchas veces auto culpándose por estar fuera del campo del éxito. Cabe añadir que este fenómeno no afecta solo a las mujeres; de igual manera condiciona a los hombres y les impone un criterio selectivo relativo al cómo mirar, valorar e incluso elegir, ya sea su pareja, colega de trabajo o amigas.

En resumen, se trata de un fenómeno devenido exclusión y segmentación social que se basa en la obsesión por lo perfecto con respecto a la imagen corporal. Es válido decir que esto ha generado una epidemia de culto al cuerpo, de obsesión por la delgadez, por el rostro, el cual, en la constante búsqueda de perfección, presenta diversas formas de manifestación; y es en la adolescencia cuando dicha obsesión puede convertirse en una pesadilla: con una personalidad aún no aceptada pueden llegar hasta perjudicar su salud por alcanzar el cuerpo Barbie, desarrollando enfermedades como la anorexia, la bulimia nerviosa, muertes por malos procedimientos médicos, entre otras.

Es imperante, entonces, promover una nueva y más sana visión de la imagen corporal femenina, más acorde con las mujeres normales; una imagen con la cual las mujeres se sientan a gusto con sus cuerpos, sin importar edad, color de la piel o talla. Para esto, es necesaria la generación de una suerte de entramado social donde la discriminación no tenga cabida y donde se acepte y se valore socialmente lo diferente.

Es indiscutible que la cultura contemporánea promueve un estándar de belleza casi imposible. Incluso en nuestro país, donde antaño se celebrara la figura de la famosa criollita[4] o se alabara a la mulata criolla, imágenes propias de nuestras raíces, de nuestra identidad, vemos hoy en día cómo se imitan cada vez más estos estándares, estos modelos, estos ideales. Frases como para lucir hay que sufrir se han legitimado tanto como el tomar por cumplido que alguien nos diga te noto más delgada o has bajado de peso, expresiones a las cuales siempre respondemos con un placentero gracias y una amplia sonrisa.

Si la presencia de una modelo puede derrotar a personas racionales y hacernos sentir mal con nosotras mismas, entonces deberíamos preguntarnos cuál es el verdadero poder de la belleza y cómo y quién determina qué es bello. El poder debe ejercerse con equidad y con respeto a la diversidad y a lo identitario de cada individuo y de cada pueblo.

[1] Chador o chulikoooh. Es una prenda de calle femenina típicamente iraní, consistente en una simple pieza de tela semicircular abierta por delante que se coloca sobre la cabeza, cubriendo todo el cuerpo salvo la cara.

[2] Tipo de velo que se ata a la cabeza sobre un cobertor de cabeza y que cubre la cara, a excepción de una abertura en la zona de losojos para que la mujer pueda ver a través de ella.

[3] Fragmento de canción de Las Krudas, agrupación cubana de rap. Sus dos integrantes se declaran como grupo feminista, autónomo y lésbico.

[4] En el argot popular cubano para referirse a las mujeres voluptuosas.

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