Des-aprehender el mito de la soltería, por una comunicación más inclusiva

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Relaciones de pareja

Desde las concepciones platónico-aristotélicas, reproducidas por Tomás de Aquino y filósofos posteriores, la mujer-madre aspira y anhela unirse al varón, buscando colmar su “insuficiencia óntica” con la integridad, la completud del ser masculino. Según este pensamiento, sin el varón como la materia prima, la mujer permanece soltera en su ser carencial e imperfecto. Por eso, debe unirse a él en matrimonio y constituir una unión social en la que ella debe estarle subordinada.

La soledad es, antes que un concepto, un estado de ánimo, un sentimiento, además de una circunstancia personal determinada. Pero ¿es estar solo sinónimo de sentirse solo? ¿O vivir solo es lo mismo que estar aislado o ser solitario?

La soledad encuentra su plano más complejo y oscuro en el terreno filosófico. Por ejemplo: la soledad ante la Naturaleza o ante la idea de Dios como Ser Supremo; o la soledad teológica del creyente que tan sólo saciará en el encuentro con Dios. De igual manera, en el marco social podemos hacer alusión a aquellos que no se identifican con el sistema de normas y valores imperantes en la cultura que les tocó vivir.

Esto no es un problema femenino solamente, es una cuestión inherente a todos los seres humanos, pero el patriarcado lo hizo un problema para la mujer en forma de estigma.

Si vamos a referirnos a la soledad el amor deviene obligada mención, aunque es de destacar que el mismo ha sido considerado como pieza clave en la personalidad femenina. Se alude, a nivel de conciencia social y también en algunos estudios biológicos-hormonales, a una supuesta predisposición de la mujer a las pasiones del corazón.

Debemos entender que mujer soltera no es sinónimo directamente de mujer sola en el sentido de no tener pareja: mujer soltera tampoco quiere decir sentirse sola. Hay una frase del filósofo, representante de la fenomenología Gaston Bachelard que resume muy bien este sentimiento, esta condición: “estoy solo, somos cuatro”.

La soledad de las mujeres, como hemos dicho, no se circunscribe a un estado civil sino que comprende la soledad en sus diversas aristas como ser humano.

Nos han enseñado que necesitamos ser amadas o encontrar a “la media naranja” (mito que se ha insertado en el imaginario colectivo) o “el gran amor” para estar completas. O sea, esa dependencia emocional se asume como inherente a nuestra formación femenina.

Pero no podemos seguir promoviendo una cultura que no valora a la mujer independiente y ésta, en aras de legitimarse, deba exhibirse con una pareja, como muchos dicen “que la represente”.

Las protagonistas de históricas piezas literarias del siglo XIX son mujeres que escapan del estereotipo esposa o prostituta, que tienen deseos sexuales, que sienten necesidad de afirmarse a sí mismas como individuos y viven grandes pasiones, incluso cometiendo adulterio: Madame Bovary (Flaubert, 1897), Ana Karenina (Tolstoi, 1877), la Nora de Casa de muñecas (Ibsen, 1880) o Madame de Renal (Stendhal, Rojo y Negro, 1830); todas ellas mujeres adúlteras que son castigadas con la imposición de la muerte.

El modelo “mujer soltera” deviene variante de resistencia al patriarcado en tanto inserta en los estudios de género la proclamación por los derechos de mujeres que han decidido llevar un estilo de vida “distinto” y han encontrado en el feminismo herramientas para luchar, para conocer sus derechos y elegir qué desean hacer.

Poco a poco, la temática de la soledad femenina ha ido ganando espacios dentro de los estudios de género. Aunque aún incipiente, resulta válido destacar que se trata el tema en concordancia con la aspirada igualdad entre los sexos.

Esta podría convertirse en variante de resistencia al patriarcado debido a que valida, con herramientas lógicas, la posibilidad y opción de querer ser mujer soltera, sin aspirar a un hombre que nos “rescate”. Les enseña a las mujeres cómo autovalorarse, quererse, aceptarse, independientemente de que tengan pareja. Cambia el paradigma de antaño del matrimonio.

Los medios de comunicación masiva, desde artículos periodísticos hasta la producción cinematográfica, deben promover una imagen más sana de estas mujeres y mostrar dicha situación de vida como válida. Esto conllevará a la naturalización del tema, a percibirlo como algo cotidiano, admitido, y no presentarlo como objeto de disfuncionalidad, rareza o burla.

También es pertinente la instauración de un sistema educativo más abierto a estilos de vida diversos, que no solo se circunscriban al tradicional modelo de familia. Sistemas educacionales, al menos después del nivel secundario, que incluyan temáticas de género. Con esto me refiero a un cambio de paradigma que haga diversificar nuestras formas de pensar y aprehender el respeto y la aceptación de lo diferente, aunque no coincida con nuestro ideal.

Desde productos como las telenovelas o los cuentos infantiles se recrea una imagen de mujer frágil, dócil, dependiente, que desea y necesita ser salvada por un hombre para alcanzar su felicidad.

¿Y tú, para cuándo?

Esa pregunta la escuchan miles de veces, en algunos casos desde los 25 años, aquellas que no han formado una familia. Este comentario, por sencillo y molesto que resulte, es más profundo de lo que parece porque tiene intrínseco toda una serie de asociaciones y un “deber ser” atribuido a la mujer de antaño, que, pese a liberación femenina, seguimos arrastrando.

Los medios de comunicación y los audiovisuales condenan a las mujeres sin hijos a la depresión o desorientación y a las mujeres solteras a la histeria o a crisis de confianza. Por ejemplo, en la teleserie norteamericana Heart of Dixie Lemon, una de sus protagonistas se encuentra desorientada tras el rompimiento de su compromiso de varios años porque su única misión en la vida era ser esposa de George Tucker. Tras la separación, esta mujer comienza a encontrarse a sí misma como persona.

De otros populares audiovisuales también podríamos destacar la afamada serie norteamericana “Sex and The City” o “Sexo en Nueva York”, estrenada en 1998. Ambientada en la ciudad de Nueva York, la serie trata sobre la vida y amoríos de cuatro mujeres profesionales (una abogada, una escritora, una historiadora de arte y una relacionista pública), tres de las cuales están en sus treinta años y una en los cuarenta, todas solteras. El programa aborda problemas socialmente relevantes como la participación de la mujer en la sociedad. Estas cuatros amigas exploraron el duro papel de ser una mujer soltera y sexualmente activa en el nuevo milenio. Se hizo famosa por grabar escenas en las propias calles, bares, restaurantes y discotecas de New York, al tiempo que llevaba a otra dimensión la moda y rompía tabúes sexuales. Lo que llama la atención es que en las puertas del nuevo milenio, a pesar de los progresos alcanzados a nivel social y en una de las ciudades más desarrolladas del mundo, una de las más dinámicas y de más riqueza cultural, sigan siendo mal vistas este tipo de mujeres. Asimismo podemos citar las series televisivas “The Mindy Project” o “Emily Owens MD” (ya descontinuada) las cuales relatan la vida, aventuras, desafíos y sueños de dos solteras en la treintena, ambas doctoras.

Los movimientos feministas intentan cambiar esta formación social que rodea tanto al hombre como a la mujer.

En la medida en que una sociedad cambie su mentalidad por introducir la teoría y prácticas de equidad de género, este estereotipo acerca de las mujeres solteras irá desapareciendo. Esto tiene que ver con la visión de lo diferente, de la otredad donde entran también la negritud, la vejez, la enfermedad, la discapacidad, el no ser madre. La mujer soltera a una edad determinada comienza a pasar a ser también, “lo otro”.

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