Detrás de la epidemia de Obesidad: lo que la medicina no puede ver (I)

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Psicoanálisis

Las palabras “gordo”, “sobrepeso”, “obesidad”, han adquirido en las últimas décadas connotaciones muy diferentes a las que existían a principios de siglo. Ser “corpulento” se ha ido convirtiendo gradualmente en un disvalor, algo deleznable, con fuertes connotaciones morales. Ser gordo, a la vista de la sociedad es ser perezoso, no tener límites a la hora de comer, ser casi un inmoral de los excesos.

A la par de este cambio en la visión popular sobre la gordura existe toda una gama de mensajes médicos sumamente confusos en cuanto al comer, el moverse y mantener una figura delgada. Unos médicos predican que se debe comer sólo cuando se tenga hambre, otros cada tres horas. Otros dicen “hay alimentos prohibidos”, otros, “no hay alimentos prohibidos”.

Con todo esto la sociedad en general se halla en medio de numerosos dilemas a la hora de sentarse a la mesa.

Por otro lado la epidemia de obesidad crece día a día, sobre todo en los sectores más vulnerables de la sociedad: la clase media baja y los pobres. ¿La respuesta de la medicina? La gente “no sabe” comer y no se mueve. Es “falta de cultura”.

Sin embargo cada vez son más los investigadores independientes de otras áreas ajenas o aledañas a la medicina que tienen diferentes perspectivas sobre la creciente epidemia de obesidad. Los encuadraré  en: aspectos antropológicos, aspectos ecológicos y aspectos socioeconómicos y demográficos.  Por cuestiones de espacio, en esta primera parte sólo abordaremos los aspectos antropológicos. En la próxima entrega avanzaremos con el resto. Estos apartados no agotan la múltiple etiología de este fenómeno, pero aportan nuevas perspectivas desde las cuales encarar el problema.

Aspectos antropológicos

En mi columna anterior, mencioné de qué manera existía un fuerte sesgo colonizador en las ciencias de la salud en nuestro continente. Pues bien, este sesgo es sumamente palpable en el tema obesidad. Lo que hacen la mayor parte de los médicos y nutricionistas es darle al sujeto una lista de comidas que “debe comer” para bajar de peso. A veces consultando sus gustos, otras no. Sin embargo, muchos investigadores independientes señalan que médicos y nutricionistas, recomiendan alimentos que ciertas empresas les regalan y promocionan.

Un caso paradigmático es el de la leche maternizada. Es sabido que la mejor leche para un bebé es la que sale de los pechos de su mamá. Sin embargo, pese a esta recomendación, muchos médicos no tienen la paciencia necesaria para esperar que la mamá se acomode a la situación de dar de mamar, e inmediatamente recomiendan la leche maternizada. Muchos estudios muestran que la leche de vaca en general es nociva para los niños, pero los gigantes industriales y farmacéuticos siguen vendiéndola  por millones, ayudados por médicos y nutricionistas.

De la misma manera, muchos productos “light” son nocivos para la salud del paciente, pero al igual que con los remedios de las farmacéuticas rara vez aparecen sponsors para investigar de manera independiente si esos alimentos hacen mal o no. Las investigaciones son pagadas por los mismos encargados de producir los alimentos: son juez y parte.

De esta manera la comida “civilizada” -lo que se “debe” comer-  es restrictiva, reprimida y enlatada. De placer, poco se habla.

Por otro lado, dentro de los aspectos antropológicos tenemos las condiciones bajo las cuales se cocina y se come. De a poco,  las costumbres milenarias donde la comida se compartía en grandes grupos van desapareciendo, a medida que crece el individualismo. Cada vez más la comida pasa de la lógica del deseo a la lógica de la necesidad.

El psicoanálisis siempre ha sostenido que lo determinante para un bebé en la satisfacción del hambre es el vínculo con el otro, con quien está cumpliendo el rol materno. No en la cantidad de leche que recibe solamente, sino el sentirse confortado, protegido y amado por quien cumple este rol, lo que alimenta.

Pues bien, esta lógica de la comida como un acto social, luego en la vida de la niñez y en la adultez tiene que ver con compartir la oralidad con el grupo y la tribu. En nuestras sociedades occidentales va convirtiéndose en un acto en solitario, muchas veces en torno al televisor o la computadora.

Entonces, al desaparecer el componente social, las personas sufren de lo mismo que los bebés cuando tienen una relación conflictiva con quien cumple el rol materno: nunca están saciados. Si quien cumple la función nutricia en los niños se encuentra estresado o enojado al momento de darles de mamar o alimentarlos, el niño se alimenta mal. No se sacia o tiene serios problemas digestivos. De la misma manera el hecho de que la comida sea siempre un acto individual, deja a las personas insatisfechas.

Es cierto que en muchos casos la intimidad en soledad suele llevarse bien con la comida, pero en muchos otros el vivir en “propiedades privadas” e individuales nos hace comer más. Vivir solos no es malo, sino que si nunca se comparte la oralidad, la comida y los recursos con otros, la comida es menos satisfactoria. Podemos vivir solos, pero lo que nos enferma es la poca posibilidad de hacer lazos y compartir.

Por otro lado, quienes suelen estar más gordos suelen ser los pobres. Por lo tanto la presión para estar delgado, es la presión para ser alguien que posee el poder.  Queremos los rasgos  del blanco civilizado con dinero (si estuviésemos en el Renacimiento Italiano veríamos a las personas gordas como seres admirables y dignos de imitar). Esto torna al acto de volver un cuerpo delgado, un imperativo del poder. Para pertenecer, debes ser delgado. Para mostrar que eres un ciudadano digno, moral, estético, debes ser delgado. Son increíbles las connotaciones de decencia y moralidad que en los últimos años ha adquirido la estética delgada. El “pecado” para la mayor parte de la población, ya no es el sexo como en la moralidad victoriana del siglo XIX, o las drogas como en la década de los 70 u 80. “Pecar”, es comer algo rico. Eso, para nuestra sociedad es un pecado.

Y por último la equivalencia gordo-enfermo, no es tal. Hace diez años hubo una investigación que revolucionó a los nutricionistas y a los médicos: se comprobó que quienes poseían un Índice de Masa Corporal (IMC), basado en la correlación de base y altura, levemente superior al que los médicos consideraban “saludable”, paradójicamente, vivían más. Hoy en día muchos nutricionistas y médicos están descartando el peso en sí como un indicador diagnóstico y se concentran más el porcentaje de grasa en el cuerpo.  Sin embargo, persiste en el imaginario tanto de profesionales como de la población en general que ser gordo es estar enfermo. Ser “gordo”, para los cánones estéticos de la sociedad, no implica necesariamente estar enfermo, ser vago ni ser alguien que gusta de las conductas de exceso.

Hasta aquí,  la primera parte, los espero en la próxima entrega.

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Nora

Todos sabemos cómo se puede no engordar. Pero algunos no se quieren dar cuenta y son muy autocomplacientes. No solo es placentero comer, verse y sentirse bien también es placentero. La gordura, como cualquier adicción tiene un componente ético (no confundir con moral).

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SicologiaSinP.com - Silvia Golubizky

Lic. en Psicóloga. Especializada en Género y Desarrollo

Columnista de paramujeres.com.ar, ejerce como Psicóloga Clínica de niños, adolescentes y adultos. Su área de trabajo es la clínica psicoanalítica. Recientemente obtuvo un diplomado en Género y Desarrollo. Ha dictado talleres, seminarios y conferencias en Tucumán, Buenos Aires y Santa Cruz, en Argentina. En el exterior Santiago de Chile, Washington y Miami. Desde su web difunde trabajos de psicoanálisis y comparte información sobre la violencia de género y la salud mental. [...]