Consecuencias del estrés: efectos y reacciones de tu cuerpo y mente

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Psicología Clínica

Lo que sucede no es tan importante como la forma en que usted reacciona a lo que sucede.

Thaddeus Golas 

Enojo, ira, rabia, irritabilidad, intolerancia, mal humor, nerviosismo… ¿qué le pasa a nuestro cuerpo cuando somos capturados por estas emociones, cuando son parte de nuestra vida cotidiana, cuando nos parece que no habría manera de vivir de otro forma? El estrés laboral, el tránsito, las dificultades económicas, los conflictos…

Ya lo dijo el filósofo griego Aristóteles:

Enojarse es fácil. Pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado, eso es cosa de sabios.   

Entonces, parecería ser que sí podemos enojarnos, sentir enojo, la cuestión sería saber cómo…

En un audio sobre este tema, la Lic Virgina Gawel, terapeuta transpersonal, docente  y directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires, explica esta famosa sentencia de Aristóteles.

Para Virginia, esta frase sintetiza varias cosas: la magnitud del enojo no necesariamente tiene que ver con algo desmedido o desmesurado, es decir la magnitud inadecuada puede ser en más o en menos: hay personas que no saben enojarse, que no pueden sentir o expresar su enojo. Creen que el enojo es una emoción negativa que no debe existir. Y hasta han suprimido la capacidad de reconocer que algo requiere de nuestro enojo; esto puede ser tan peligroso como no ver una comida en mal estado y comérnosla. Es necesario entonces reconocer, desde la inteligencia emocional, que existe una magnitud adecuada y un enojo que es funcional, sano. Ya que entre otras cosas nos puede servir para poner límites a alguna situación nociva para nosotros.

Por otro lado, cuántas veces nos damos cuenta que descargamos nuestro enojo con personas que nada tienen que ver con la situación que lo generó: el caso típico de descargar en casa, los problemas de la calle o del trabajo.

Y en el momento adecuado: cuántas veces nos pasa que nos sorprendemos sintiendo o descargando un enojo viejo en las vacaciones o en el momento que deberíamos estar bien, pasando un momento agradable.

¿Pero qué le pasa a nuestro cuerpo ante estas emociones? ¿Cómo reacciona por ejemplo, ante el estrés?

El estrés debe ser una de las palabras más usadas en el mundo de hoy cuando nos referimos a la salud (o a la falta de ella). Es habitual escuchar a las personas decir que padecen tal o cual afección por culpa del estrés.

Los síntomas son diversos: agotamientos, contracturas, irritabilidad, insomnio, depresión, ataques de pánico, úlceras, eczemas, hipertensión arterial y hasta infartos del miocardio.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), define al estrés como el “conjunto de reacciones fisiológicas que preparan el organismo para la acción”. Es decir, ante determinada demanda del ambiente, el organismo reacciona a través de un conjunto de procesos fisiológicos  y psicológicos que lo preparan para actuar de acuerdo con las circunstancias y responder a dicha demanda. Si esta respuesta resulta exagerada o escasa, la energía producida no se descarga y esto genera enfermedades orgánicas y psicológicas.

Para profundizar un poco en el tema, he consultado a diferentes médicos especialistas, para brindar información que nos ayude a detectarlo a tiempo y poder evitar sus nefastas consecuencias.

Mara Diz, es Lic. en Psicología,  miembro de la Asociación Argentina de Estudio y Prevención de Estrés (AAEPE) y se dedica a dar conferencias en congresos y jornadas sobre estrés y calidad de vida. En uno de sus artículos publicados llamado “El estrés: el chico malo de la película” la Lic. Diz dice que ante un estímulo que es interpretado como amenazante, el organismo despliega una respuesta de acción que tiene como fin poner al individuo en óptimas condiciones para pelear o huir. El corazón bombea más sangre y con mayor intensidad. La respiración se vuelve agitada a causa de la mayor oxigenación que requiere el flujo sanguíneo. La sangre se concentra en brazos y piernas que son los que necesitamos para defendernos o ponernos a salvo.

Podríamos inferir entonces que el estrés, lejos de ser malo, es una respuesta necesaria y vital. El problema no está en el estrés mismo si no en el tiempo en que éste permanece activado. Si esto se prolonga y se sostiene en el tiempo, lo que resultaba beneficioso pasa a ser perjudicial, ya que el organismo se agota y es donde comienzan a aparecer los síntomas físicos y psicológicos citados anteriormente.

La Dra. Gloria Tubert, especialista en neuroendocrinología del Hospital A. Fernández dice que ante este estado de amenaza o desequilibrio, el cuerpo tiende a contrarrestarlo con una serie de modificaciones corporales que buscan reestablecer el equilibrio: la llamada respuesta adaptativa al estrés. Esta es dirigida por el sistema nervioso. El estrés es recibido por el organismo a través de diferentes neurosensores: visuales, auditivos, táctiles, viscerales, y genera una respuesta: alerta, vigilancia, atención focalizada, tolerancia al dolor y redirecciona la energía y los nutrientes a las zonas necesitadas, disminuyendo el funcionamiento de otras funciones como la digestiva, reproductiva y la inmunológica que se ven temporalmente debilitadas. Si el estímulo estresante se convierte en un factor crónico o si el individuo no tiene la capacidad de limitar esta reacción adaptativa, estamos en presencia de una hiperrespuesta que puede contribuir al desarrollo de diversas patologías. El estrés excesivo o crónico a través de sus mediadores neuroendocrinos puede tener un impacto en una variedad de funciones fisiológicas como el crecimiento, la reproducción, el metabolismo, la inmunidad y también en el desarrollo de la personalidad y la conducta. La movilización interna que provoca el estrés mientras tenga una magnitud que pueda ser controlada por el individuo, puede ser placentera, excitante, positiva y ser un estímulo para el crecimiento intelectual y emocional. Pero la sobreexpresión de este fenómeno deja al hombre debilitado y expuesto a la aparición de diversas patologías psiquiátricas, endocrinas y ligadas a alteraciones inmunológicas.

La buena alimentación, la actividad física, el tiempo de ocio y actividades extra laborales ayudan al individuo a regular el impacto del estrés en el organismo.

El estrés es para la condición humana lo que la tensión es para la cuerda del violín: muy poca tensión y el sonido es apagado y desafinado; demasiada tensión y el sonido es estridente o la cuerda se rompe. El estrés puede ser el beso de la muerte o la sal de la vida. La cuestión reside realmente en cómo manejarlo.

Podríamos llegar a creer entonces que con el ritmo de vida que llevamos, las responsabilidades, los horarios, las presiones laborales, económicas, sociales, sería muy difícil, casi imposible poder sobrellevar nuestra vida sin caer en las garras del estrés. Porque además no podemos esperar a que “el jefe cambie”, “el tránsito se ordene”, “la economía mejore”… Si esperamos esto estaríamos perdidos. ¿Entonces? ¿Cómo hacer para sobrevivir?

Hay buenas noticias. Se puede. Existen maneras de lograrlo. Hay muchos recursos más allá de hacer dieta y ejercicios. Seguramente requieren también de un trabajo, un esfuerzo, pero que absolutamente valen la pena y son necesarios para mejorar nuestra calidad de vida y la de las personas que nos rodean.

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Licenciada en Psicología

Psicóloga UBA. Psicóloga Clínica. Posgrado en Trastornos de Ansiedad, Terapia Cognitiva Conductual y neurociencias. Orientación en Psicología Tanspersonal, psicología de la compasión y mindfulness. [...]

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