Un “Yo” que nadie conoce

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Un "Yo" que nadie conoce

Psicoanálisis

El tiempo para sí, el tiempo en cual se descansa de la mirada de los otros, de la demanda de los otros, y también del deseo de los otros. Con deseo de los otros incluyo la pregunta por el: ¿Qué me quiere? de Lacan. Pregunta angustiante, que bajada a distintos contextos, familiares, laborales, sociales, podría traducirse en ¿Qué quieren de mí? o en forma más general se podría expresar en un ¿Qué se espera que haga? ¿Qué debería responder? ¿Qué tengo que decir?

El tiempo para sí es un momento de descanso de los nombres impuestos. Estoy pensando ahora en la violencia simbólica que implica el solo acto de nombrar a alguien, de llamarlo de una forma, de nominarlo, de ponerle sentido a las expresiones de su ser. Ser como acción, es distinto de ser como nombre, como entidad. El momento para ser uno mismo, es el momento de dejar de ser entidad que se nombra para ser simple acción, transcurrir como el día que sin pensarlo avanza hacia la noche. Es decir, no significa estar por fuera del sentido, sino tan solo detrás de una cortina, de una puerta, por la cual los otros no nos ven. No saben si estamos. Ni que estamos haciendo.

Es un momento de dejar de ser para los demás. Momento de ser sin justificación, sin explicación, sin responder. A los fines del descanso no importa tanto lo que se haga, si es escalar una montaña, viajar en un tren, comer galletitas en la cama, bailar en el living o leer. Porque de los que se descansa, en el tiempo para uno, es de del propio yo, y por ende de los otros. Se descansa del propia narcisismo. Desaparece la obligación de responder a un nombre. A una imagen de uno mismo. Lo único que queda es un sentimiento de sí.

En el caso de viajar, aunque haya otras personas, el anonimato permite la función del descanso. Porque no hay nadie que espere nada de uno, ni siquiera que responda a un nombre. Incluso el nombre pierde, muchas de las identificaciones propias, pasan a ser un pasado. Se debe recordar quién es uno en la vida real. Recordar es un esfuerzo que arruina el descanso. Esa vida real es un trabajo sostenido, en el mejor de los casos a fuerza de deseo, pero incluso si hay deseo en la arquitectura de la vida, se debe dejar un momento de descanso, momento para sí.

Si se habla tanto de eso, es porque la vida en una sociedad de consumo, no deja mucho espacio para ser uno mismo, para ser simplemente. El tiempo es un tiempo reducido a la idea de producción y consumo, en sentido de reproducción y gasto, sumida en una lógica de posesión, no habría nada que no pueda comprarse, adquirirse o nombrarse. El Yo está en todo, sin descanso, y es un tirano que hay que alimentar, con imagen, con logros, con fracaso, o con éxito, que para el fin es la misma cosa: alimentar a ese yo. Al tirano que pide nombrarse todo el tiempo, tomarse todo el tiempo por objeto y ofrecerse a los otros, en nombre, muchas veces del amor.

El tiempo de descanso, tiempo para sí, es amor a uno mismo, sin exigencias, así sin más, por el solo hecho de existir. Es un momento de agradecimiento a la vida, aunque se esté pantuflas, con una crema de coco en la cabeza decorada en una bolsa de supermercado, o comiendo bombones frente a una pantalla, regando las plantas, haciéndose un sandwich, comprándose un regalo que no se merecía o con un terrible resfriado que me obligó a quedarme en casa y de pronto me encuentro, Otra u Otro, yo… que soy diferente y que nadie conoce.

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