Psicoanálisis y parrêsía 

Frase Michel Foucault - Psicoanálisis y parresía

Psicoanálisis

En una conferencia de 1982, Michel Foucault se propone abordar cierta práctica de la filosofía de la época helenística y, particularmente, romana de los dos primeros siglos, y que aquí nos resulta de interés por su pasible vinculación con nuestra praxis: la del psicoanálisis, entendido como un quehacer crítico. Veremos cómo una vez más ciertos elementos que hacen a la definición de pensamiento crítico, que hemos tratado de desarrollar, vuelven a converger significativamente. 

El término en cuestión es parrêsía. Parrêsía “etimológicamente, significa decirlo todo.” Pero, al contrario de lo que podría creerse desde un punto de vista apresurado:

“la parrêsía no es una obligación impuesta al discípulo, es una obligación, por el contrario, impuesta al maestro.” 

Como primera puntuación diremos que, si bien la regla fundamental del psicoanálisis es la «asociación libre», entendida como un imperativo para el analizante de tener que decir todo lo que se le ocurra, aquí encontramos vinculación también con lo que sucede o quizá debería suceder del lado del analista. ¿En qué sentido? En el sentido de que el parresiasta es un maestro que pone en juego, con su palabra, la dimensión de la verdad del sujeto que la busca, que la desea, que quiere saber – verdad que es trasmitida más allá del uso retórico o filosófico del discurso:

“… lo esencial de la función parresiástica será más bien señalar al sujeto cuál es su lugar en el mundo (…). El parresiasta en particular – (…) – es aquel que dice, en cada instante o cada vez que el otro lo necesita cuáles son los elementos que dependen de él y cuáles no dependen del sujeto.” 

Es decir, no se trata en este caso de persuadir o de adular a quien demanda una ayuda desde el ser escuchado (planos donde podríamos ubicar a la psicoterapia más rancia y al coaching ontológico), sino de devolver algo de las relaciones de ese sujeto con lo real, que posibilite ulteriormente una rectificación en su posición subjetiva. La parrêsía se opone, como decíamos, a la adulación, en tanto es un hablar franco. Antiguamente, la adulación era propia del vasallo, así como su complementario, la cólera, era específica del amo. En el marco de la relación parresiástica, la clemencia funcionaba como aquello que daba el marco para la posibilidad de que se diga, de que el “oprimido” se dirija con la verdad al “opresor”, que por un acto clemente, le dejaba tomar la palabra, advenir momentáneamente sujeto político, sujeto de derechos, ciudadano. 

Efectivamente, Foucault rescata como, por ejemplo, en Eurípides: 

“… la parrêsía es un derecho, es un derecho que está ligado a la ciudadanía. Quien no es ciudadano, (…), no puede hablar; sólo el ciudadano está habilitado para hacerlo, y este derecho de hablar se tiene por nacimiento.” 

Segunda puntuación. La parrêsía como toma de la palabra crítica. Como derecho a decir la verdad, el pacto o compromiso parresiástico como ejercicio del derecho político. 

Tomando estas referencias antiguas pero regresando a nuestro presente, se puede apreciar cómo la situación analítica – con sus abstinencias morales, estéticas e ideológicas incluidas -, no deja por ello de ser un momento eminentemente político, ético y hasta diríamos estilístico, donde se pone en juego, aún en sus desavenencias, la toma de la palabra y, en este caso, por parte de ambos participantes aunque haya asimetría, disparidad y no intersubjetividad ni reciprocidad. La escena analítica está atravesada por la lógica de una sociedad democrática donde los únicos vasallajes en todo caso serán los intrapsíquicos (superyó, ello) y es de ellos que se podrá hablar. En términos de Guy Le Gaufey: “la regla fundamental enuncia la confiscación de la instancia crítica”, en el sentido de que la única autoridad que rige el lazo analítico remite a una terceridad simbólica, que no es la persona del analista, ni tampoco el analizante es dueño de su decir.  

Ya en Platón, en tanto “posibilidad de hacer y de decir lo que se quiere”, la parrêsía “aparece ahí, pues, como uno de los rasgos de esta ciudad democrática [que es La República].” Este filósofo hace intervenir a Sócrates en el Gorgias, quien dice: 

“Cuando un alma quiere ocuparse de sí misma, cuando quiere asegurarse esta epimeleia heautou que es fundamental, cuando quiere therapeuesthai, cuidarse de sí misma, necesita otra alma, y esta otra alma debe tener la parrêsía.” 

Esta apreciación socrática, esclarecedora y esencial, nos permite pensar que la parrêsía no es una búsqueda platónica interior ligada a la rememoración ni un trabajo de introspección, sino una práctica que requiere del otro, que exige la presencia de alguien y del lazo social. De hecho, es un modo de lazo social, singularmente crítico, como el analítico. Ambos implican, a su manera, pensamiento crítico en acto. 

Otras particularidades de la misma son: que no tiene en cuenta las reglas de la filosofía, ni tampoco – como decíamos más arriba – de la retórica. Tampoco el rigor de las pruebas en la demostración (o lo que hoy llamaríamos método científico positivista). Se basa en el kairós, es decir, en la ocasión, con lo cual vuelve a vincularse mucho con la particularidad de la clínica psicoanalítica donde el tiempo (lógico) es otro de los nombres del sujeto. 

Si la parrêsía es un antecedente fundamental para ubicar los orígenes del pensamiento crítico como búsqueda de la verdad a través de la palabra en la antigüedad, no quedan dudas de que en la modernidad (aunque siendo profundamente crítica con ella) el psicoanálisis tiene un lugar central en dicha exploración subjetiva. Vale la pena, en este punto, recordar algunas afirmaciones hechas por Lacan, que articulan diferentes elementos que hemos situado en este apartado: 

“El analista es el hombre a quien se habla libremente. Está ahí para eso. ¿Qué quiere decir esto? Todo lo que pueda decirse sobre la asociación de ideas no es más que ropaje psicologista. Los juegos de palabras inducidos están lejos; por lo demás, por su protocolo, nada es menos libre. El sujeto invitado a hablar en el análisis no muestra en lo que dice, a decir verdad, una gran libertad. No es que esté encadenado por el rigor de sus asociaciones: sin duda lo oprimen, sino que más bien ellas desembocan en una palabra libre, en una palabra plena que le sería penosa. Nada más temible que decir algo que podría ser verdad. Porque podría llegar a serlo del todo, si lo fuese, y Dios sabe lo que sucede cuando algo, por ser verdad, no puede ya volver a entrar en la duda.”    

El camino del psicoanálisis, al igual que el del pensamiento crítico, en tanto atravesado y motorizado por cierto deseo de saber – o dimensión de la pregunta -, no necesariamente es un tránsito sencillo y sin dificultades. Porque ese Saber, podría ser verdad (lo que no quiere decir que sea “verdadero”), es decir, podría averiguarse o descubrirse en su eficacia de Verdad. Y esa producción o advenimiento de algo relativo al sujeto del inconsciente, no es sin angustia, sin afectos penosos. Resta por desarrollar si es pensable un Sujeto cuya existencia sea solidaria con la articulación de la pregunta, no en tanto principismo filosófico, sino en cuanto estilo de vida, ethos, práctica e inclusive lazo social.  

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Psicoanalista y escritor egresado de la Universidad de Buenos Aires

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