Intimidades de cristal ¿un síntoma de la época?

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Psicoanálisis

“Ya nadie escribe cartas, de las verdaderas, de puño y letra, cargadas de vacilaciones y suspiros, cartas apasionadas, cartas de amor maternal, cartas de amiga. Del correo llueven propuestas publicitarias, avisos de bancos y boletas de impuestos. Hablamos por teléfono o mandamos un fax. Los avances de la técnica desbordan nuestra intimidad. ¿Por qué? Porque hay una comunicación intensa, personal e intransferible que la tecnología no sabe traducir. Es el temblor que la mano imprime a la letra”

(Clara Fontana, Ya nadie escribe cartas de amor)

La caída del muro de Berlín en 1989 rompió con el paradigma de una intimidad  sólida y enigmática para pasar a una intimidad transparente y frágil. En este sentido, el muro era difícil de (co)rromper, allí primaba la dicotomía adentro/afuera con separaciones bien marcadas, pero a raíz de su ruptura, los centros de encierro se diluyeron y las sociedades disciplinarias fueron reemplazadas por las sociedades de control. En aquellos tiempos industriales la esfera pública estaba dada por lo que se encontraba en el exterior, mientras que lo privado era lo que estaba de este lado, del nuestro. Nuestro lado derramaba intimidad y esta transcurría en soledad. En un contexto como el actual, los hogares están perdiendo su función de protección y resguardo familiar que antes atesoraban.

Con la llegada de internet y la modernidad líquida, el “yo” que se exhibe incansablemente en la web confesándose de esa manera es al mismo tiempo actor, narrador y personaje. Es una ficción necesaria puesto que está hecha de relatos: la materia que nos constituye como sujetos, historias y huellas. El lenguaje nos da consistencia y relieves propios. Pero todo esto era impensable en la época foucaultiana donde las cartas y los diarios íntimos tradicionales mantenían una relación directa con la sociedad disciplinaria del siglo XIX que cultivaba rígidas separaciones enfatizando tanto la lectura como la escritura silenciosa y solitaria. Escribir implica un pasaje de una voz interior a un espacio externo (visible para otros) ¿cómo se  configura hoy esa voz íntima?

La pantalla de nuestras computadoras no es tan sólida y opaca como los muros de los antiguos cuartos. Además, la distancia espacial y temporal con respecto a los lectores se ha reducido. Mientras estos diarios éxtimos se muestran abiertamente a todo el mundo, los otros se mantenían en secreto y con candado ya que muchas veces aquellos diarios tenían connotaciones masturbatorias.

La elaboración de cartas y diarios remite a tiempos en donde el ritmo cardíaco y el pulso de la mano confesaban lo no dicho en papel, el romanticismo, la lentitud y la reflexión no se ocultaban. Este tipo de escritura poseía un vínculo evidente con la sensibilidad de la época. En la actualidad, vivimos atropellados por la agitación de la vida contemporánea y por la eficacia innegable de redes sociales lo que reduce cada vez más los intervalos de silencio indispensables para la reflexión. Es tiempo de ser espontáneo e impulsivo. Hay que serlo, parece, hay que exponerse, hay que hacerse visible para el Otro (u otros) que del otro lado de la computadora juzgan lo bello, lo bueno y lo malo a través de reacciones poco felices. Vemos naturalmente como personas desconocidas suelen acompañar con estrechez el relato más íntimo de una vida cualquiera (o famosa) minuto tras  minuto, hora tras hora, día tras día con la inmediatez del tiempo real y desconociendo la distancia que los separa. El fenómeno de las confesiones digitales se presenta no sólo como un novedoso conjunto de prácticas comunicativas, sino también como un gran espacio, un no-lugar, para la creación intersubjetiva y la cosecha de amistades de índole virtual.

Por otra parte, el material delicado del que están hechas las pantallas de las computadoras es, no solo transparente sino también liso y sensible en donde nada se fija, todo se edita, se filtra y cada quien lo modifica a su antojo. En sus ensayos de los años treinta, Walter Benjamin habla de las “casas de vidrio” o “casas de cristal” en este mismo sentido. En dichos ambientes no hay marca que valga, las casas de vidrio son enemigas del misterio, íntimas de la verborragia confesional.

Paula Sibilia expresó:

“Las paredes de aquellos hogares burgueses y cuartos propios que abrigaban el delicado yo lector-escritor del homo psychologicus y del homo privatus, hoy parecen estar derrumbándose. Como ocurrió con todas las instituciones de encierro típicas de la sociedad industrial -escuelas, fábricas, prisiones, hospitales-, esos muros sólidos, opacos e intransponibles súbitamente se han vuelto traslúcidos. La función de las viejas paredes del hogar consistía, precisamente, en obtener el máximo provecho de dichas características: eran sólidas, opacas e infranqueables porque debían servir como un refugio para proteger a su morador de los peligros del espacio público y  ocultar su intimidad a los curiosos ojos ajenos. Pero ahora esos muros se dejan infiltrar por miradas técnicamente mediadas -o mediatizadas- que flexibilizan y ensanchan los límites  de lo que se pueda decir o mostrar”.

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Licenciada en Psicología

Licenciada en psicología con orientación psicoanalítica. Integrante del Equipo Interdisciplinario de intervención en Cárceles del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Intervención psico-social de población vulnerable. Co-autora del libro: Consumos problemáticos. Del fenómeno social a la operación singular​. [...]