Amor y arte en mundos particulares

Retomando a Huxley y Fromm . “Un mundo feliz” y “El arte de amar”.

El mundo del arte, amar el arte, ¿hace al amor feliz, al menos, un tiempo? El tiempo: estos tiempos que corren inmediatamente en busca de un mundo feliz, de un amor feliz, de la felicidad en el amor pero nos olvidamos del arte, de la creación, invención de algo nuevo, una construcción que no es nada fácil, como diría Fromm, para nadie. El mismo autor se pregunta ¿es el amor un arte?, yo agrego: ¿es un arte el amor?.

El sigo XXI está dejando de lado cada vez más el modo de hacer arte para un mundo en donde la felicidad se mide por la mercancía, por lo que el otro tiene, desde la lógica capitalista: el otro es un signo igualado, valuado, a una moneda; por eso la circularidad del discurso capitalista hace al efecto de un rechazo de la castración, el vacío no es permitido, la pausa subjetiva es abolida, anulada, por el deseo de completud material. Pero se sabe (o no) que eso no es posible (tampoco im-posible), abre a la posibilidad de hacer(nos) preguntas: ¿ese goce-todo ilimitado muestra algo del orden de la felicidad? ¿qué es la felicidad entonces? ¿qué cedemos finalmente al otro?.

En el arte hay algo de la novela subjetiva que empuja a expresar lo invisible, lo oculto, el no-saber, el no-todo-goce de un sujeto, en ese encuentro con su propia creatividad como posibles formas de transmitir su verdad, su amor y hasta su propia felicidad en un momento determinado. Esos “su” que marcan la singularidad de cada manera en que un ser “hace arte”.
Un mundo feliz: un mundo en donde la propia existencia se pone en juego, intentando re-pensar, re-crear, re-tomar distintos modos en los que un sujeto se las arregla para encontrar un sentido (o varios).

Por eso, es que tanto el arte pictórico como el musical, entre otros, dan cuenta de cierta elaboración singular en donde el sentido y la significación son imposibles de circunscribir con palabras. Un entramado que se irá construyendo en tiempos que corren a gran velocidad pero que ponen un corte ahí donde es necesario frenar y dar(se) un tempo (subjetivo y musical) para soportar aquel vacío, volviéndolo algo creativo para el sujeto.

En “El arte de amar” de Fromm, él mismo es muy claro al decir que: “la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar”, encontrarse una y otra vez con el ser-uno-mismo, tomarse el tiempo sin controlarlo, escuchar(se), recorrer y navegar por diferentes caminos para hacer surgir matices, líneas, colores, melodías, acompañados por cuerpos que intentan expresar lo indecible mediante movimientos oscilantes, cual oleajes de mar, un cuerpo que también es arte, a veces opaco, brillante, triste, alegre, rígido, suelto, vestido de mil maneras diferentes, eso es arte, la capacidad de ir mutando en cada tramo de la vida.

Arte como un mundo feliz de cada quien, ante un mundo complejo incapaz, aún, de captar el amor en su vertiente singular, dinámica, infinita. En fin, el amor está para construírlo y re-construírlo en el tiempo.