Filosofía sin filosofía: filosofía como estornudo

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filosofía como estornudo

Filosofía

Vamos a enseñar filosofía sin usar la palabra «filosofía». Vamos a enseñar filosofía sin hacer historia de la filosofía. Vamos a recurrir al cine, al arte digital, a los videojuegos, a las series de TV, la música, el diseño, la publicidad, los canales de YouTube, las redes sociales, las apps y el Internet.

Vamos a sacar la filosofía de los manuales, de las formas doctrinarias de lectura; incluso podríamos sacar a la filosofía de los libros. Dejemos de poner la palabra antes que la imagen, la doctrina antes que la reflexión sana y limpia, el mandato antes que la elección. Dejemos la lucha ridícula, infantil y sin sentido, entre ingenieros, humanistas, artistas, religiosos, creyentes y científicos. Y dejemos de creer que, a la cultura, a la filosofía y a las humanidades, hay que defenderlas, explicar su importancia o inyectarlas como cura contra el cáncer a través de cursos, semestres y evaluaciones; como si fueran a extinguirse o como si fueran seres escuálidos e indefensos que están condenados a la desaparición por el paso de los años.

Las humanidades no tienen que preservarse del desarrollo de la ciencia, no tienen que temerle al avance de la tecnología ni a las nuevas maneras; porque donde exista una nueva forma de explicar y de hacer, ahí hay filosofía. Con o sin una persona diciendo «esto es filosofía», haciendo disertaciones aburridas o escribiendo resúmenes y manuales. Incluso cuando todos exijamos al unísono que se nos libere de la enseñanza de la filosofía, incluso entonces, habrá filosofía.

La filosofía no es una disciplina de nobles inflados de cultura, de obreros instruidos, de intelectuales hippies y rebeldes o de académicos distinguidos y eminentes, que no se permiten -por buen estilo- hacer filosofía sin filósofos, o con una película de superhéroes o con un meme de Internet. La filosofía, para los humanos, es quizá el oficio más vil y mecánico; un oficio a veces cruel. Mientras exista un hombre que viva, no habrá que defender a la filosofía de nadie ni de nada, y mucho menos explicar con las frases más inentendibles y los artilugios lógicos aun no resueltos por las matemáticas, su importancia.

Mientras más necesidad tenemos de explicar la importancia de las cosas, más vacíos de ellas estamos. No precisamos saber que caminamos, para caminar, ni que respiramos, para respirar: simplemente lo hacemos. Dejemos que la filosofía sea como un estornudo: simple, inmediata, habitual, natural porque lo es, aunque nos empeñemos en convertirla en algo muy difícil y aburrido.

Aquellos que tan fácilmente se reconocen como “filósofos” o viven aires de grandeza porque leyeron a Descartes o a Platón, y saben fragmentar la historia de la filosofía en partidos, en períodos y en autores. Aquellos que miran con desprecio desde la comodidad de ser “cultos”, o desde la seguridad de saber explicar en una pila de frases repetidas lo que es filosofía. Esos que van por ahí inflados de sí, inflados incluso de humildad, que se atreven a sentirse ofendidos cuando alguien critica a la filosofía, y salen a defenderla como si fueran los padres, arremetiendo con la frase «la filosofía es la madre de todas las ciencias». Esos que necesitan decir y convencer a la masa poco sabia y entendida, que la filosofía… «es importante». Esos que necesitan aplicar la filosofía a…, como si la filosofía fuera algo externo a las actividades humanas, como si la filosofía fuera una pomada.

Esos que necesitan incluir la palabra «praxis» en el concepto de filosofía, y ponerla en negrita y cursivas para que resalte lo que ha estado implícito siempre; porque cuando se ven leyendo tantos libros y conceptos (creen que la filosofía va de eso) y se comparan con un ingeniero o un campesino, a veces, se sienten inútiles y les da vergüenza (un tipo de vergüenza autocomplaciente y tramposa) ¿Es que acaso el hombre puede comportarse de alguna forma, o dedicar su tiempo a algo, para que no sea praxis? Escribirlo solo, se me hace ridículo y contraproducente.

A esos profesores de filosofía que se abren las venas en clases y dejan un charco de sangre para explicar con los ejemplos más creativos una cosa que nadie entiende y que se llama «dialéctica». A esos cubanos que creen que la filosofía se acabó cuando se cayó el campo socialista. A los estudiantes que ya no saben qué hacer para entender, y de qué forma van a leer tantas hojas, tantas letras, sin plecas y sin puntos finales. A esos que publican frases de autoayuda, frases de Paulo Coelho, frases motivacionales y positivas bajo el subtítulo: “Filosofía para la vida”. Esos corazones rotos, que le dicen tomando un café a su colega: «la filosofía está perdida, a los estudiantes no les interesa la filosofía, los jóvenes no entienden nada, a los jóvenes les interesan otras cosas, a la juventud ya no le gusta leer».

Esos amantes apasionados de la filosofía que no se saben El Nombre de la Rosa, (mis preferidos) gente que se aparece en los lugares más insólitos, en las formas más diversas: un mecánico de a pie que casi te cita a Nietzsche, un ingeniero que odia la filosofía pero que sabe a Hegel mejor que un estudiante de la materia, un mendigo que repite como seguidilla líneas que parecen La náusea de Sartre, un escritor aficionado, matemático de profesión y católico sincero, que me pudo decir en dos versos, siglo y medio de filosofía. Un amigo que en una broma me explicó a Freud sin sospecharlo. Un ama de casa que entiende de religión tanto como un académico.

O aquellos fanáticos de las redes, que logran explicar en un meme lo que, a Heidegger y a sus lectores, les costó sangre, sudor y pesadillas. Seres inconformes, desarrapados y magníficos, que entienden a Marx mejor que los marxistas; sin la necesidad de leerse El Capital, sin la necesidad de explicarlo con las palabras (tan repetidas): plusvalía, enajenación, y burguesía. Seres maravillosos, enamorados de Sabina, que afirman nunca haberse leído un libro de filosofía. Los mejores…, con los que puedes sentarte a hablar de filosofía sin saberlo, sin autorreferencias, ni citas, ni galardones, ni premios de ciencias sociales; con la tranquilidad de fumarse un puro o tomarse una cerveza, con la tranquilidad de estar cocinando y mientras tanto, tener una conversación.

Todos ellos y el resto que sepan, que la filosofía vive y existe por quienes no la acaban de entender, a los que se les va de las manos, a los que no encuentran un concepto, los que se resisten a toda norma. Esos benditos que aún padecen de libertad cruda (la libertad que no se llama libertad), de dudas enfermizas, de necesidad colérica de salirse de sí. De pasarse la clase hablando con el de al lado, de ir a decir al pasillo lo mala que es la profesora de filosofía y lo aburrida que estuvo la clase. Esos que insisten en sacarla de los tratados, de las tesis de doctorado, de las aulas, de los concursos, y de los congresos. Esos que, como todos, se expresan aún con su silencio, con la forma en que viven, con los memes que comparten, con el selfie que publican, con el videojuego que hacen su preferido, con su apatía, con su euforia o con su serenidad. Si no fuera por los que definitivamente no quieren aprender filosofía, entonces tendríamos que perder las esperanzas, porque ese día la filosofía ya no será más un oficio o un estornudo. Si no fuera por los que viven, ese día estaríamos condenados a saber y a repetir aburridos el mismo nombre de la misma rosa.

Aliviada estoy de que, en medio de la diferencia y la repetición, estas personas se aparezcan. Por seres así, es que me atrevo a formarme el juicio de que la filosofía no necesita defensores ni mártires, y mucho menos charcos de sangre; porque puede sobrevivir a los mayores desastres, a las peores interpretaciones, al estudiante menos creativo y analítico, a la caída de un millar de sistemas, a los partidos políticos, a los profesores y a los manuales, a los más ridículos aires de grandeza, a los académicos de estrado y, como dijese un ciudadano ilustre, a las peores hecatombes.

Luego de siglos y siglos, de revoluciones para y por todo tipo de cosas, de la invención de la escritura, la imprenta, el Internet y los emojis, de que algunos científicos desecharan la filosofía, de que la religión la tildara de sospechosa, y que luego otros científicos y religiosos la encumbraran al más alto estribo. Luego de habérsela asociado con todo tipo de partidos e ideologías, de que esté de moda o no, en el mercado, de que se le comprenda bien o mal, que tenga autores aburridos, brillantes, poco conocidos, pésimos, fatales y sublimes. Luego de que fracasara en un millón de quehaceres, de que quedara en ridículo ante la historia, la política, el mercado y la ciencia. Luego de que sienta que no tiene objeto de estudio y deba ir mendigando espacio entre las ciencias reconocidas, brindándose como intérprete, como crítica profunda, como contestataria, para al final verse a la puerta de entrada y salida de todos, y en la casa de ninguno. Luego de los versos obscuros y difíciles que ha despertado y de las horas de aburrimiento a las que ha penado…

Luego de su desprestigio, su indecencia, su falta de moral; su obscurantismo, su misticismo, su autodestrucción. Luego de ser llamada “la madre de todas las ciencias” y acto seguido una disciplina inútil. Luego de pasar de la facultad de arte, o de la facultad de letras, a una facultad de ciencias sociales, de ciencias políticas o a las filas de un partido. Luego de que nadie pueda perdonarle sus tropiezos, de que nadie sepa explicar exactamente qué es la filosofía, y de que un batallón de estudiantes pueda escribir las crónicas de cuanto pesar les causó. Después de todo esto y más, todavía tenemos algo que decir de ella. Para bien o para mal, todavía la mentamos, la introducimos en nuestro discurso. Y mejor aún, todavía hacemos filosofía, sin necesidad de usar la palabra. A veces, nos olvidamos incluso del nombre de la rosa.

Corro el riesgo especulando, desde la temeridad y la imprudencia, al plantear que podrían los humanos olvidarse de Platón, Aristóteles, Kant y todo el séquito, prohibir la filosofía en las aulas, dejar de “graduar filósofos” y, aun así, no pasarían muchos días, y quizá al instante, alguien en una clase cualquiera, mire al frente, vire la cara y busque al otro para decirle lo aburrido que se siente, lo repetitiva que es su vida y justo allí, en medio del mundo, en medio de los demás, se cuestionen las formas, los medios, las cosas y no entiendan por qué razón ellos tienen que estar allí, en esa clase aburrida, haciendo cosas que no le interesan, se sientan incómodos y descubran que aparentemente una razón desconocen.

La grandeza del hombre consiste, dijo Lezama, en asimilar lo que nos es desconocido. Asimilar, en el fondo, es dar respuesta. No hay forma de que los “filósofos”, o cualquiera, dejen de dar respuestas cuando interpretan el mundo; su mundo. El estar aquí, con las cosas y el otro al frente, se nos impone a todos. Esos estudiantes incomodos, no necesitaron escribir un tratado ni mentar el nombre de la rosa ¡que simple es la filosofía! Creo que nunca dejará de ser un estornudo.

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