¿Nacionalizados, o compra liberada de atletas del tercer mundo?

Nacionalizados o compra liberada de atletas del tercer mundo?

Deporte

En el año 1996, Wilson Kipketer corredor keniano que residía en Dinamarca, fue imposibilitado de competir por este último país en la Olimpiada de ese año en Atlanta. A pesar de que era el gran favorito a la medalla de oro, un problema burocrático, le privó de estar en la gran cita. Sucedió que la normativa del Comité Olímpico Internacional (más dura que la de la IAAF) exigía un periodo mínimo de tres años con la nueva nacionalidad, antes de poder competir con ese país en unos Juegos, salvo que hubiera conformidad del país de origen, una posibilidad que se esfumó al negarse Kenia a darle la autorización.

Su caso fue muy comentado, pues quizás fue uno de los grandes ausentes de Atlanta 1996. Sin embargo en los años posteriores, comenzó a producirse una verdadera oleada de atletas que dejaban por determinadas razones (fundamentalmente económicas) su país de origen y rápidamente pasaban de un año a otro a representar a otro país. Si bien hoy día tenemos casos famosos, como Mo Farah, corredor de origen somalí, pero que reside en Gran Bretaña desde los 10 años. El asunto no está en aquellos que nacieron o se criaron en sus nuevos países de adopción. Sino en aquellos deportistas que ya de adultos, totalmente formados, deciden abandonar su país de origen y pasar a representar otra nacionalidad.

Este fenómeno se ha extendido por muchos deportes y se pueden ver hoy día gran cantidad de atletas de África representando a países desarrollados de Europa. También vemos badmintonistas y jugadores de tenis de mesa de origen asiático participando por infinidad de países de América y Europa. En el futbol también se han dado casos muy interesantes, como el de Lionel Messi, argentino que desde los 12 años vivió en España, pero nunca aceptó participar por la selección nacional de este país, sino por Argentina. Los hermanos Boateng en Alemania, que recibieron mucho tratamiento mediático desde el momento en que Jerome decidió representar a su país de adopción (Alemania), en tanto que Kevin Prince se inclinó por Ghana, donde estaban sus raíces. Otro caso muy comentado recientemente fue el del brasileño Diego Costa, que no contento con el tratamiento que le daba el seleccionador brasileño, decidió jugar con la selección de España, aprovechando que ya tenía esa ciudadanía.

Selecciones históricas como Inglaterra, Alemania o Francia, que en otra época casi siempre contaban con futbolistas de ese origen, a partir de los años noventa comenzaron a sufrir una transformación tan marcada, que incluso en el caso de los galos, hubo un momento en que casi todos sus regulares tenían sus raíces fuera de Francia, ya fuese en África o en las Antillas del Caribe.

La gran desigualdad económica y de oportunidades entre los países de origen y de destino hace que muchos de estos talentos que emigran vean en la representación de esas potencias su máximo objetivo, con lo cual fortalecen aun más las nóminas de los países desarrollados, y debilitan a las de los países más pobres.

Lo lamentable de este fenómeno es cuando el robo de talentos por parte de países con mayor poderío económico se produce de forma totalmente descarada y con el objetivo de alcanzar un reconocimiento en determinado deporte, que de otra forma le resultaría muy complicado. Ha sido muy polémico el ver atletas africanos corriendo y ganando medallas para Qatar. Aunque sin dudas que la “tapa al pomo” fue la presencia en el torneo de balonmano masculino de un equipo de Qatar, donde casi ninguno tenía origen catarí. La excesiva permisibilidad de la Federación Internacional de Balonmano hizo posible este cuestionable suceso. Por primera vez en la historia olímpica reciente, un país sin resultados en un deporte en específico “compraba” un equipo completo, con el objetivo de lograr buenos resultados. Años atrás este mismo emirato intento alinear en una eliminatoria mundialista de fútbol a varios brasileños nacionalizados, sin embargo la FIFA (sabiamente) se lo impidió.

En esta última olimpiada de Río de Janeiro 2016, atletas formados en Cuba tuvieron sus mejores resultados históricos y ganaron medallas para varios países de Eurasia, fueron los casos de los atletas Orlando Ortega (plata para España), Yasmany Copello (bronce para Turquía), el voleibolista Osmany Juantorena (plata con Italia) y el boxeador Sotomayor (plata con Adzerbaichan). Sin caer en cuestionamientos sobre la decisión particular de estos deportistas de abandonar su país natal, no es menos cierto que impidieron a Cuba una mejor cosecha de medallas, pues no solo no compitieron por Cuba, sino que en el caso del boxeador Sotomayor eliminó a un boxeador que si peleaba por Cuba dejándolo sin medallas. Quizás esto si sea lo más cuestionable de estos casos, cuando se hace verdad el refrán de que “No hay peor astilla, que la del mismo palo”.

En Río de Janeiro 2016 presenciamos por primera vez en competencia un equipo integrado exclusivamente por refugiados, personas que en su mayoría huyen de conflictos bélicos en su países de nacimiento y terminan siendo acogidos en otras naciones. Podían competir por la nación de procedencia, o quizás esperar a nacionalizarse y competir por los que los acogieron. Pero lo importante no eran sus marcas o si podían llegar cerca de una medalla, lo trascendental era que el mundo tuviera una visión más clara de ese fenómeno que hoy afecta a millones de personas y que cobra la vida de decenas de miles todos los años.

Los juegos olímpicos necesitan inspirarse en acciones como esta, en rescatar el verdadero espíritu del olimpismo, pues en las últimas décadas la mercantilización del deporte ha alcanzado proporciones insospechadas y mientras países tercermundistas pasan por grandes dificultades para encontrar, entrenar, formar a un talento deportivo, los países ricos abren su voluminosa billetera y compran el producto casi hecho. Esa compra libre de medallas podría frenarse un poco con medidas más restrictivas de participación en olimpiadas para estos atletas nacionalizados a última hora. No se estaría atacando la raíz del problema, pero al menos sería una competencia menos desleal de lo que es hoy día.

Competir por países en que el estado no brinda apoyo al deporte es sumamente difícil, algunos tienen que buscarse un patrocinador que les sufrague sus gastos, otros luchan por ganarse una beca en otro país, con más oportunidades de entrenamiento, etc. Lo que si es cierto es que la naciones pobres tienen muchos menos recursos para invertir en el deporte, a veces hay voluntad política, pero falta economía. Si a eso agregamos este creciente cambio de nacionalidades, la situación se torna insostenible para algunos de ellos.

Si bien hay otros deportistas (como el gran Félix Sánchez), que se forman en un país desarrollado y deciden llevar en alto la bandera de su país, no son los casos más comunes. Esta competencia deportiva entre países de muy desigual desarrollo socio económico, se torna cada día más injusta, cuando no tienes una moto, una bicicleta, una pistola, un palo de golf o una pértiga de la mejor calidad posible, y que además se vuelve algo sucia, cuando son arrebatados al tercer mundo aquellos deportistas que llevan en su corazón, la esperanza y lo sueños de millones de personas, que ven reflejados en ellos, lo que la vida no les dejó ser.

, , ,

Compártenos tu opinión

avatar
  Subscribe  
Notify of

Compártelo con tus amigos si te ha gustado

Artículos relacionados

SicologiaSinP.com - Lázaro Y. Lorenzo Ravelo

Licenciado en Sociología

capacitado en Planificación Estratégica e Innovación Institucional, Comunicación y Cooperativismo. Actualmente dedicado a la comunicación institucional. [...]